EPISODIO 9 - Catupi
Tarareamos una canción que suena en la radio mientras manejo para llegar a su guardería. De ratos la miro por el espejo y puedo notar como detalla curiosamente por el la ventana del auto todo a nuestro paso.
Me detengo en el alto y me dedico a cambiar de emisora para conseguir algo más llamativo y alegre para escuchar. La alegre música de los ritmos urbanos latinos llena mi auto, a esto me refiero.
¡No entiendo un carajo pero son pegajosas!
—¡Papi mila! ¡Un perrito! —me llama Lulu enérgica y yo subo mi vista hacia la calle. Veo como un perrito bastante feo y flaco está sentado demacrado a simple vista en una esquina de un bote de basura.
—Si hija, un perrito —le respondo mientras mi vista sigue fija en él o ella. Me duele el corazón cuando noto lo solo que se siente… tener una mascota es una responsabilidad igual a la de tener un hijo. Ellos sienten y sobre todo aman.
—Quielo un perrito… ¿me compras uno? —Pregunta ilusionada.
—Mi amor, más tarde hablamos de eso en casa… ¿te parece? —le informo porque necesito tiempo para poder explicarle que un perrito no es un objeto como para ser comprado.
El semáforo cambia y no puedo pensar más en ello pues me obligo a manejar con prudencia. Mi vida entera esta justo tras de mí.
Al llegar al establecimiento los conocidos nervios me embargan porque lo más seguro es que parta a llorar y Lucille solo jadea impresionada por el lugar donde estamos.
—¡Wau! ¡Es como un castillo papi! —grita impresionada.
—Es que mi princesa merece estar en un castillo, ¡vamos abajo! —le animo feliz.
Ella simplemente asiente mientras la bajo del auto y tomo su mano para dirigirnos a la entrada de la colorida guardería.
Los llantos se escuchan y se hacen más fuertes a medida que vamos caminando. Son niños que están llorando apenas se bajan del auto. Observo los gestos de Lucille y hasta ahora no me ha demostrado que quiera llorar.
La directora del centro nos espera afuera tal como me dejo en el correo de admisión para darle el recorrido a mi hija.
Nos acercamos a ella mientras Lucille se asila a mi mano fuertemente.
—Bienvenido señor Thomas —me saluda la mujer—. Hola Lucille, bienvenida. Estamos encantadas de tenerte aquí —le habla a mi niña mientras le extiende una coronita para colocársela en la cabeza.
—Hola mucho gusto ¿pelo como sabe mi nomble si nunca la he visto? —habla curiosa y yo solo puedo soltar una carcajada… vaya. —Glasias pol la colona —agradece delicada.
—Pues, porque tu papi me mostro una foto tuya princesa ¿quieres conocer el lugar? —le tiende su mano.
Lucille automáticamente me mira pidiendo permiso y sé que la he educado bien.
Recibir la mano de un desconocido está prohibido sin pedir permiso, pero este no es el caso y se lo hago saber;
—Mi amor, ella será quien te llevara con los otros niños. Yo no puedo entrar —toco su mejilla—. Puedes confiar en ella, no llores ¿ok? Papa vendrá por ti en unas horas —le digo con un nudo en mi garganta.
—¿Y polque voy a lloral? Yo estale bien, ya hablamos de esto —habla como si fuese la niña más madura del mundo.
—Claro princesa, ya hablamos de esto. Un beso para papa —le digo sentimental poniendo mi mejilla. ¡No puede ser que entre los dos termine llorado yo!
Ella me da un beso y le toma la mano de la directora.
—Le entrego por unas horas a mi mundo —inquiero mirándole a los ojos.
—No se preocupe por ello Señor Thomas, ella está en las mejores manos en cuanto a cuidado de niños se refiere —me sonríe comprensible.
Ella lleva a mi niña adentro mientras la enana se voltea me dice adiós con la mano.
Cuando nota mi rostro, se detiene y le dice algo a la directora. Observo como viene corriendo hacia mí para brincar en mi encima abrazándome fuerte.
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Editado: 10.10.2021