Melissa

Domingo

El último y más frío día de la semana había llegado y se pronosticaba que para las 6 de la tarde habría tormenta. La casa estaba más silenciosa de lo normal, Joan esperaba sentado su desayuno en la mesa del comedor desde las 9 de la mañana, su mirada ya no era la misma. Le decía a Melissa, mientras ella preparaba huevos revueltos y café con leche, que Pedro, Christian y Juliana no bajaron de sus cuartos, pero que Susan y doña Fermina se retiraron de la mesa más temprano de lo habitual. Melissa solo lo miraba y escuchaba lo que él le contaba. Hasta que le comenzó a hacer preguntas incómodas, como… 

-¿Quién eres? - ¿Qué haces aquí? - ¿De dónde vienes? -…

Melissa continuaba alimentándose y el niño seguía cuestionando… 

- ¿Por qué tú no hablas con ellos y tampoco los mencionas? –

Ella se levanta diciendo que ya había terminado su desayuno. Llevó lo usado a la cocina y al regresar dijo que se iba a su dormitorio…

Joan se levantó bruscamente mientras ella se retiraba y le dijo - ¡Quieren que te vayas de esta casa y yo también! –

Melissa detuvo el paso y girando su cabeza 45º, sonrió como siempre lo hace y le respondió – Cuando acabes, lleva lo que usaste a la cocina – y continuó su camino.

Las horas pasaban rápidamente y como estaba previsto, llegó la tormenta. 

Parecía ser un huracán, los cimientos de la vieja casa se estremecían y un zumbido retumbaba en las paredes al compás de los truenos y relámpagos.

La joven descansaba tranquila y sin preocupaciones, pero el niño no estaba solo en su habitación. Al parecer Susan estaba con él. Durante un par de horas estuvieron hablando y la niña le decía que debían irse en cuanto venga doña Fermina a buscarlos.

Joan ya no parecía ser él, sus ojos no eran los mismos, entre el sonido de la tormenta y el zumbido, podían escucharse muchas voces hablando en lenguas desconocidas a la vez.

La puerta se abrió y doña Fermina entró diciendo – Joan, ya es hora –…

Sujetando la mano de Susan y la mujer, el niño las acompañó, pasando a través del pasillo hasta las escaleras en medio de la oscuridad y descendiendo por el salón principal. Las voces le hablaban diciendo que no debía temer, ahora se reuniría con su familia…

-¡Joan!- 

Como aquella vez, Melissa apareció en las escaleras llamándolo, el niño se detuvo mientras ella bajaba. 

Al pararse al lado, puso la mano en su hombro y le preguntó a donde iba.

El muchacho giró su cabeza hacia ella, y la joven pudo ver que su cara estaba desfigurada y sus ojos eran blancos en su totalidad. Una fuerza maligna salía de él, y con una voz tenebrosa le gritó…

-¡Te dije que te fueras!- y usando una fuerza descomunal golpeó a la chica arrojándola contra un muro, dejándola inconsciente en el suelo.

Joan reaccionó por un momento y comenzó a llorar arrepentido por lo que había hecho – Perdóname, por favor, perdóname – mientras la veía allí tirada.

Una voz le susurró al oído diciendo 

– Es hora de irnos – 

Las sombras y el zumbido lo rodearon y lo arrastraron con fuerza hacia atrás llevándoselo. Con un último suspiro Joan gritó…

-¡Melissaaaaaaaaaa!-

Y cuando ya casi atravesaba el umbral a lo desconocido… todo se detuvo.

El zumbido, las voces y los vientos. 

El niño que estaba en el aire, se dio cuenta de aquel silencio y abriendo los ojos pudo ver…

-¿Me…Melissa?-

Ella estaba de pie mirando, pero había algo diferente en su rostro, algo aún más terrorífico que aquellas sombras.

- ¡Suéltalo! – 

Dijo con voz tranquila, mientras la casa comenzaba a temblar. Las paredes crujían como si se fueran a desplomar, se podía escuchar los truenos más fuertes que nunca.

Las sombras se metieron al cuerpo del niño, poseyéndolo, como si fuese la última resistencia…

Hablando a través de su boca dijeron las muchas voces 

-¡El niño nos pertenece!-

Los rayos comenzaron a golpear contra la casa destruyéndola poco a poco. 

Los ojos de la joven comenzaron a volverse rojizos, no había miedo en su mirada.

Los demonios en el chico se alborotaban hasta que preguntaron…

-¿Quién eres?-

-¿Otra vez esa pregunta?- Les respondió ella -Está bien, se los diré. Mi nombre es…- y con una pequeña sonrisa concluyó -¡Melissa!- 

Abrió su boca y de ella emanaba un grito tan fuerte, que hizo que los demonios salieran del cuerpo del niño y se desintegraran en el aire.

Joan, que apenas estaba consciente, notó como su amiga se acercaba y lo tomaba en sus brazos y lo llevaba fuera mientras la casa se derrumbaba. 

Sentía que se estaba desmayando, pero pudo escuchar unas últimas palabras…

–No te preocupes, ya estas a salvo-

La tormenta había terminado, podían escucharse sirenas de ambulancias, policías y bomberos acercándose. 



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En el texto hay: demonios, miedo terror y suspenso

Editado: 17.12.2020

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