Dos monólogos.
Gomez segunda:
Ya pasaron tres años, y aunque ingenuamente había creído que todo estaba resuelto, no pude estar más errada, de sentirme impotente ante la soberbia de los empleados y profesionales del ministerio de justicia.
Sin embargo la inquietud en mi cabeza sucedió dos meses antes de los tres años. Antes de sentirme así: tan torpe. Cuando ella me pronunciaba estas palabras: “Drogas, prostitución, alcohol, noche, descontrol, sexo, muerte, y por muerte me refiero a la eutanasia, para mí todo es válido, todo está perdonado -me decía-, mientras siempre ¡siempre! sea consentido. Lo único que no es perdonable para mi es el abuso de cualquier tipo, menos a un niño, hay que estar bien enfermo para querer tener relaciones con un cuerpo que ni forma tiene; ni culo, ni tetas… forma a…nada, para esa gente la orca y lo último que no tiene perdón es asesinar, planear una muerte o matar por matar. Son mis únicos pecados capitales”. Dos meses atrás me pronunciaba estas palabras, tan solo dos meses atrás previo a estos tres años cuando me veía subiendo y bajando las escaleras del ministerio de justicia para dar con la ventanilla donde me pudieran dar información de mi hermana: para que me supieran decir cuando la dejarían en libertad, si es que la dejarían en libertad.
Hay un punto de partida en mi vida, que me ubica en el tiempo, aunque: el pasado en mi mente siempre está en el presente. Lo descubrí aquella tarde tres años atrás en el ministerio de justicia, donde experimente un miedo decapitante. No era una persona la que subía y bajaba las escaleras del enorme edificio de justicia, era un cuerpo sin cabeza, que no sabía lo que hacía. Y que lo único que sentía era temor. Un miedo paralizante de que mi mitad, mi hermana perdiera su libertad; que para mí, no es solo lo más importante que tenemos en la vida…es lo único que realmente poseemos.
Dos meses atrás se abría con migo; dos días atrás del suceso en el ministerio, le apuntaba a la cabeza con un revolver a su marido ¿Qué hace que uno quiera matar? Bueno, eso es algo que aun no sé, pero es algo que ella comprende perfectamente.
Unos seis meses antes de lo sucedido me decía: hay mujeres que martillan la cabezas de sus maridos y estos sumergidos en la completa locura cometen estupideces; bueno, Sebastián es la mujer y yo…yo soy el hombre y yo no quiero ser el hombre. Cosa que me causaba gracia.
Mellizas SIP, somos mellizas, nacidas el veintiocho de abril de xxxx, ella a las 11:00 yo, aproximadamente, veinte minutos después; la versión de mama cambia tanto, un día nos cuenta que nacimos a la mañana y otro a la noche pero siempre es a las once. Al menos es fiel a una versión.
La conexión mística, mágica que “supuestamente” existe entre las mellizas nosotras no la tenemos pero con el tiempo aprendimos a somatizar. Me duele la cabeza le informaba y ella respondía a mi también, como esperando que el lazo que deberíamos tener se forme de un momento a otro. Estuve todo el día con mareos me decía, yo también respondía asombrada. Está clarísimo que “somatizamos”
En nosotras nada es como en las pelis o las historias de hermanas que compartieron al mismo tiempo el mismo vientre. Creo que estábamos podridas de nosotras asique separarnos fue lo más fácil, pues somos muy diferentes.
En todo sentido diferentes; diferente gustos, diferentes formas, diferentes casas, diferentes ciudades. Ella en el norte, yo en el sur. Ella con la abuela, yo con mama.
Eso es una de las pocas cosas que siempre le envidie ya que no me llevo muy bien con mamá, bueno ella tampoco. Es que mama tiene un carácter difícil y la abuela…también. Madre e hija son iguales. Ver a la nona es ver el futuro rostro de mamá.
Nosotras no nos parecemos en nada a ellas. La nona es caucásica, rubia y de ojos azules. Mamá es caucásica, de ojos castaños y pelo cobrizo, pero con las mismas facciones que la abuela: pómulos marcados y nariz respingada.
¿Nosotras? <uff> bien…yo soy…soy…ehm…soy blanca tirando a amarilla tipo asiática pero sin sus virtudes; tengo ojos marrones; pelo <uff, que estrés>, bueno…al sol se me ve rojo fuego y a las sombras oscuro, rosando un negro. No tengo ni la nariz, ni el pelo lacio de mamá, ni las ondas hermosas de la nona; tengo el pelo mas frisado que jamás hayan visto, pero frisado al espanto. No como las chicas de las pelis, a las que le hacen unos cuantos bucles y le baten el pelo ¡NO! Ojala, mi pelo REALMENTE es frisado, pero frisado al estilo ¡qué horror!. Mi melli, bueno, ella es morocha, bien morocha, de ojos oscuros. Tampoco saco la nariz de la nona pero tiene el pelo lacio como el de mamá, salvo por el color que es negro azabache. Yo le digo Pocahontas en buen plan. No es su aspecto lo que envidie, sí, que haya vivido toda su niñez con la nona, y tampoco es porque haya vivido con la versión avejentada de mamá, el hecho es donde vivió, en un pueblo pequeño hermoso rodeado de naturaleza fantástica y yo encerrada en el departamento porque la ciudad es demasiado peligrosa.