20:05 pm. - 17 de agosto de 1138
Atravesamos un sombrío bosque, tan oscuro y glacial que un escalofrío de supersticioso terror me recorrió el cuerpo. La estela de chispas que las herraduras de nuestros caballos producían en las piedras dejaba a nuestro paso un reguero de fuego, y si alguien nos hubiera visto a esta hora de la noche, nos habría tomado a mi guía y a mí por dos espectros cabalgando en una pesadilla. De cuando en cuando, fuegos fatuos se cruzaban en el camino, y las cornejas piaban lastimeras en la espesura del bosque, donde a lo lejos brillaban los ojos fosforescentes de algún gato salvaje. La crin de los caballos se enmarañaba cada vez más, el sudor corría por sus flancos y resoplaban jadeantes. Cuando el escudero les veía desfallecer emitía un grito gutural sobrehumano, y la carrera se reanudaba con furia. Finalmente se detuvo el torbellino, reinando el silencio en instantes. Minutos luego ya nos encontrábamos sobre la azotea bajo el resplandor de la luz de la luna, mi guía se sentó a tomar un breve descanso por tal movido viaje, me senté a su lado y dejé soltar toda la pesadez en un profundo suspiro hasta que vi salir a una de las críadas de la torre, en su cara pude denotar alegría, la gran sonrisa que marcaban sus labios la delataba e imaginé lo que vendría.
Uno, dos, tres, uno, dos, tres... Contaba en mi mente cada paso que daba dirigiéndome al lecho de mi mujer pues hoy había concebido a dos varones gemelos según me informó la alegre sirvienta, mis ojos se mantuvieron cerrados como si estuviesen sellados, manos sobre la espalda y respiración serena. Mis venas estaban colmadas, de forma que tardarían en agotarse y no iba a ser egoísta conmigo mismo. ¡Ay de mí! Tenía razón; la he recordado más de una vez y aún la recuerdo, la tengo presente. La paz de mi alma fue pagada a buen precio; el amor de Dios no era suficiente para reemplazar al suyo. Y, he aquí, hermano, la historia de mi juventud. No miréis jamás a una mujer, y caminad siempre con los ojos fijos en tierra, pues, aunque seáis casto y sosegado, un solo minuto basta para haceros perder la eternidad.
Allí estaba ella, con las piernas en cada extremo de la cama y con los gemelos en cada brazo musitando una vieja canción danesa, aún cubiertos de aquellas sustancias grasas y blanquecinas entre la sangre, sus pequeños cuerpos se notasen frágiles y el llanto no tardó mucho en llegar, me acerqué con lentitud y pedí a las enfermeras que se retiraran de la habitación. Tomé al primer varón nacido entre mis brazos y lo elevé al cielo, su piel azulada se tornaba ya rosácea y sus castaños cabellos se pegaban a su cabeza.
—Tengo los labios húmedos y conozco la ciencia de perder en una cama la antigua conciencia. Seco todas las lágrimas en mi pecho triunfantes y hago que los viejos rían con risas infantiles. ¡PARA QUIEN ME VE DESNUDO Y SIN VELOS, SUSTITUYO A LA LUNA, AL SOL, AL CIELO Y A LAS ESTRELLAS! ¡LOS ÁNGELES IMPORTANTES SE CONDENARÍAN POR MI! — exclamé.
De repente un estruendo se dió en el cielo junto a relampagos, nubes negras cubrieron la flaqueante luz de luna. Mi vista giro alrededor hasta quedarse fijo en el segundo niño, lo sostuve al igual que el otro y cerré los ojos de a pocos con una sonrisa tétrica en mis belfos.
—He aquí los servidores tuyos, leales y a tu merced, mis queridos demonios, pequeños Caden y Nolan.
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amor y muerte, sucubos angeles humanos, decepcion lujuria pasion
Editado: 08.06.2019