Miley
Observo el rostro de mi primer amor, sus ojos dormilones y su nariz hermosa que parece un botón siguen causando tanta ternura en mí, mientras su sonrisa me sigue encantando. A sus veintitrés años es un hombre lleno de talento; es hermoso, inteligente y con un corazón divino. Él es mi tipo ideal, es la persona más importante de mi vida, al cual amó desde el día que me rescató.
Cuando era niña lo amaba con un amor romántico, pero ahora lo amo de manera diferente. Antes quería que fuera mi novio, pero ahora tiene un lugar más bello en mi vida; es la persona más importante de mi existencia.
—¡¡Feliz cumpleaños, Kean!!
Mi mejor amigo cierra sus ojos por unos segundo y lo abre, soplando las velas del pastel que yo misma he preparado para él.
—Gracias, Mil.
Le entrego el pastel a uno de mis hermanos y enseguida abrazo a Kean. Él me corresponde, sintiendo esa bella calidez que siempre emana.
—Te amo mucho, mi ser precioso.
—Te amo mucho más, bonita.
Lo sé, sé que la manera en la que nos tratamos no se ve como una relación de mejores amigos, y así es; nuestros sentimientos son más fuertes y no tiene nada que ver con el romance. A Kean no lo veo como mi hermano o mi como pareja; yo lo veo como mi confidente, mi persona especial, mi alma gemela, hasta como mi ángel guardián.
¿Por qué Kean es tan preciado e importante para mí? Porque él me encontró cuando estaba perdida; fue mi luz en la oscuridad.
Tenía siete años cuando conocí a Kean. Recuerdo que ese día estaba triste y molesta, todo porque mi madre había tomado la decisión de mudarse con su nueva pareja; que no era de mi agrado. Para el colmo, comenzaría una vida en un lugar desconocido, lejos de mis mejores amigas.
Al ser una niña, me rehusaba a la idea de que entre mis padres ya no hubiera amor. Yo me había aferrado a la idea de que ellos regresarían e irnos a vivir con mi padrastro, me aseguraba de que eso nunca pasaría.
No solo iba a estar lejos de mi padre, iba a tener dos hermanos mayores. Yo, que siempre había sido hija única, me molestaba saber que iba a tener que compartir el amor de mi madre.
Estaba muy enojada cuando llegué a mi nuevo hogar y fui recibida por mi padrastro y los mellizos. En ese momento hice un berrinche que solo cesó cuando mi madre le hizo una videollamada a mi papá.
Después de esa llamada, comenzó el arreglo de la mudanza. Como era de esperarse de una niña mimada, no ayudé en nada, solo me dediqué a ver hasta que culminaron.
Al llegar la noche, y estar reunidos cenando en familia, comencé a portarme mal de nuevo, lo que ocasionó que mi madre me regañara. Como la mocosa inmadura que era, salí corriendo del comedor hasta salir de la casa, huyendo de mi familia. Lo acepto, no fue la mejor idea.
No sé cómo lo hice, pero logré alejarme de mi nuevo hogar, llegando a la entrada del bosque y fue ahí, donde me percaté que me había alejado demasiado. Sin embargo, me adentré en ese lugar cuando oí la voz de mi padrastro gritando mi nombre, pidiéndome que regresara.
Minutos después de haber hecho esa locura, me arrepentí. Al verme perdida comencé a llorar, llamando a mi madre. Llorando y tratando de buscar una salida, terminé cayendo, lastimando mi pie.
A pesar de estar herida y tenía mucho miedo, seguí buscando una salida, ignorando el dolor, ¿y cómo no? Si era una noche sin luna ni estrella y la humedad del lugar hizo que hubiera niebla; parecía una película de terror.
Así pasé varios minutos que, yo sentí como largas horas. De pronto, en medio de esa oscuridad, vi una luz; una silueta se acercaba rápidamente a mí. En ese instante me quedé en silencio y estática por seguridad. Aunque, extrañamente, no sentía miedo, pues en mi corazón lo que se acercaba a mí era un ángel y así fue.
La luz de la linterna me obligó a cerrar los ojos, pero una dulce voz hizo que los abriera. Al abrir mis ojos sentí algo inexplicable, frente a mí estaba un niño más grande que yo. Él me sonrío con dulzura, llenando de calidez y seguridad mi corazón.
—Eres Miley, ¿verdad? —Asentí con mi cabeza—. ¡Qué bueno! Tu mamá está muy preocupada por ti.
—¡Llévame con mi mamá! —Sollocé.
—Claro que lo haré…
Al oír sus palabras no pude contenerme y aunque era la primera vez que lo veía, me acerqué a él y lo abracé muy fuerte.
—Ya no llores, Mil. Estoy aquí contigo. Te llevaré con tu mamá, todo estará bien.
—Gracias por salvarme. Gracias por venir por mí.
No podía dejar de llorar.
—No hay de qué pequeña —acarició mi cabello—. Puedes llorar hasta tranquilizarte. Una vez estés tranquila, iremos con tu mamá.
Mi única respuesta a sus bellas palabras fue llorar mientras me aferraba a su cuerpo con un fuerte abrazo. Cuando mi llanto cesó, él me dio su abrigo y al darse cuenta de mi pie lastimando, me llevó en su espalda.
Durante el camino él me hizo conversa, y como si hubiera pasado un mal momento, comencé a hacerle preguntas. Le pregunté su nombre y como sabía de mí, enterándome de que él era amigo de los mellizos, que sus padres y mi padrastro eran buenos amigos y vecinos; fue mi padrastro quien les pido ayuda para buscarme.