Memorias de Xanardul I: La escogidas

25.- Conexión

Estaban solos. Nate se estacionó fuera de la academia un momento, ya que antes de entrar Abish se cruzó con una patrulla y les avisó que hablaría con ellos. Ninguno de los dos hablaba, Aurea estaba paralizada en el asiento trasero. Sabía que algo tenía que decirle, sentía un nudo en la garganta. Sabía que era un vampiro, lo confirmó cuando Kazimir se acercó a él aquella noche. Y Nate la observaba por el espejo retrovisor, la miraba fijo. Muy serio. La odiaba, podía sentirlo. De alguna forma Nate se las había ingeniado para esconder su energía oscura de vampiro, pero no podía ocultar la repulsión que ella le generaba. Tenía que hablar, no podía quedarse callada. Si Ethel la protegía no había razón para tenerle miedo a él.

—Vas a contarle de esto a Ethel, ¿verdad?— Fue lo primero que dijo, y se arrepintió al instante cuando notó que el vampiro fruncía el ceño.

—Por supuesto —contestó él con molestia—. No sé a quién pretendes engañar, pero será mejor que adelantes el informe de una vez. ¿Por qué vienes a la Academia?

—Abish ya lo dijo...

—Hazme el favor —le cortó—. No pueden engañarme ninguna de las dos. Habla de una vez.— Si, definitivamente Nate la odiaba. Y era un hipócrita de primera, se la pasó todo el camino de la escuela a la academia portándose de lo más amable y bromista. Fingía muy bien su papel ante Abish. Le mentía, y eso de verdad le molestó. Se suponía que eran amigos, y ese miserable estaba traicionando su confianza.

—No vengas a hablarme de traición, no tienes autoridad moral para decirme eso —contestó ella, también estaba irritada—. Le mientes, lo haces todo el tiempo, ¿hace cuánto que eres su amigo? Espías a la academia para Ethel, ¿verdad? A mí tampoco puedes engañarme. Así que no me exijas nada, ni siquiera sé quién eres, no tengo que responder nada ante ti —le soltó con rabia. Si, el vampiro ese la había molestado en serio. ¿Quién se había creído que era? No le iba a tener miedo, y si creía que podía tratarla horrible estaba muy equivocado.

—Ah, así que esa es tu postura. Está bien.— Por un instante pensó que las cosas iban a quedarse así, pero se dio cuenta pronto del error que cometió. No debió hablarle de esa forma a Nate. Fue muy rápido, cuando se dio cuenta este se había girado y la tenía cogida del brazo con fuerza. A Aurea se le escapó un quejido, y acabó convencida de que acababa de cometer la estupidez más grande del mundo al desafiarlo. Los ojos de Nate habían cambiado, estaba listo para atacar y ni siquiera le importaba que estuvieran estacionados frente a la Academia rodeados de enemigos—. Sé muy bien lo que eres, zorra Asarlaí. No vengas acá a hablarme de mentiras, porque ni siquiera le has contado a Abish sobre Ethel ni piensas hacerlo.

—Basta... suéltame —le pidió. El vampiro le retorció el brazo, la estaba lastimando en serio y ni siquiera podía gritar por ayuda. Tenía miedo de las consecuencias.

—Ahora vas a cerrar esa maldita boca y no dirás ni una palabra de esto. ¿Ha quedado claro?

—Si...—murmuró. Nate empezó a soltar su agarre, ella contenía las lágrimas de dolor. ¿En qué momento estúpido creyó que podía jugarle a un vampiro? Claramente Nate no era como Kazimir, y si la lastimaba incluso cuando Ethel ordenó que la protegieran solo significaba que estaba casi a su nivel. Eso no era bueno para nada.

—Y no creas que porque Ethel ordenó mantenerte con vida será así, porque no pienso cumplirlo. Te recomiendo que te cuides, porque a la primera que te distraigas acabaré contigo. Será un trágico accidente —la soltó. Ella se sobó el brazo, sentía como si le ardiera, tendría que sanarse a escondidas luego. Fue justo en ese momento que escuchó el golpe en el vidrio del auto. Sintió que se le paralizada el corazón. Abish estaba ahí parada. Los había visto.

—¿Me puedes explicar qué mierda te pasa a ti? —reclamó desde afuera mientras miraba rabiosa a Nate—. ¿Qué le hacías? ¡Baja del auto, cobarde! —gritó, y llamó la atención de quienes pasaban por ahí. Reconoció algunos rostros. Estaba esa chica Alicia. El tal Nigel, y Matt. Esa escena empezó a ponerla nerviosa, no quería ponerse a discutir. Tenía miedo, porque Nate ya se le había dejado todo muy claro y sin duda se la iba a cobrar por provocar ese incidente. 

—Cálmate, Abish —le pidió Nate en tono conciliador, y cumplió. Bajó del auto a tranquilizar a la cazadora. Antes de dejar el vehículo le dedicó una mirada llena de rencor.

—No, tú a mí no me dices qué hacer. Lo vi todo, Nate. La estabas lastimando, ¿qué te ha hecho? Ah no, mala pregunta. No importa, no tienes ningún derecho a lastimarla.

—Si, si. Está bien, tienes razón. Perdí los estribos, no sé qué me pasó. Sabes que no soy así —se excusaba Nate. Volvía a ser el amigo fiel de siempre, pero ya no le estaba quedando bien el teatro—. ¿No te la pasas diciendo que es una bruja desesperante? Pues lo es, eso lo aseguro.

—¡No tenías que ponerle ni un dedo encima, imbécil! —gritó molesta. Más cazadores que pasaban por ahí se detuvieron. Se iba a armar un escándalo.

—Ya sé, lo siento. En serio, Abish, lo siento —se disculpaba, y hasta parecía arrepentido—. Me descontrolé, no debí, no lo entiendo.




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