Me despierto asustada. He tenido una pesadilla. Estoy congelada. He soñado que he perdido al bebé. Me reviso rápido entre las piernas, porque siento como la sangre se escurre fríamente. Muero de miedo de pensarlo. Aún no sé si quiero… de verdad, tener este bebé, pero no quiero perderlo. Estoy tan segura de que estoy confundida, que no quisiera enfrentar nada más antes de poder tomar una decisión.
Acostada en la parada del autobus rebusco, y siento un líquido caliente entre mis dedos. Carajo.
Me levanto. Lo único que tomo es la mochila pequeña que tiene mi celular y todo el dinero que robé, junto al que me entregó Shawn. Salgo corriendo hasta el baño público, pero está cerrado. ¡Mierda!
Veo a mi alrededor y lo único que parece estar abierto es una pequeña habitación donde logro vislumbrar algunas escobas y neceseres. Corro hasta allá sin miedo a que nadie me vea, nadie más que las cámaras que dudo funcionen realmente y menos de noche. Son pasadas las dos AM. No hay nadie en la estación a esta hora, y como no me dió tiempo de conseguir donde dormir, preferí quedarme a dormir en la estación, aferrada a todas mis pertenencias.
Apenas entro cierro la puerta por seguridad idiota, porque no recuerdo que nadie se quedara conmigo. Creo estar sola, así que bajo mis pantalones… y mis bragas. Asustada creyendo que vería sangre, pero solo veo pis. ¿Me he orinado? ¿Qué demonios?
El frío de la noche debe haber provocado esto, porque me niego a creer que soy una maldita niñata que se orina en sus pantalones.
Que humillante. Voy a subir mis prendas, cuando siento un ruido y me volteo a ver. Joder. Tiro un grito cuando veo a un adormilado señor, de cabello todo blanquecino y ojos cansados, mover su mano dentro de su pantalón. ¿Qué diablos? Él entonces, se levanta rápido, igual o más asustado que yo. Veo entonces como va vestido, es el cuidador de la parada de autobus. Muero de asco y me voy a retirar, pero cuando voy a abrir la puerta para largarme, el señor, como medio arrepentido antes de hacerlo, la presiona. Es un gordo y fofo hombre, así que no logro forzar la puerta por su presión. Se me congela el cuerpo de pensar qué va a pasar.
Intenta besarme y tocarme, sus manos intentan tocar mis muslos, pero reacciono rápido y golpeo su entrepierna. Lo veo retorcerse del dolor, y me largo.
Me ha visto el culo. ¡Que me ha visto el culo!
Mientras corro subo mis pantalones. Maldito viejo todo hambriento. Despavorida y llena de enojo, rabia e impotencia recojo la minimaleta que tiene mi ropa. Toda mi vida está resumida en estas dos cosas, la maleta con prendas, y la mochila con el dinero, el celular y mis tarjetas. Tarjetas que igual no usaré, porque perdería el anonimato frente a mi familia, pero nada.
Salgo corriendo, en plena madrugada, a la calle. No veo nada más que oscuridad y unas pobres luces, que no alumbran nada más que unos pocos centímetros a la redonda. ¿Cómo voy a criar un hijo aquí?
Camino sola, aferrándome a mi vientre que aún no crece y con el frío entre las piernas. Aún estoy llena de toda esa asquerosidad. Huele a pis y no sé si soy yo, o son las calles. Da igual, el asco no me deja parar de sollozar. Las lágrimas quieren salir. ¿Qué hice con mi vida?
Voy de error en error. ¿Cómo puedo ser madre de otro ser? ¿Cómo puedo hacerme responsable por alguien más?
Lo siento, niño. Que poca suerte has de tener para tenerme de madre. Tú y tus hermanos en el cielo han tenido poca suerte. Soy un total fracaso.
La intuición femenina usual me hace temer a la noche y a pasar cerca de callejones, pero en serio veo la calle totalmente despejada. Una que otra trabajadora de la noche, pero ni ellas parecen tener visitas hoy. No quiero tentar más mi suerte, así que entro rápido a un lugar que parece ser de hospedaje y anuncia estar abierto 24 hora sal día.
Una campana que resuena cuando entro despierta a una pelinegra que al parecer no está muy interesada en quién entra o no. El lugar está toda demacrado. Sin luces muy fuertes, y la dueña está adormilada. Es una joven de quizás 30 años. Me mira de talones a pelos, pero para cuando termina no me queda de otra más que mirarla directamente; a mí no me va a intimidar una cualquiera.
—¿Tiene lugar disponible para una noche?
—¿Tú que crees? —responde arqueandose en la silla.
Maldita. Este sitio huele a cigarros, cucarachas y polvo. Está mugriento y pesa hasta el aire que se respira. No es como que tenga el potencial de tratar a los clientes de esta forma.
—¿Entonces, modelito? ¿Qué? ¿Te vas a quedar o no? —arrugo mis cejas por su imprudencia —Me vas avisando para volverme a dormir y esta vez cerrar con llave.
—Quiero un cuarto —digo mirándola. Sonríe a ver el desagrado en mí. Personas más raras.
—¿Con jacuzzi? —dice en tono burlón —¿Qué hace una chica de esas pintas en estos lugares?
—¿La habitación viene con preguntas incluidas? —ríe aún con sueño.
Me entrega las llaves, y yo saco un billete de cien. Ella lo toma. Sé que es demasiado así que me quedo hasta que devuelve la mitad del mismo. Me dirijo hasta las escaleras, porque veo que la llave pertenece al 202.
¿Viviré de motel en motel? Eso es todo lo que pienso.
—Pero sí incluye la ducha.
Lo ignoro. Solo sigo caminando con la cara erguida.
Cuando ubico cual es la habitación, me quedo en frente unos segundos. El frío de la noche choca contra mi cara, siento como se pega a mi cara y golpea mis ojos. Siento una avalancha de dolor, nostalgia, miedo, miseria, temor, un corazón roto, un futuro incierto, la incertidumbre de si tomé o no la decisión correcta o si… si tiene una razón de ser todo esto que hago.
Miro a la ciudad mientas acaricio mi vientre.
Dentro de mí está quizás la siguiente arma que la vida usará para destrozarme, o quizás seré yo lo peor que le pasaría a este niño. Me veo a mí misma tan distante de ser una buena madre, que me asusta pensar en forzarme a serlo.
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Editado: 15.08.2024