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El día siguiente la rutina fue la misma: el desayuno con otras personas desconocidas, el mismo almuerzo donde Gia y Penélope no consumieron más que una pequeña porción de sus platos. Pero yo me sentía distinto y Gia había notado mi cambio, ella me dio una pequeña patada por debajo de la mesa que me hizo saltar en plena comida. Debió haber sido mi estúpida sonrisa, o el hecho que como las chicas yo a penas había tocado mi comida.
Empezó a llover un par de minutos después del almuerzo, decidí meterme en mi habitación con la esperanza de leer uno de mis libros y avanzar en mis estudios como tenía planeado, pero cuando estaba cerrando las cortinas de mi ventana para que los relámpagos no me distrajeran, vi a Penélope. Estaba con uno de sus vestidos negros de cintas, caminando por el patio con un par de botas de lluvia de color mallot, no sé bien a donde iba pero me di cuenta de que estaba decidida a llegar por más de que se estuviera empapando sin campera. La contemplé hasta que desapareció detrás de la colina y la perdí de vista.
Me calcé el sobre todo, me volví a poner los zapatos y me dio pena arruinarlos de esa manera, de todas formas me dispuse a salir de la habitación. En el pasillo me crucé a Gia quien estaba con una bata de baño y una toalla en la mano. “Una lástima que la masajista no esté disponible.” Me dijo cuando notó que estaba caminando hacia las escaleras. Las bajamos juntos. “Voy a usar el sauna, ¿querés venir, Max?” Me preguntó.
“Estoy bien, los saunas nunca me agradaron.” Le respondí.
“¿Miedo a relajarte? Siempre estás tan… rígido. ¿Sabías?”
“No, nunca me habían dicho algo así.”
Gia me golpeó con su toalla en el lateral de mi torso. “Podés dejar el acting, sabemos lo que sos. No hay nada que esconder.” Y así me dejó para doblar hacia el sur de la casa directo hacia el sauna. Yo caminé rápidamente hacia el deck y tiré del cuello de mi saco para cubrirme la cabeza con él. Corrí por debajo de la lluvia hacia la colina de la cancha de golf con la intención de divisar a Penélope en lo alto pero no la vi por ningún lado. A la distancia podía ver el velero meciéndose sobre el agua picada del lago. Por inercia me dirigí hacia él. No sé si tenía un instinto especial con ella, si es que era porque la conocía tanto o porque algo más nos unía o siempre quise que ese fuera el caso, pero atrás del velero, sentada en el muelle, la encontré. Estaba viendo el agua mecerse de un lado para el otro, las pequeñas olas producto de la tormenta estaban empapando sus pies que colgaban de la superficie de madera hacia adentro del agua, sus botas de lluvia rozando la superficie.
Ella se giró cuando escuchó mis pasos. “¿Qué estás haciendo?” Pregunté.
“¿Tenés miedo de mojarte?” Ella estaba completamente empapada de pies a cabeza. Su pelo se pegaba a sus mejillas, así como su vestido se pegaba a su silueta. “‘Decís que amás la lluvia pero abrís tu paraguas’”
“William Shakespeare.”
“Mojate conmigo.” Me pidió y me senté a su lado en el muelle, dejando que mis zapatos se terminaran de arruinar con el agua que salpicaban las olas. Dejé mi saco caer por mis hombros y levanté la mirada hacia el cielo. No pasaron segundos que mi pelo ya estaba empapado.
“Nos va a electrocutar un rayo.” Dije cuando uno cayó del otro lado del lago a tierra.
“Las probabilidades son bajas.” A ella no pareció importarle. “Sería interesante, morir de esa manera.”
“No”, dije enseguida, “creo que sería horrible.”
Ella se rio, una risa que resonó en el aire cargado de humedad y truenos lejanos. "Siempre tan práctico, Max. Es por eso que te necesito. Para mantenerme con los pies en la tierra cuando mi cabeza está en las nubes."
"¿Y qué pasa cuando tus pies están en el agua?", pregunté, mientras una ola más grande nos mojaba aún más.
"Entonces, simplemente floto", respondió, con una sonrisa que me hizo olvidar el frío de la lluvia y el peligro de los rayos.
Nos quedamos allí, en silencio, dejando que la lluvia nos cubriera por completo. Cada gota parecía lavar las preocupaciones y las dudas que había llevado conmigo desde que me uní al club.
"Penélope, ¿no te sentís atrapada? En esta vida digo, sé que no la elegiste." Le pregunté, rompiendo el silencio. "Es como si estuvieras en una jaula."
"¿Y creés que podemos romper nuestras jaulas?" Penélope se quedó mirando el horizonte oscuro.
"No lo sé. Pero si lo logramos, al menos podemos vivir intensamente."
“¿Qué pasa si no queremos vivir intensamente, Max?” Su pregunta me agarró por sorpresa. “Todo es válido.”
“¿No querés vivir fuera del ballet?”
“Sé en lo que soy buena. Muchas personas viven su vida sin saberlo.” Ella sonrió, como si esa idea la acunara. “Me gusta mi jaula. Conozco cada esquina, los límites de su techo, la frialdad de su suelo. Sé cómo manejarme dentro de ella. Todo lo que es afuera es errático y caótico.”
“No siempre lo es.”
“Para algunas personas es así. Me cortaron las alas, una persona como yo no puede volar, y sabés lo que le pasa a los canarios con alas cortas en la adversidad.”
No dije nada más, nos quedamos nuevamente en silencio. Escuchando los truenos, perdiéndonos en cada vaivén del agua. Quería hablar de lo que había pasado la noche anterior pero no sabía cómo abordarlo, necesitaba saber que había significado.
Le tomé la mano que descansaba sobre el muelle, me aferré a ella y Penélope me sostuvo como si me fuera a caer.
Estuvimos bajo la lluvia, quizás una hora, mi mano entrelazada con la suya, mi esperanza por el cielo y su mirada en el suelo del cuerpo de agua que teníamos en frente.
“Te quiero, Penny.” Las palabras fluyeron de mi boca como cuando éramos más niños, fáciles de pronunciar, como verso que estaba siempre en la punta de mi lengua, podía decirle que la quería miles de veces. Lo seguía haciendo, como antes, como siempre, como nunca. Mi pecho se ablandó con la nueva confesión que ella ya había escuchado tantas otras veces con sus oídos infantiles. “No sé si alguna vez quise a alguien así. Pero puedo seguir siguiéndote por más tiempo, no importa a donde vayas.”
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Editado: 23.08.2024