Capítulo 4
Aurora Flecher
Me despedí de Lily con la gran excusa de que iría a su casa en la mañana. De alguna forma tenía que sacármela de encima. Durante la llamada, Alexander no había alejado su mirada de mí y eso me llevaba bastante nerviosa. Maldito hombre de ojos azules...
—¿Cuándo comenzarán los preparativos de la boda? —pregunté.
—Dependiendo de los que decidas, si es que sabes lo que es conveniente, empezarán los preparativos para la ceremonia. —Prácticamente me estaba diciendo que luego de que pensara en la respuesta que le daría, comenzábamos con el espectáculo. Estoy empezando a odiar a este hombre.
El maldito, de un momento a otro, sonrió y con eso y solo con eso mi mundo se fue hacia abajo; en ese momento supe el porqué de tantos posters, revistas y no sé qué más en la habitación de Lily con respecto a él.
—Mi respuesta sigue siendo la misma. Necesito pensar, no es una decisión fácil de tomar. —Respiré. Él me escuchó atentamente mientras me observaba.
Mis padres tuvieron que retirarse debido a unos problemas que surgieron de último minuto, dejándome sola con Alexander, no sin antes decir:
—Antes de las diez la quiero en casa, Walton.
La respuesta de Alexander me dio un poco de risa, pero logré mantenerla bajo perfil:
—No me jodas, Flecher.
Permanecimos en silencio durante unos minutos hasta que decidí sacar lo que tenía atrabancado en la garganta:
—¿Cuál es la razón detrás de tu propuesta? —Mantuve la vista en una de las copas de vino que se encontraban en la mesa. Él únicamente permaneció observándome—: Dime, sé que hay una razón detrás de todo esto —dije, esta vez mirándolo sonreír de una forma que me hizo erizar la piel.
—Todo rey necesita una reina que sea su paz en la tormenta. Una mujer que sea tan fuerte como él —susurró roncamente para luego levantarse de su asiento—. Buenas noches, Aurora —se despidió y luego caminó hacia la salida, dejando atrás una ola de confusión en mí.
Un hombre moreno vestido de negro, bastante alto, se acercó a mí y solo me dijo:
—Buenas noches, señorita. La acompañaré a su casa. —Su voz era suave.
Me levanté de mi asiento y acomodé un poco mi pantalón. La voz de aquel hombre desconocido se dirigió a mí:
—El señor Walton ha pagado la cuenta. No debe preocuparse por ello.
Suspiré.
—Gracias. —Le regalé una sonrisa.
El hombre me llevó a casa, aunque resta decir que el camino fue silencioso. Podía decirse que eran las nueve y cuarenta y tantas de la noche. Cuando llegué a casa mi padre se encontraba en la sala, sentado en uno de los muebles. Al verme, levantó su mano y vio su muñeca izquierda, en la cual se encontraba su Rolex.
—Nueve con cincuenta y cinco minutos —dijo para luego apretar la boca—. Nada mal.
Alexander me había mandado a casa antes de las diez.
—Me esperaste —dije sonriendo. Cuando me encontraba en la secundaria, mi padre no dormía hasta que yo llegaba a casa. A veces tenía tanto trabajo que Lily y yo nos uníamos a algunos compañeros para ayudarnos.
—Como en los viejos tempos —dijo él sonriendo.
—Como en los viejos tiempos —le dije yo esta vez.
—Buenas noches, hija —dijo cansado.
—Buenas noches, pa.
Después de despedirnos, cada uno fue a su habitación. Pero yo aún pensaba en aquellos ojos, en aquella voz, en aquel hombre que mis ojos vieron y ahora no dejaban de verlo en todas partes. Mis párpados poco a poco comenzaron a cerrarse así, hundiéndome en un buen sueño.
—¡Iré a España! ¡Sí, por fin conoceré algo más que estas cuatro paredes!
Había decidió pasarme la mañana con Lily, necesitaba distraerme y pensar en algo que no fuesen documentos, contratos, dinero, empresas o tal vez Alexander Walton. Dije que necesitaba pensar y eso haré, pero no hoy. Simplemente me dedicaría a llevar una vida normal, común y corriente, hasta que pueda tomar una decisión razonable.
—¿Aurora, me estás escuchando? —preguntó Lily devolviéndome a la tierra.
—Mmm... Sí, discúlpame, estaba pensando en otras cosas. —Me volvería loca—. Entonces, ¿qué vas a hacer con los vestidos que están en tu armario? —pregunté mirándola con las cejas alzadas.
—¡Aurora, por Dios! —Frunció el ceño—. Hablé de esos vestidos hace como veinte minutos.
Respire.
—Discúlpame, estoy distraída. Es simplemente que tengo muchas cosas en las que pensar. —Sonreí.
—¡Estas más loca que una cabra! —Rodó los ojos—. Pero tienes suerte de que así te quiera.
Lily conseguía sacarme de mis cabales en cuestión de segundos, a veces se comportaba como una niña pequeña y malcriada, en otras ocasiones era un pan de Dios. Pero ¿cómo podría culparla? Fue criada de una forma tan diferente a la mía. A pesar de que nos conocemos prácticamente desde que éramos unas niñas, al igual que nuestros padres...
—Te decía que ya por fin me voy a España —dijo sacando aire.
—Me alegro por ti, podrás conocer diferentes lugares y personas, como siempre quisiste. —Sonreí
El padre de Lily debía viajar bastante debido a su trabajo, y es un poco extraño: Lily nació y creció aquí, en Nueva York, fue criada por su abuela. Creo que una de las razones por la cual nos empezamos a llevar bien, fue que sus padres se encargaban de buscar el pan y darle todos los lujos que Lily pedía. Teníamos eso en común.
—Mira, ¿sabes qué? Mejor vamos a tomar algo, porque veo que te vas hasta a dormir. —Exagerada—. No parece que anteayer fuera tu graduación, creo que ni feliz estás, mujer.
Decidí complacer a mi amiga y fui a tomarme unos tragos con ella. Por unas cuantas horas pude olvidarme de los problemas, y llegué a pasarla bien. Cuando el sol cayó y el reloj marcó las seis de la tarde, yo ya me encontraba en mi casa, pero Lily decidió quedarse otro rato en el bar. No tenía ganas de hacer absolutamente nada, así que me propuse leer un libro que me encontré en el estante de mi habitación. Y así era como se resumían mis días: leer, dormir, comer, hacer diligencias, tener a Alexander Walton metido en mi cabeza todo el maldito tiempo, pensar en qué y qué no haría.
Editado: 04.08.2023