Melodía Oscura

Réquiem

Las personas se sienten diferentes a veces. Sí, todos lo son, pero... en algún momento han pensado "estoy loco" o "nada de lo que veo es real". Y es entendible.

La adolescencia de por sí es una etapa difícil de llevar. Sumarle a eso sueños premonitorios, visiones, la capacidad de ver el aura de las personas y otras más, pueden decirte qué tan difícil podría ser tratar de sobrevivir en la sociedad.

—¡Apaga esa música del demonio de una maldita vez, Regina! —estalló su madre, pero ella misma lleva a cabo su orden.

Sumarle también a todo eso una madre fanática religiosa.

—Odio ese nombre ¡sólo dime Gina! no es muy difícil ¡G-I-N-A! —farfulló ella, levantándose de la cama para volver a encender el reproductor.

Le gustaba dibujar sus sueños acompañada de heavy metal; no entendía qué había de malo en ello.

—No puedo creer que mi única hija sea fanática de esa música satánica —parloteó alterada, mientras repetía su mismo discurso de siempre. Gina rodó los ojos y sin prestar mucha atención, continuó trazando las alas del dragón.

Su madre pareció notar, al fin, que la ignoraba; repitió su típica frase "lo digo por tu bien, no quiero que vayas al infierno" y negando con la cabeza, se retiró de la habitación.
 


 


 

A Gina siempre se le hacía difícil no distraerse durante el sermón del sacerdote, claramente no estaba interesada en nada de lo que salía de su boca; siempre trataba de concentrarse en la ceremonia y nunca lo lograba, a veces creía que su madre tenía razón: satanás esperaba por ella en el infierno —en el caso de que existiera—. Se le hacía más interesante ver las ondulaciones que producían las auras de cada persona; lo único que no había logrado descifrar era por qué se elevaban al cielo. Era como si algo las estuviera absorbiendo, lo peor de todo es que nadie se daba cuenta nunca.

—¿Podrías estarte quieta? —habló su madre entre dientes, mientras sostenía su rodilla muy fuerte.

Gina apretó la mandíbula y dejó de mover la pierna, estaba segura de que ni siquiera molestaba a nadie, pero claro que a la señora perfecta no le parecía que moviera un poco una pierna. «¡Se me están durmiendo las nachas!» exclamó en su interior.

El sacerdote dio por terminada la ceremonia al fin. Antes de que pudiera levantarse de su lugar, su madre la detuvo por los hombros para que no pudiera escapar.

—Hoy toca confesar. —Fue lo único que dijo y del brazo la arrastró hasta detrás del altar. «¿Podría esto empeorar?» Se quejó para sus adentros. Dos horas de odioso palabrerío sin sentido y encima debía hablar con un extraño de las cosas que hacía. 
 


 


La tierra estaba empapada en sangre. Observó a su alrededor y todo el paisaje era de un color naranja. Había muchos carneros, ovejas y cabras; grandes dragones sobrevolaban el lugar. Empezó a caminar tratando de averiguar dónde estaba. Una ráfaga de viento muy fuerte la hizo tambalear, levantando polvo a su alrededor. Un primer dragón bajó y engulló de un sólo bocado a uno de los carneros, seguido de un segundo y tercer dragón, con la diferencia de que éstos, desgarraban al pobre indefenso elegido en el aire para luego lanzar el cadáver al suelo.

Gina era consciente que uno de ellos posaba la vista en ella. Desesperada comenzó a correr en busca de un refugio; del cielo cayó más sangre, junto con cientos de cadáveres de las anteriores ovejas y cabras que visualizó. Toda la escena podría ser catalogada como un apocalíptico desenlace de alguna batalla, el miedo y el terror inundaban su ser; sintió que podría desfallecer, sus piernas dolían de tanto correr. Terminó cayendo de bruces contra el suelo, al voltear levantó la vista y uno de los dragones iba directo a ella decidido a devorarla.

—¡Regina! ¡Levántate ya!

Despertó de golpe, lanzando en el trascurso las almohadas y sábanas. Un sueño. Era un sueño otra vez, el mismo desde hacía tres noches. Respiraba agitada y su corazón latía a mil por hora.

—¡Que te levantes!

Hizo lo que su madre dijo y salió de la cama, acomodándose mejor el pelo y fue directo al baño, a comenzar otro día en su complicado mundo.


 

 

—Buenos días, jóvenes. —La cansada voz del director sonó por todo el salón. Hizo una pausa y finalmente dijo:— La entrada al bosque queda prohibida para todos, a partir de hoy nadie puede ir más allá de la valla.

Todos en el salón se quejaron. A Gina en realidad mucho no le disgustaba, porque siempre que quería iba pero algo en la expresión del Señor Sullivan le decía que cosas malas habían sucedido.

—Silencio, tranquilos... —pidió, moviendo las manos—. ¡Que se callen! —estalló, todo el salón se sumergió en un silencio sepulcral—. Así está mejor. No solo está prohibido para el alumnado en general, sino para el pueblo entero.

Los murmullos no tardaron en llegar y a la chica le fue imposible continuar escuchando lo que el señor Sullivan decía. La noticia la había dejado confundida y a la vez había despertado su curiosidad. ¿Qué era lo que había sucedido para llegar a ese extremo?

—¡Es todo lo que les diré! Hoy deberán ir directo a sus casas, ningún alumno quedará en las instalaciones de la institución. Sin importar las actividades extracurriculares que tengan, sin excepciones.

Apenas el director cruzó la puerta, el profesor de literatura universal canceló la clase, dejándolos con casi tres horas libres, antes de química. Por los pasillos, Gina oía los susurros.

Continuó su camino a la biblioteca con los auriculares puestos, “Lost” sonando a todo volumen evitando cualquier asomo de una conexión con la realidad de su común y corriente rutina.

Una sombra se atravesó en su camino, como siempre. Antes de que llegara a la puerta inevitablemente dirigió la mirada a eso; por supuesto, no había señales del espectro, pero algo llamó su atención. Un chico castaño, de ojos azules, reía a carcajadas al pie de las escaleras que llevaban a la cafetería; estaba acompañado de una chica rubia de orbes también azules, sonreía de una manera rara, de tal forma que le causaba escalofríos.




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