Capítulo 2: Muerte
Toco el botón del ascensor como cuatro veces. El estacionamiento se encuentra en completo silencio. Mi departamento se encuentra en costa azul una zona de Pampatar, con una bonita vista al mar.
El sueño me está venciendo. Solo faltan dos horas para que amanezca y yo aún no me he ido a la cama. Las puertas de metal se abren y prácticamente salto dentro. Lorenzo entra con toda la calma del mundo, con su cámara en manos. Presiono el botón que marca el número cinco.
—¿Cuándo le dirás a Simone que te has mudado justo frente a mi departamento? —pregunto en medio de un bostezo. Él alza la mirada de la cámara. Su rostro se contrae en una mueca entre avergonzado y divertido. Seguramente está viendo las fotos para ver que fantasma se ha dejado fotografiar.
Hace una semana aún vivía en valle verde una localidad que se encuentra en la avenida san juan bautista Arismendi. El trayecto para llegar a nuestra oficina es un poco arduo, por lo que se mudó a un lugar más céntrico. Su elección se redujo al edificio donde vivo.
Baja la mirada nuevamente a la cámara. En muy pocas ocasiones ha conseguido una autentica foto de un fantasma.
Nos conocimos en la universidad, aunque nuestras carreras profesionales son muy diferente coincidimos en algunas materias. Nuestra amistad se afianzo cuando su madre falleció, tenía cáncer fueron seis meses de agonía, hasta que a la final partió de este mundo. Recuerdo que asistí al sepelio, me acerque a él le di un rápido abrazo y di mis condolencias. En ese momento teníamos una buena relación de compañeros de estudio, nada más que eso. Hasta que su madre una semana después del sepelio decidió aparecer delante de mí con una petición. Reunir a su familia para que ella pudiera despedirse de cada uno de ellos. Desde ese momento Lorenzo participa en mi trabajo, sea convertido en mi amigo, mi hermano, mi cómplice hasta mi confidente. Y ahora mi vecino.
—Pues quizás hoy lo haga —dice sin darle mucha importancia. Su novia es una celosa empedernida que se ha dedicado a mirarme como su rival. Que él viva tan cerca de mí no le va a gustar.
—Tienes una semana dándome la misma respuesta.
Las puertas del ascensor se abren, y el pasillo se extiende delante de nosotros iluminado bombillas incandescentes a cada lado del pasillo.
—Se lo diré en un par de horas —promete.
Justo al final, y a la derecha está mi departamento. Me detengo en la puerta.
—No quiero a tu novia haciéndome escándalos. Necesito dormir y que estas ojeras desaparezcan para el domingo —.introduzco la llave, y abro.
—Reunión familiar —se burla de mí.
—Sí —digo con desanimo. Reunirme con mi familia significa que terminare discutiendo con mi hermana como siempre.
Provengo de una familia convencional y religiosa que repudia a la magia y todo lo que tenga que ver con ella, y soy parte de esa clase de personas que la humanidad aun no integra por completo. Soy una médium, me comunico con los muertos. Y mi familia aborrece mi trabajo, y mi don.
—Suerte con eso, y descansa —cierro la puerta.
Ni siquiera enciendo la luz, me descalzo los zapatos y tanteo hasta encontrar mi habitación. Un baño sería una excelente idea si no estuviera más dormida que despierta. Me desabrocho el pantalón y tropiezo al quitármelo, lo dejo tirado. Me deshago de la camisa y me meto en la cama. Cierro los ojos pero por más que el sueño está ahí cerrando mis parpados mi mente se activa con recuerdos que creí superados. Su rostro se dibuja en mi memoria, sus ojos marrones con abundantes pestañas y unas pobladas cejas me miran a través de la distancia, sus labios me sonríen formando dos hoyuelos en la mejilla. Solo han pasado dos meses desde que dio por terminada nuestra relación y aun duele. Pensar en él siempre hace que se me oprima el pecho, sí que tanteo en la mesita de noche el control remoto y enciendo el televisor.
Observo las imágenes sin prestarle mucha atención pero funciona para borrar su rostro de mi mente. Y espero a que el sueño termine por vencerme.
Después de cinco horas de sueño me despierto con el tormentoso sonido del teléfono. Me cubrí con una almohada para intentar retomar el sueño; sin embargo, se volvió insistente y me vi en la obligación de tomar la llamada. No debí haberlo hecho.
Del otro lado del mesón de cerámicas negras, en el pequeño espacio que representa la sala de mi apartamento se encuentra Román González un hombre practicante del ocultismo. Su delgado y definido cuerpo cubierto por unos pantalones negros, una camisa manga larga en un tono de azul claro. En el poco tiempo que llevo conociéndolo, específicamente cinco meses nunca había entrado a mi departamento. Su piel dorada por el sol es su mayor atractivo en compañía con sus ojos avellanas. No está lleno de músculos pero tiene una sonrisa encantadora y una labia impresionante para atrapar mujeres. Todo un casanova. Quizás yo misma hubiera caído en sus redes como muchas otras chicas, si no fuera por su profesión. Además, estaba en una relación.
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Editado: 15.07.2018