NOVENO CAPÍTULO.
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[Marcos]
—¡Marcos! —Grita poco después de que cerré la puerta principal de casa.
—¡Hey! —Susurré en contra de su cabello una vez que logré tomarla en mis brazos después de que ella saltará hacia mí—. ¿Y mamá?
—En su cuarto —dijo sin soltarme del cuello, cómo si necesitará quedarse así conmigo—. ¿Tienes tareas? —Preguntó con su voz inocente.
—No, muchas —dije mintiendo. Sí tenía tareas, pero sé que cada vez que mi hermana menor de 6 años me lo pregunta, sé por qué es qué quiere que juegue con ella. Y lo hago. Siempre termino haciéndolo. Así ella no juega triste por hacerlo sola y yo no pierdo la oportunidad de pasar tiempo con ella.
Ella se suelta de mis brazos y se dirige por el pasillo a su habitación.
—¡Me colocaré mi vestido! ¡Esperame! —Grita desde el interior de su habitación.
Siempre —murmuré. Dejé caer mi mochila sobre el sofá cercano a mí, y lo comienzo a abrir para sacar mi celular. Todo lo que siempre está al interior de mi mochila, siempre, lo reconozco sin problema. Está vez, mis ojos aterrizan en un sobre demasiado gordo a mi parecer.
Con la confusión conquistándome lo tomé entre mis manos. Con un marcador rojo al frente, una caligrafía muy bonita determinada y cursiva me muestra:
«De: Ice Queen.
Para: Marcos.».
Comienzo a abrir el sobre sin querer pensar antes de.
—¿Jugamos ya? —Pregunta mi hermana menor, con su vestido rosado y lleno de brillantina. Creo que se lo pone para ser una hada, o lo que sea que use una coronita y un palo con una estrella en la punta.
Asentí, y guardé el sobre en mi mochila. La cerré y fui con mi hermana.
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—Sabes que ella no tendría un mejor hermano mayor que tú ¿verdad? —Me sorprendo de la suave voz de mi madre. Intuyo que ella está detrás de mí. Comienzo a terminar de enjuagar los vasos más rápido, no quiero su falsa cercanía.
Una vez termino, seco mis manos en el trapo, volteo a verla un par de segundos mientras paso a la par de ella. Su maldito vaso. Acaso, ¿Nunca podré verla sin una maldita bebida alcohólica?
Voy a la sala de estar y me siento en el sofá junto con mi hermana menor. Ella coloca su cabeza sobre mis piernas y abraza mis rodillas.
—Quiero ir a la cama —dice suave. Su tono es suave, pero no es por el sueño, no, es por ella. Mi mamá. Una niña de 6 años no debe tener miedo de estar cerca de su propia madre, pero ella lo hace.
Desde hace un año, ya.
—Está bien —apago el televisor—. Vámonos.
La llevo sobre mis brazos a su habitación. Comienzo a abandonar la sala y adentrarme al pasillo.
—Quiero que vengas después, Marcos. —Dice con un tono frío y cortante.
—Descansa —susurró apagándole la luz.
—Marcos —dice.
—¿Sí?
—Te quiero mucho —dice con susurros en contra de su almohada, pero aún así, hicieron eco en la pequeña habitación de colores pastel.
—Sabes que yo también. Pero yo más. Descansa ya, Pétalo.
Ella abraza a su peluche de caballo con cuerno, y yo me alejo de su habitación después de haberle cerrado la puerta. Llego al inicio del pasillo. Con vista a la cocina, la veo seria con su bebida en mano, me mira.
—¿Qué era lo que...—
—Quiero que dejes al equipo de fútbol —dijo mirándome seria. Con un ridículo nivel de superioridad, también—. Quiero que lo dejes, y no está a discusión.
—¿Qué no está a discusión, dices? No puedo dejar al equipo después de años de—
—Marcos —me interrumpe—, dije. Que. No. Está. A. Discusión.
Repitió cada palabra entre dientes.
«—Te quiero mucho». La vocecilla de mi hermana se reproduce en ecos. Mi autocontrol aparece a tiempo. Sin gritarle, o faltarle al respeto, le preguntó:
—¿Por qué?
—Por qué no puedo seguir pagando. Han surgido otros gastos y—
—¿Otros gastos? ¿Así es cómo le llamas a la compra de más bebidas alcohólicas?
Ella me mira, no, me fulmina con sus ojos ardiendo.
—Eso a tí no te importa, niño, y está decidido. Mañana hablas con el entrenador para que te salgas del equipo. Y agradece, te estoy haciendo un favor. Tú no podrías continuar jugando ese deporte aunque ese fuera el único oxígeno que necesitarás, sólo, pff, mírate, no hay razón para que continúes luchando de manera constante por algo que nunca va a pasar fuera de tu inmadura cabeza.
Silencio.
Tragando grueso, me di cuenta del leve dolor que sentí al hacerlo..., el nudo en mi garganta ya estaba formado.
—¿Eso era todo? —Pregunté listo para ir a mi habitación. Listo para llorar con la encantadora soledad de lo oscura que resulta ser mi habitación en momentos en los que me resulta difícil salir del ciclo de sobre pensar y criticarme todo. Cómo intuyo que será éste. Otra vez.
Justo cuándo puedo comenzar a pensar que sí puedo cambiar esa parte de mi adolescencia en la que sólo vuelvo al anterior y triste ciclo..., el fuerte golpe volviendo abajo me hace ver que mis expectativas de estar bien no son para que las viva de manera real. Sólo son expectativas.
—Sí lo entendiste, entonces sí. Quiero estar sola —pide dándome la espalda mientras busca algo en la refrigeradora.
Me quedo observándola un poco más. Me pregunto, ¿En qué momento aquella madre que saltaba con nosotros en el trampolín o jugaba con una pelota inflable en la piscina se convirtió en eso?
Resignado, me doy la vuelta y camino a mi habitación.
«De: Ice Queen.
Para: Marcos.».
Cierto, la chica de bonita letra. Vuelvo a la sala, y caminando lo más rápido posible tomo mi mochila y esta vez si logro llegar a mi habitación, encerrarme a está y en lugar de apagar la luz, poner música y dejar que mi mente cabe solita una tumba en la que lo único que hace es sobre pensar y criticar..., dejo encendida la luz y saco de mi mochila el sobre gordito.