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“Solo burrata.”
Estábamos sentados en la esquina de uno de los restaurantes de Schola, era algo modesto, limpio, lleno de estudiantes. Algunos con sus apuntes, otros tomando café. Me concentré en Penélope dejando de lado la vista del ventanal.
“Es una entrada señorita.” Dijo la chica que nos estaba atendiendo.
“Sí, lo sé. Está bien así. ¿Max? ¿Qué vas a comer?”
Volví a ojear el menú. “El magret de pato con puré está bien.” Entregué mi carta. “Una cerveza para mí.” Señalé a Penélope.
“Solo agua.”
Cuando la moza nos dejó me incliné sobre la mesa. “¿Solo vas a comer queso?”
“Viene en forma de ensalada, tomate y albahaca. No es mi primera vez en el lugar.” Dijo levantando un hombro.
Me quedé esperando algo más, pero ella no tuvo ninguna reacción. “Pero es solo queso.” Remarqué lo obvio.
“Tengo una dieta estricta. No puedo comer lo que se me antoja. Te envidio de todas formas, seguramente te robe un poco de tu puré.” Dijo riendo.
Ella se acomodó el pelo y se giró para ver el ventanal de forma soñada. Había tantas cosas que quería saber de ella, quería volver a aprender todos sus secretos, quería que esa conexión de mejores amigos volviera a su lugar, donde debía estar, sellada con la saliva de dos chicos de seis años. Por lo contrario, Penélope escapaba de mí. No parecía estar interesada en preguntarme sobre mi vida o los años en los cuales habíamos estado completamente desconectados, ni mi pasado o mis aspiraciones a futuro. Igual, había una comodidad entre nosotros, algo pasivo, pero las palabras no parecían encontrar nuestras bocas.
Me quedé en silencio viendo cómo ella contemplaba más allá de la ventana a las personas que paseaban por la vereda. Me pregunté qué pasaba por su cabeza en ese momento pero no quise interrumpirla. En cierto punto me daba miedo hacerlo.
Ella se acomodó mejor en el asiento y posó ambos brazos encima de la mesa para recostar su barbilla sobre sus manos.
“Penny, tenés que comer más que una burrata. ¿Eso es todo lo que vas a comer después de esa práctica?” Terminé reclamando.
Penélope puso ambas manos debajo de su nuca, levantando su pelo en un gesto frustrado. “No fue la gran cosa.”
“Lo vi, tus pies estaban sangrando.” Señalé el suelo y aunque ninguno de los dos pudiéramos verlo, las vendas estaban ahí, sus heridas estaban ahí.
“Pasa todo el tiempo.”
“Necesitás proteína.”
“Ya sonás a mi papá.”
“Tal vez él tenga razón.”
Penélope sonrió. “Refrescante, que alguien esté de acuerdo con él. En mi casa todos parecen estar en contra.”
La comida llegó a la mesa, su burrata era la mitad de un plato generoso y mi magret más que suficiente para alimentar a dos personas. Dejé mi plato en el medio esperando que el olor la obligara a robar por lo menos un bocado. Ella simplemente empezó a cortar su burrata en pedazos diminutos, algo a lo que nunca me acostumbré. De chicos ella era de comer más que un pedazo de queso para la cena. Ambos nos peleábamos por el último nugget de la bandeja que nos traía mi mamá al sillón cuando veíamos películas en el living.
“Querés decir Brandon.” Dije.
Ella me lanzó una mirada con su cabeza a gachas, llevándose uno de los diminutos pedazos de queso a la boca con una hoja de albahaca. “Brandon también.”
“¿Brandon no te incita a comer más que un poco de queso?”
“Él entiende que tengo que estar en forma. Mi carrera depende de eso, Max.” Se llevó la servilleta a la boca y se limpió como si ya estuviera satisfecha pero sus ojos se escaparon hacia mi plato y volví a empujarlo en su dirección.
“Pero nunca quisiste hacer esta carrera.”
Un silencio nos envolvió a los dos y me quedé quieto con una mirada insistente, ella levantó su tenedor y lo hundió en mi puré para acompañar su siguiente bocado de tomate.
“¿Cómo están tus padres?” Dijo después de saborear el bocado más de lo que una persona normal lo hubiera hecho.
Levanté los hombros. “No tengo idea, desde que llegué no los llamo.”
“¿Están peleados?”
“Estoy ocupado. ¿Los tuyos?”
Los ojos de Penélope vibraron por un segundo. “No hablamos mucho. Los veo en vacaciones y eso basta y sobra.” Se acomodó erguida sobre su asiento, como si hubiera recordado que necesitaba tener cierta postura todo el tiempo.
“¿Tu mamá sigue haciendo lasaña?” Pregunté.
“No. Hace años que no cocina, tenemos un chef… que sí sabe cómo hacer lasaña.”
Estuve a punto de preguntar si de verdad comía la lasaña, pero decidí dejar de insistir con la comida por el momento. “¿Por qué no hablas con ellos?”
“Pasaron cosas. Como en la vida de cualquiera, cosas buenas y cosas malas. Más cosas malas que buenas que llevaron a que haya esta tensión rara entre todos nosotros.” Ella se concentró en su plato y antes de que yo pudiera llegar a la mitad de mi comida ella estaba terminando el chiste que parecía ser la suya.
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Editado: 23.08.2024