Muchas veces se ha hablado sobre la influencia que ejercen los medios de comunicación en nuestra vida cotidiana, y es que en una era donde predomina la tecnología esto no pasa desapercibido. Tanto así que nos resulta difícil a estas alturas, prescindir de aparatos tecnológicos para nuestros quehaceres diarios.
Alguien puede aún pensar, ¿y eso en qué me afecta? ¿acaso no nos facilita la vida? Y la verdad es que sí, no se puede negar que la licuadora nos ayuda con la preparación de las comidas, ahorramos tiempo y hacemos menos fuerzas... el hervidor calienta el agua más rápidamente que una tetera, el ventilador y calefactor nos hacen más llevadero el clima, el teléfono celular nos permite comunicarnos aún a miles de kilómetros. El internet nos ofrece información de casi cualquier cosa, desde los tipos de piedras que existen hasta las noticias más importantes del momento en el otro extremo del mundo.
En fin, no se puede negar que todos estos aparatos (y demás tecnologías) se han vuelto de alguna manera indispensables en la sociedad actual. Pero, ¿y sus consecuencias? ¿Somos realmente responsables en su uso, o dejamos que nos gobiernen deliberadamente?
No es difícil imaginar una rutina familiar prototipo de nuestra cultura. Casi no existen comidas familiares reales, ahora todo es virtual. Y qué decir de los niños, ya ni siquiera es una bicicleta para navidad; sino la tablet, el iPhone último modelo, no es infancia si no se les satisface sus necesidades (o caprichos).
Los padres estresados hasta el tope, estirando el sueldo para que les alcance para todo, y ya que eso no es posible se endeudan por una eternidad para llevar la vida que desean, aquella que se les dijo era la correcta. Aquella vida que todos llevan, pensando que son los únicos que sufren, cuando la verdad es que todos luchan por ser como sus vecinos en una eterna competencia que solo les amarga la existencia.
Ciertamente vivimos en una sociedad alienada, completamente dirigida en sus muchos aspectos. Hemos perdido la conciencia y hemos dejado que el capitalismo nos domine, y no es que me parezca completamente malo, pero es la causa de muchos males.
Se nos enseña desde cómo nos debemos vestir hasta lo que debemos pensar. Las distintas modas se van imponiendo sin permiso ni autorización de nadie, nos enseñan lo que es anticuado vestir en contraste con lo moderno, y es aquí donde nos ataca mayormente el consumismo. Para navidad ya nadie recuerda el verdadero motivo de la celebración, todos embobados como verdaderos zombies gastando hasta sus últimos ahorros para no ser menos, mientras los empresarios se hacen más y más ricos con sus trucos consumistas, empujándonos hacia el abismo sin fondo que es el trabajolismo.
Trabajo... sin duda todos lo necesitamos, si no trabajáramos no podríamos surgir, pero desde hace mucho que el trabajo viene consumiendo nuestras vidas.
Pensamos en trabajo como algo realmente imprescindible, hasta el punto de que lo preferimos antes que a nuestras familias, sacrificamos nuestra salud y nuestro bienestar por ganarnos la vida y satisfacer nuestras necesidades y las de aquellos que de alguna forma dependen monetariamente de mí.
¿Y eso por qué? Porque se nos enseña que es lo correcto, porque se supone que un padre responsable y que ama y se preocupa por sus hijos es aquel que se sacrifica para llevar el pan a la mesa, por calzarlos con los mejores zapatos y brindarles toda las comodidades habidas y por haber.
Pero... ¿alguna vez pensamos en qué tan necesarias son estas "necesidades"?.
Ciertamente muchas de ellas no son nada más que simples accesorios en nuestra vida cotidiana, cosas que muchas veces en nada nos cambian la vida, que a más de endeudarnos y robarnos nuestro tiempo y energía procurando pagarlo, no impactan en nada nuestro diario vivir.