XXX.5 DE NUEVO EN CASA
La sirvienta entró un momento. Al regresar me pidió que pasara al zaguán; me ofreció una silla, mientras esperaba. Miré las macetas; había helechos, begonias, espárragos y todas las plantas que le gustaban a mamá. En un rincón continuaba la enorme maceta de barro con la planta de piñonona que tanto cuidaba ella. Ya no me parecía tan grande como la recordaba. Habían pintado de rojo la maceta.
Oí que se abrió la puerta de la sala. El corazón me latió desbocado al ponerme de pie. Salió ella. ¡No era mamá! No sabía quién era. No la conocía. La señora me miró y sonrió amable mientras saludaba:
—¡Buenos días! Disculpe que la haya hecho esperar. Estaba disponiendo lo de la comida —señaló la silla y agregó, mientras se sentaba en una mecedora—. Por favor, siéntese.
Yo me senté. No quería que las piernas se me doblaran y cayera al piso. Miré a la señora. No sabía que decir. Ella me miró y sonrió con curiosidad.
—Perdón, señora. Estoy buscando a doña Laura Dávila.
—¡Oh, sí! La señora de Saint Jaques —respondió sin dejar de sonreír—. Ella era la dueña de la casa. Se la compré hace unos cinco años.
—¿Cinco años?
No le pregunté a ella; me pregunté a mí misma, como si no hubiera escuchado bien la respuesta.
—Sí, casi seis. Fue cuando mi marido decidió establecerse en Saltillo. Nos dijeron que la casa estaba en venta y… ¡me enamoré de ella! ¿Verdad que es preciosa? Al rato se la muestro…
No pude evitar sonreír al pensar que yo conocía la casa de cabo a rabo. Volví a poner atención al oír el nombre de mi madre:
—…doña Laurita, muy fina persona, y tan discreta ella. Con decirle que cuando firmamos el trato no nos dijo que era viuda. Hasta hace poco una amiga nos dijo que…
Me puse de pie, como impulsada por un resorte, pero de inmediato tuve que tomar asiento. Sentía que no podía respirar, pero alcancé a decir:
—¿El señor Saint Jaques…
La señora se levantó y llamó a la criada; le pidió que trajera un vaso de agua con una cucharada de azúcar. Se acercó a mí, me puso la mano en el hombro y me preguntó:
—¿Se siente usted bien? Está muy pálida.
—Sí, estoy bien —le respondí, casi al punto del llanto—. Sólo que no sabía que había muerto el señor Saint Jaques.
—Sí, hija —me dijo, con ternura—. Parece que estaba muy enfermo cuando lo llevaron a San Antonio, Texas. Ahí murió casi llegando.
Todo se derrumbó al darme cuenta que mamá me mintió, que nunca tuvo intención de ir por mí al convento. Me puse a llorar desconsoladamente, sin importar que la señora y la criada me estuvieran mirando. La señora se hincó a mi lado y me abrazó con ternura. Yo percibí en ella un olor parecido al de mamá; sentí un calor y un cariño que nunca sentí con ella. Eso me hizo llorar más. Lloré de sentimiento, lloré de dolor, lloré de coraje, lloré de rabia, lloré de amargura, lloré de odio, lloré por haber sido tan pendeja…
El llanto terminó y el dolor se durmió. La señora se puso de pie y me acercó el vaso de agua con azúcar e hizo que le tomara. Yo bebí un par de sorbos, pero ella lo mantuvo cerca y, con cariño maternal, me lo siguió ofreciendo hasta que me lo acabé. Me puse de pie. Sentía vergüenza por haber llorado delante de unas desconocidas. Ella me miró con comprensión y me dijo:
—No se preocupe, güerita. Estamos en confianza —me miró y me abrazó—. Lamento que por mí se haya enterado de la muerte del señor Saint Jaques. ¿Era su pariente?
—Sí, señora —le mentí—. Era mi tío. Acabo de regresar a la ciudad, quise darles una sorpresa y…
Sentí que se me iba a quebrar la voz e iba a llorar de nuevo; preferí callar. La señora me pidió que me quedara a comer:
—Las penas con pan son buenas, hija —y sonrió al agregar—. Y con caldo, arroz, pollo en mole y tortillas recién hechas son mejores.
No pude evitar sonreír por tanta amabilidad, pero le di las gracias; me excusé diciendo que me estaban esperando. Al despedirme me abrazó y me invitó a regresar cuando quisiera. Cuando me fui, pensé, cómo alguien que no me conoce puede ser tan bondadosa y comprensiva conmigo, mientras que otras personas, que tenían la obligación moral de tratarme con bondad y comprensión, me…