¿me oyes? Soy tu amigo.

Prólogo.

 

Caía demasiado fuerte. Creía que las cosas se iban a destrosar. 
Y es que cómo no pensarlo, la tormenta era arrazadora de lo que encuentre a su paso. Las gotas caían con furia sobre mis pequeños hombros de 7 años. Una niña que junto a sus padres corría en busca de refúgio, en busca de un lugar lo suficientemente resistente al diluvio.
 

Las carreteras estában vacías, y nuestra casa en el campo había sido llevada por el viento. Entonces decidimos emprender carrera hacia otra zona donde podamos estar hasta que todo terminara.
 

Mis pies no resistían más, pareciera que han pasado horas desde que dejamos nuestro hogar, pero sólo han pasado minutos. Minutos en los cuales mi respiración se aceleró demasiado por la carrera. Iba tomada de la mano de mi padre y me preguntaba, ¿no sería más fácil llevarme en brazos?. 
 

Claro que no, jamás he tenido una buena relación con mi padre desde que tengo memoria y nunca supe el porqué. 
 

Los truenos no tardaron en hacerse presentes y con ellos, el viento soplaba cada vez más fuerte que me es un poco difícil escuchar a mamá decir que nos apresuremos.
 

Tenía mucho miedo pero resistía el llanto por temor de ser regañada en ese entonces. El familiar nudo en mi garganta quedó atrapado.
 

Los truenos se oían cada vez más cerca, miré hacia arriba y por las gotas gruesas que caían, me costó apreciar bien el cielo, lo cierto es que habían muchas nubes negras y eso causaba un escenario terrorífico para mi edad. 
 

Miré hacia adelante, ya estábamos cerca, el edifício estába a unos 40 metros de nosotros. Faltaba poco y una chispa de felicidad se instaló en mí. Miré nuevamente al cielo y difícilmente observé cómo los rayos bailaban sobre nosotros.
 

Mis padres no se dieron cuenta de ello pero yo lo capté perfectamente. 

 

Sujeté con fuerza la mano de mi padre, los rayos se aproximaban a nosotros, llamé a mamá sobre el ruido de la naturaleza furiosa pero el viento se llevó mis palabras. Sentía que el cielo iba a caer sobre nosotros. 
 

De un segundo a otro, el rayo impactó sobre mí, tirando al aire a mis padres. 
 

 

—¡Rita! —escucho gritar a mamá. 
 

 

El sonido agudo apareció y no podía escuchar más, sus voces gritándome eran apenas audíbles en un tarareo. Caí de boca al pavimento, lastimando mis pequeñas manos pero eso no me importaba. Sentí mi cuerpo muy pesado, y la ropa que llevaba me ardía como fuego. 
 

Sentía el dolor por cada rincón de mi cuerpo y entonces una punzada de dolor atravezó mi cabeza. Gemí de tanto sufrimiento.
 

Sentí las manos de papá levantarme y volví a mirar al cielo... 
Cada vez más negro...
Cada vez más espeso...
Cada vez menos visíble...
 

Mis parpados comenzaron a caer involuntariamente y todo se volvió oscuro, encerrandome en mi mente por completo. 


 

(...)
 


 

Desperté, en un lugar con paredes blancas que me rodeaban. Una camilla incómoda y una manta cubriéndome hasta el torso. La luz debilitó mi vista pero luego de unos segundos miré a la perfección. 
 

Observé a mi alrededor y vi a mamá sentada en un rincón, dormida y con su cabeza reposada en el respaldo del asiento. Miré a mis lados y habían máquinas de hospital que no tenía ni la menor idea de para qué se usaban, pero estába conectada a ellos desde mis antebrazos. 
 

No vi a papá en ningún lado, y no me extrañaba, supongo que no le importo inlcuso si estoy a punto de morír. 
 

Sentí el cuerpo pesado y un ligero dolor de cabeza, traté de inclinarme para sentarme pero el dolor de mi cuerpo me lo impidió. La camilla crujió un poco pero fue suficiente para despertar a mamá, que al verme se sobresaltó y corrió hacia mí para envolverme en un reconfortante abrazo. 
 

 

—¡Cariño, por fín!. —exclama con emoción— ¡doctor! -grita. 
 

 

Se separa de mí y la veo con lágrimas a lo largo de sus mejillas, besó mi coronilla y luego mi frente. Sabía que ahora todo estába bien. 
 


 

En eso un señor jóven entró sin aviso a la habitación, portaba una bata blanca y tenía una tabla en manos, pasó su vista de ella hacia mí con una perfecta "o" en sus labios. 
 


 

—Le repito señora —comienza— en mis 19 años como doctor, jamás había visto algo igual, es increíble que haya sobrevivído a ese rayo. ¡Pudo haber muerto al instante por el impácto!.
 


 

—Es un milagro, doctor. —menciona mamá. 
 


 

—Mami... —digo débilmente.
 


 

—Te recomiendo que no hables por una semana, no demasiado, ¿de acuerdo?. Estuvíste en coma durante 7 meses, estarás en observación medio mes, ¿ok, pequeña? —asentí al doctor. 
 


 

¿¡Siete meses!?. 
 


 

Quería saber dónde estába mi padre, ¿Por qué no acompaña a mamá? ¿Acaso me detesta demasiado como para no estar junto a ella en éste momento? ¿Qué hice yo para merecer su desprecio?. 
 


 

Miro a mi madre, me acaricia el cabello y tararea una canción de cuna. El doctor sale de la habitación y digo:
 


 

—Papá...
 


 

Mamá me observa con tristeza, se sienta al borde de la pequeña camilla y pone un mechón de cabello detrás de mi oreja. 
 


 

—Papá ya no estará más con nosotros. 
 


 

Frunzo el ceño.
 


 

—Papá nos dejó... —solloza. 
 

 

Niego con la cabeza y un dolor crece desde lo más profundo de mi corazón. Era imposíble que ese hombre no tuviera ni la más mínima lástima por nosotras, mamá está sufriendo ahora y lo único que él hace es marcharse de nuestras vidas sin más nada. 
 


 

Pero si así lo decidió él, entonces yo también. Me aseguraré de sacarlo al 100 porciento de nuestras vidas y apoyaré a mamá. Lo menos que puedo hacer como hija es estar a su lado siempre. 
 




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