Me Casaré Con El Magnate [1] (en físico)

Capítulo 6

Capítulo 6

Aurora Flecher

Alexander había subido a su oficina y yo lo acompañé. Me había quedado con la boca abierta con la decoración de la oficina de Alexander o como lo llamaba la prensa y las personas en las redes Príncipe de Nueva York, simple y sencillamente porque era el segundo al mando en el negocio y empresas de telecomunicaciones. Pero ¿el Rey quién era? Pues, el rey es su padre. Todo estaba impecablemente limpio. Las paredes de un color gris, muebles sumamente costosos de un color blanco y sillones grises metálicos. Hermoso, magnífico, era algo simplemente bello.

—Siéntese, señorita mandona y futura señora Walton —pidió Alexander mientras se sentaba detrás de su escritorio.

—No soy mandona —expresé mientras me sentaba en una de las sillas que se encontraban delante del escritorio del principito.

Él frunció el ceño y dijo:

—¿Ah, no? —Se acercó a mí como un felino se acerca a su presa.

¿Qué diablos buscas Alexander?

Sus labios se aproximaban a mí; por un microsegundo me había quedado sin aire, hasta que alguien tocó la puerta y tiré el grito al cielo, dando gracias. Alexander me miró. Su mirada me decía: «Te salvó la campana, princesita». Luego desvió su mirada hasta la puerta y suavemente dijo:

—¡Pase!

Un hombre de ojos verdes y de gran estatura atravesó la puerta de la oficina de Alexander diciendo únicamente:

—Matare a Pérez... ––Sus ojos verdes estaban situados en unos papeles.

—David —habló Alexander.

El hombre levantó la vista y posó sus ojos en mí, y luego sonrió.

—Hola, belleza —me saludó, dándome la mano. Yo extendí mi mano y este besó mis nudillos. Le di una ojeada a Alexander y este solo rodaba los ojos.

—Solo falta que te la comas, David —chilló Alexander, evidentemente molesto.

—Si ella quiere... —responde el tal David, sonriente.

—Deja de coquetearle o te aseguro que tu boca quedará estampada allá. —Señaló la pared.

—Deja tu maldita agresividad, además, ¿por qué no me contaste lo de esta hermosura? —preguntó mirándome de arriba abajo.

—Supongo que no ando gritando mis problemas —dice Alexander.

—Pues si no quieres este «problema» —David utilizó sus dedos simulando las comillas—, yo, con gusto, puedo aceptarlo. ¿Por qué dejaste que me enterara por los noticieros y las redes? ¿Eh, maldito cabrón?

—¿Y un par de guantazos no aceptas? —preguntó Alexander frunciendo el ceño.

—¿Cómo te interesaste en esta bestia de pantano, preciosa? —me preguntó el de ojos verdes.

Qué bueno que lo preguntas, porque ni yo misma tengo la respuesta a esa pregunta.

—Las cosas del corazón nadie las entiende —respondí mirando a Alexander.

—Pues bueno, solo te aviso que si algún día te llegas a aburrir de su humor de mierda puedes venir conmigo, que yo te acepto sin hacer preguntas.

Este hombre me cae bien.

—¿Quieres dejar de insinuártele delante de mí y decirme ya qué diablos quieres? —preguntó el señor enojón.

David me miró y luego dijo:

—¿Ya ves el humor que tiene? ¡Es el diablo encarnado en hombre! —Ante su pregunta, reí un poco—. Firma estos papeles y me largaré.

David le extendió los papeles a Alexander y este los tomó, arrebatándoselos; leyó un poco los documentos y luego los firmó.

—¡Lárgate y, si aprecias un poco tu vida, aléjate de ella!

¿En verdad estaba enojado? Pero ¿por qué?

—Aprecio mi vida y ya me voy. Adiós, preciosa —se despidió David.

—¿Por qué te enojas? Él simplemente estaba siendo gracioso conmigo —pregunté confusa.

—No estaba siendo gracioso, créeme —dijo.

—¿Estás celoso? —pregunté tentando la suerte.

—Sí, lo estoy —dijo sorprendiéndome.

—Se supone que esto es un matrimonio sin sentimientos de por medio, no entiendo el porqué de sentirte así. —Este hombre va a volverme loca y ni siquiera nos hemos casado.

—A veces a las personas no les gusta ver más allá de lo que ponen en sus narices —expresó Alexander mirándome con aquellos ojos azules.

—Pero...

—Anthony te llevará a tu casa —dijo interrumpiéndome.

Miré la puerta de entrada y ahí se encontraba un hombre parado como una vela. Cuando volví a ver hacia dónde se encontraba Alexander, este estaba muy concentrado en su laptop. No tenía caso replicar.

Me dirigí hacia el hombre llamado Anthony y unos minutos después nos encontrábamos abordando una camioneta negra. El señor, que aparentaba unos cuarenta y tantos, me abrió la puerta del vehículo silenciosamente. Todo el camino me la pasé pensando en las palabras de Alexander, las cuales se reproducían como el tráiler de una película en mi cabeza: «A veces a las personas no les gusta ver más allá de lo que ponen en sus narices».

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¡Muchas gracias por leer !

 



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En el texto hay: misterio, amor, odio

Editado: 04.08.2023

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