—Es la hija del senador Avery —escucho que susurran algunas enfermeras, pero no le presto atención. Son muy ruidosas. Es como si ellas supieran quién soy, quién realmente soy; quién demonios es Jules Avery. Pero no lo hacen, así que tras ellas solo vuelven a su lugar.
El ruido que siempre hay en los hospitales y ese olor peculiar me desconcentran, me recuerdan a la muerte. Siempre a la muerte.
Cada vez que he visitado un hospital termina en la muerte de alguien, provocada por mí o mancillada por mí. Quizás sea el problema. Al menos esta vez, si Sophie, la única amiga que jamás he tenido, muere, sabré con claridad qué culpa mía sí es.
No sé cómo ella me logró perdonar, pero luego de esto, ni yo lo haría.
—¿Cuál es su relación con la paciente? —me pregunta un enfermero.
—¿Mi relación con ella? —susurro para mí misma —Es mi amiga.
La única…
—¿Qué ha sucedido?
—Se ha resbalado de la escalera…
Llaman mi nombre, pero no logro concentrar mi mente en la voz de la señora que me pregunta cosas al azar.
—¿Señorita?
—¿Sí?
—¿Sabe a quién podemos llamar?
—Llame a este número —se lo escribo en el papel, porque sé que mi hermano vendrá inmediatamente sepa que ella está en el hospital, más rápido de lo que vendría si fuera yo misma. Lo admito, solo me acerqué a ella porque mi hermano parecía estar interesado, así que quizás me perdonara si la tenía cerca; pero ahora mismo se siente muy, pero muy reconfortante saber que ambos se atraen… Sophie es la razón por la cuál volvimos a hablar, ahora que yo le causé estás heridas, sé que él jamás va a perdonarme, a mí tampoco la culpa me dejará perdonarme —Dígale que Sophie Bullock es la chica que está en el hospital.
—¿Cuál es su nombre? —me pregunta.
Mi nombre…
—No importa, solo llámelo.
Veo como varios doctores la intervienen, yo me cuelo unos segundos en el lugar y veo su rostro magullado. Toco su pie, está frío.
Pies fríos, como mi hermana.
Solo que Sophie aún respira.
Tomo mi bolso y me retiro aprovechando el lío que hay en la sala de emergencia. Ella ya está a salvo. Ya está siendo atendida como merece y… está en buenas manos.
Conmigo lejos, la mitad de sus problemas se solucionarán.
Me subo a un taxi rápido, ¿Qué me habrá sucedido? ¿Qué haré? Ni siquiera yo lo sé. No puedo volver a casa, seguro allá estará él, Milo, esperándome. Y mi hermano me encontraría rápido. Yo no sé si pueda verlos a ninguno de los dos.
Me avergüenzo de mí misma, no quiero ver a mi hermano.
Milo es otro tema, no sé qué hacer. Puedo estar segura de que no lo quiero cerca, de que lo odio por acostarse con mi ex mejor amiga, de que le odio por humillarme de tal manera cuando yo más le necesitaba, pero… Si lo veo, solo quiero besarle, solo quiero tenerle, solo quiero amarle.
Aún cuando sé que me considera solo un adorno para su vida.
Toda mi vida se deshizo porque pendía de un hilo… Ya no tengo nada que hacer, ni un lugar en el cual autoproclamarme.
¿Volveré a la secundaria?
No quiero.
Allá seguro que Jenna, mi ex mejor amiga, ya se debe haber encargado de derrocarme, y mi nombre debe haber sido tan maldecido como siempre quisieron hacerlo, pero no podían por no tener las agallas de enfrentarme.
—¿A dónde, señorita? —pregunta el taxista, que me mira un poco lascivo. Debido a la lluvia se me pegó el pijama en el que tuve que salir para traer a Sophie al hospital, tras las heridas que le provoqué. Acabo de herir a la chica que me perdonó todo lo mierda que le causé y ha estado a mi lado en cada momento sin importar lo asqueroso —¿Señorita?
—¿Sabe dónde puedo quedarme una noche? ¿Un motel? —pregunto monótona. Pongo mi mejor cara de perra, porque esa me sale natural.
—Puedo mostrarle uno que otro.
—Gracias.
No vuelvo a decir nada. Desde niña aprendí algunas cosas. Callarme, manipular, fingir, tomar lo que no es mío o mutear mis emociones, esas son algunas de las cosas que aprendí gracias a la carrera de político que mi padre siempre ha tenido.
No es la primera vez que tengo que hacerme cargo de cosas como esta, y no será la última.
El taxista se queda en silencio, pero alterna su vista entre mis piernas y mis pechos por el espejo del auto. La noche es silenciosa y lluviosa, quizás si no fuese en este contexto me moriría de frío, pero no es así como soy; El frío es el último de mis problemas.
Sé qué planea este viejo, que debe tener la edad de mi padre o quizás más. No sucederá. Pero necesito un motel donde pasar la noche, para desestresarme, no quiero ser la hermana de Anker, la hermana de Eva, la novia de Milo, ni nada de nadie. Quisiera simplemente dejar de ser Jules. No quiero ser ella tampoco.
Ser Jules Avery no es divertido cuando no hay personas alrededor.
—¿Pasará la noche sola?
El taxi se detiene. Es un motel de mala muerte. Mi padre se enojaría solo de mencionarle que pasé por aquí, una foto y su campaña se destrozaría. Anker… quiero creer que jamás me buscaría por estos lugares.
—Con un par de demonios, quizás —respondo mientras comienzo a eliminar los números de mi celular. Maldita Jenna, Maldita Nicole y Maldita Sofía. Las tres.
—¿Habrá espacio para uno más? —me propone con una risa
—No si carece de higiene dental —le pago y azoto la puerta.
Su cara se deforma y no, ya no me mira con lujuria ni intenta verme los pechos. Mi cara de mala muerte le demuestra que hoy no es mi día y que el suyo tampoco.
—Perra —masculla.
Arranca inmediatamente.
Soy muchas cosas. Muchos chicos dirían que le pongo el acento a Fácil. Pero no soy estúpida.
Hay rumores, muchos ciertos, sobre cómo mis piernas se abrieron en algún punto, para algún chico, en especial si ese chico era Milo. Pero hoy no será uno de esos. No tengo ganas de verme más como un objeto inanimado e insensible.
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Editado: 15.08.2024