¿me quieres a mi o a su corazón?

Si la toco, ¿se romperá?

Capítulo 2

Si la toco, ¿se romperá?

 

Tan payaso me veo aquí de pie con traje y corbata, junto al coche, esperando a que salga. Cómo me cabrea, pero tengo que controlarme, no puedo dejar que el odio me haga perder el control. Mi impaciencia está aflorando, pero no puedo dejar que el duro trabajo de casi dos años se eche a perder por ser impaciente. Incluso tuve suerte de que el chófer de esta casa se jubilara y, gracias al trabajito informático de mi amigo Marc, figurara como candidato número uno en la lista para poder trabajar aquí. No puedo darme el lujo de perderlo justo ahora que voy a encontrarme con ella. Aunque espero no vomitar cuando la tenga delante, solo de pensar que tengo que servir a esa caprichosa me provoca náuseas. Ya me estoy alterando otra vez… tengo que controlarme y ser amable, ganarme su confianza para así obtener lo que quiero.

Preparaos, familia Roldán, os demostrare que no podéis comprarlo todo con dinero. Os haré pagar por su muerte.

Ahí viene la princesita de oro con su uniforme de niña rica. Con solo verla me siento intranquilo. Tengo que calmarme o se dará cuenta. Respira hondo y actúa como un buen empleado.

— Buenos días, señorita Roldán. Soy su nuevo chófer, estaré sustituyendo al señor Alfred Bennet por un tiempo.

— ...

¿Pero qué le pasa a esta creída que no me habla? Encima de que le estoy abriendo la puerta, se queda ahí quieta sin decir nada.

— ¿Señorita Roldán?

Mierda, ¿qué le pasa? ¿por qué se desploma sin más?

— Responda, señorita, responda.

Parece que respira, creo que solo se ha desmayado. ¿Se habrá tomado algo o estará fingiendo para no ir al colegio? No sería raro… Los ricos suelen hacer de todo para evitar sus responsabilidades.

Por ahora solo la llevaré adentro, aunque tener que llevarla en brazos es muy molesto. Tenerla entre mis brazos me hace sentir intranquilo otra vez.

¡De veras que se cree una princesa esta chica!

 

Lleva un buen rato dormida en el sofá. ¿Estará solo dormida? Igual debería llamar a alguien, estoy comenzando a preocuparme. Ahora que estoy tan cerca de mi venganza, no quiero que le ocurra nada. Mejor me acerco a ella a ver si está respirando bien.

Sí, parece que está bien, duerme plácidamente. Viéndola ahí dormida parece hasta humana, no parece un monstruo. Al contrario, tan tranquila, tan hermosa, tan delicada como un pequeño ángel. Me pregunto… Si la toco, ¿se romperá?

Se sienten tan suaves las puntas de mis dedos con el roce de su cara… Qué calidez en mi pecho… Ya hacía tiempo que no la sentía. Es como si…

Pero qué tontería estoy haciendo. Tengo que calmarme y volver a tenerlo todo bajo control, procurar que este momento de debilidad no vuelva a ocurrir. Bajé la guardia un momento. La emoción de volver a tener tan cerca algo relacionado con ella me hizo recordar ese sentimiento, nada más. Ya no me volverá a pasar.

Parece que se está despertando. Será mejor que me aleje de ella, pero tengo que actuar bien y ser amable.

-— ¿Se encuentra bien, señorita? ¿Quiere que llame a sus padres?

— ...

¿Qué le pasa? ¿Por qué me está mirando así? ¿Se habrá dado cuenta de lo que hice? No es posible, estaba dormida, estoy seguro.

— ¿Señorita?

— No te preocupes, estoy bien. No hace falta que llames a mis padres.

— ¿Está segura?

— Sí, gracias por tus atenciones. Mmm, perdona, ¿cuál es tu nombre?

— Noah Andrade, su nuevo chófer, señorita Celeste Roldán.

— Muchas gracias, señor Andrade, voy a retirarme a mi habitación. Hoy no saldré, así que puede irse.

— Gracias, señorita Roldán, pero prefiero quedarme, con su permiso, claro. Quiero estar aquí por si cambia de opinión y tuviera que llevarla a alguna parte o, peor aún, por si le ocurriera una tragedia y no hubiera nadie para socorrerla.

— Si es lo que usted quiere, señor Andrade, por mí está bien, pero por favor le pido que no le cuente a mis padres lo ocurrido.

¡Qué niña más desagradable! Acabo de llegar y ya está pidiéndome que mienta y se marcha corriendo. Menuda princesita ella. Solo quería escaquearse de ir a clase la muy caprichosa. Y menuda tontería que ha dicho… ¿qué me vaya? Si, claro… con lo que me ha costado meterme en esta casa.

No me iré tan fácilmente. No pienso quitar mi vista de usted, mi señorita. Pero claro, solo hasta que obtenga lo que quiero —dijo él en tono bajo, pero ella ya estaba muy lejos como para escucharlo.




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