Melodías y Ambrosías [saga Poesías 2]

Capítulo 12: ♫ Enseñanzas y descubrimientos ♥

Aira

—Bueno, ya estoy aquí... ¿y ahora qué?

Aira se encontraba en una banca del paradero de buses a pocos metros de la entrada al campus universitario. Se estrujaba nerviosa las manos, mientras aspiraba profundamente. Quería darse ánimo para su segundo encuentro con Rodrigo y, en esta ocasión, no quería hacerlo esperar, por lo que había acudido con anticipación a su cita pactada.

El cruce de las avenidas 28 de Julio y Universitaria era uno sin mucho tráfico a esa hora si se comparaba al de otras avenidas céntricas de los alrededores. Los carros se encontraban uniformemente alineados esperando el cambio de luz y respetando el cruce peatonal de una de ellas, algo poco usual para la ciudad. El cobrador de uno de los buses, vestido con descuido y con voz escandalosa, se encontraba llamando a los estudiantes que salían del campus para invitarlos a subir a su línea:

-¡Toda La Marina, todo Pershing, todo Javier Prado!

Ella lo miró con desgano y resopló con resignación. Si había algo que no le gustaba de su ciudad era el desorden que los mismos trabajadores de líneas de transporte provocaban.

"Es obvio que esos son sus destinos. Si lo tienen escritos a los costados, ¡por Dios!" pensó a la vez que menaba la cabeza.

-Suba, señorita, suba. Está vacío -añadió el cobrador invitándola a subir al bus con un gesto del brazo. Aira enarcó una ceja al ver lo lleno que estaba el micro. ¡Ahí no cabía ni una persona más!

-Seguro. Al fondo hay sitio, ¿no? -preguntó sonriendo ampliamente.

-Ah, "cachosa" eres -le respondió el hombre con una mueca despectiva-. Puedes sentarse encima de mí, preciosa -dijo señalando sus pechos y con una mirada libidinosa-. ¡Qué buenas tetas tienes!

-¡Fuera de acá, mañoso de mierda! -respondió la joven levantando la voz y azuzando sus brazos, acercándose al cobrador. Tenía ganas de darle una bofetada por lo impertinente que había sido.

En ese instante, los semáforos cambiaron de luces y los buses reanudaron su marcha. El cobrador subió rápidamente a su micro, despidiéndose de Aira con un gesto obsceno.

-¡Regresa aquí, cobarde! -gritó la joven mientras seguía azuzando sus brazos-. ¡Desgraciado! Espera a que te coja nomás -continuó mascullando su rabia mientras veía alejarse al bus.

Cuando aquél se perdió de vista, meneó la cabeza. ¡Estaba harta de recibir comentarios pervertidos por parte de los hombres!

Desde que había comenzado a desarrollarse, había llamado la atención de los demás debido al tamaño de sus pechos. Era cosa de siempre andar por la calle y recibir algún comentario libidinoso, que la hacía sonrojarse, sentirse apenada y muchas veces llorar por la vergüenza. No obstante, no había sido hasta hace un año atrás, en que un grupo de jovencitos la manoseara como deseara, sin que le diera tiempo de defenderse, que había maldecido el tenerlos grandes. Esto había provocado que llegara a su casa y se encerrara todo el día a llorar, odiándose más a sí misma, a su mala suerte y a la madre naturaleza por hacer que pareciera una "vaca lechera", como se decía a sí misma. Sin embargo, no fue hasta que le contara a su abuela lo sucedido que había empezado a cambiar de perspectiva desde hace poco.

La señora Gladys le hizo ver que ella no tenía por qué odiarse por sus atributos físicos. Las mujeres de su familia se caracterizaran por tener los pechos grandes, era verdad. Pero esto no tenía por qué ser una maldición, todo lo contrario.

-Has heredado una cualidad muy característica de las mujeres Sáenz -dijo orgullosamente la señora.

Aira se encontraba en la casa de su abuelita un fin de semana. Como una de tantas veces, había ido con su hermano menor a visitarla. La mujer siempre trataba a sus nietos con mucho cariño y era el único lugar al que la adolescente podía considerar "un hogar". Eso, sumado al exquisito ají con pollo que la señora se había esmerado en cocina ese día, era un incentivo más para que fuera visitada por sus nietos.

-No es algo que me ponga alegre, ¿eh? Todo el mundo me mira como si fuera una vaca a ordeñar -indicó Aira cabizbaja.

La señora la miró con desaprobación.

-¿Sabes cómo le llamé la atención a tu abuelito? -decía la mujer mientras terminaba de servir los platos en la mesa del comedor.

-¿En un desfile de escotes? -dijo encogiéndose de hombros-. No me digas que el abuelo era un pervertido, ¡por Dios! ¡No me interesa saber sus intimidades! -señaló cerrando los ojos y negando con la cabeza.



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En el texto hay: comediaromantica, amor, novelacontemporanea

Editado: 04.03.2019

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