Me elijo a mí

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Capítulo veinte:


 

Es increíble cómo nuestras vidas pueden cambiar de un segundo a otro. Cómo algo puede jodernos instantáneamente, y darnos una cachetada de realidad, haciéndonos ver que no todo lo que nos rodea es perfecto, que no todo es amor y felicidad. 

Creí que tenía una familia perfecta, llena de amor de verdad, de felicidad. Siempre quise en mi vida un amor cómo el de mis padres. Pensaba que tenía la relación más hermosa que ha existido jamás. Pensé que cada "Te amo" era verdadero. Claro, de vez en cuándo había una que otra discusión entre ellos, pero nada que no solucionaran hablando, porque eran pequeñeces. Hasta que comenzaron las discusiones realmente fuertes, que por más que intentaran ocultarlo, yo lo notaba. Después de ese maldito viaje de negocios, todo cayó en picada. El ver los ojos de mamá llenos de tristeza, de desesperación, me rompía. El escuchar los sollozos ahogados cada noche que papá no dormía en casa, me quemaba por dentro. A pesar de ello, yo pensaba — o más bien, quise hacerme creer — que realmente nada estaba mal, y que posiblemente todo volvería a la normalidad pronto…pero no. Luego, las discusiones cada vez eran más fuertes, al punto de encontrar a mi hermanito llorando gracias a los gritos de nuestros padres. Me tomó pocos días armarme de valor para poder enfrentar el problema, y preguntarle a papá lo que estaba pasando. 

Lo que vi en esa oficina me hizo ver que esa familia perfecta, que esa relación perfecta que veía en mis padres, sólo existía en mi cabeza. Que eso sólo existe en las películas, y en los cuentos que mamá me leía antes de dormir cuándo era una niña. Creí que ya me habían roto el corazón, que ya había experimentado lo que era la decepción. Pero lo que creí que sentí, se queda realmente corto con el dolor de ver a mi propio padre darme esa cachetada de realidad. Sentí cómo si alguien metiera su mano en mi pecho, y arrancara sin piedad mi corazón, mis venas amenazaban con explotar de dolor. Y esa sensación de asfixia desesperante, como si ya no tuviera control sobre mi propio cuerpo. 

Duele respirar. Me siento hastiada… rota.

Ya sé que no puedo confiar en nadie… porque… si mi propio padre, el hombre que era mi héroe, me ha roto el corazón de esa forma, y me ha decepcionado… ¿Qué se supone que debo esperar de las demás personas?. 

— Hey, Ángel — La sensación de la mano de Diego en mi pierna me hace dar un respingo. Estaba tan sumida en mis pensamientos que había olvidado por completo dónde me encuentro. 

Vamos camino al instituto. 

Desvío mi mirada del camino para sonreírle — Perdón, ¿Qué me decías?. 

Me da una mirada rápida. — Preguntaba si te pasaba algo. Estás rara, no sé… cómo decaída. 

Suspiro por lo bajo. — No pasa nada, D —, miento. 

— ¿Segura? — pregunta con suavidad.

Yo asiento débilmente. — Segura. 

Devuelvo mi vista al camino y recuesto mi cabeza en el asiento. Me siento mal por mentirle, pero me avergüenza todo lo que está pasando. Tanto, que no soy capaz de hablarlo con nadie. No estoy lista para hacerlo. 

Conecto mi celular al reproductor, y lleno el silencio con música el resto del camino. Agradezco que Diego no haya insistido en el tema, sé que no me creyó, y prefiere esperar a que yo decida contarle. Sé que hago mal, que debo confiar más en él, y hablarle sobre lo que me está pasando, pero simplemente no puedo.

Al llegar al instituto, estacionamos el auto, y luego de asegurarnos de tener todo, bajamos. 

— Preciosa, te acompaño hasta acá. Voy tarde a mi clase. — Dice cuándo llegamos frente a mí área.

Yo le doy una sonrisa de boca cerrada — Tranquilo. ¿Nos vemos más tarde?.

Él asiente, y toma mi rostro para dejar un beso corto en mis labios. — Nos vemos más tarde. — Deja otro beso, ésta vez en mi frente, y se va hacia su área. 

Me apresuro a subir las escaleras ya que mi clase está por comenzar, y cuándo estoy frente al aula, suelto un suspiro de alivio al notar que el maestro aún no ha llegado. Entro, y mi corazón comienza a latir rápidamente cuándo mi mirada choca con la de Evan, que me da una sonrisa ladina. La vergüenza comienza a invadirme cuándo recuerdo lo que pasó en el mirador. Le devuelvo la sonrisa para que no note lo intimidada que me siento, y me acerco hacia él, ya que me hace una seña para que me siente a su lado. 

— Y… ¿Cómo estás? — pregunta por lo bajo cuándo me siento. 

Sé que se refiere a todo lo que pasó ayer. 

Suspiro con pesadez — Un poco mejor.

Su mirada penetrante, me hace subir la vista hacia él — De verdad. — Le aseguro. 

Él me da una sonrisa de boca cerrada — Me alegra que estés mejor. 

Le devuelvo la sonrisa, y cuándo estoy por decir algo, la voz del maestro interrumpe. Nos dice que la clase será práctica, por lo que, nos levantamos de nuestros lugares y nos dirigimos a la cocina. Al llegar nos informa que prepararemos un Ratatouille, nos da las instrucciones, escribe en una pizarra el procedimiento de la preparación del platillo, y todos nos ponemos manos a la obra. Mientras corto los vegetales, me olvido de todo lo que ha pasado, y puedo decir que es la primera sonrisa sincera que se forma en mis labios desde entonces. Disfruto el tiempo en la cocina. Un rato más tarde, todos presentamos nuestro plato, y el maestro nos felicita por nuestro excelente trabajo. Cosa que a todos nos pone de muy buen humor, incluyéndome. Nos deja una tarea para la próxima clase, y con eso, nos deja ir. Evan me pregunta si quiero acompañarlo a la cafetería, y yo accedo. Hoy Oliva no vino, así que sólo somos nosotros. Al llegar a la cafetería, él pide un burrito para almorzar, y yo sólo pido un café para mí, justo ahora no tengo nada de hambre, y la verdad es que un café me viene bien, anoche no dormí nada.

— Debes comer algo, An. — El tono de reproche en la voz de Evan no me pasa desapercibido. Lo miro, y hago una mueca. 




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