Ya han pasado dos horas y el Sr. Andrade aun no llega. ¿Qué lo habrá retrasado? ¿Por qué estoy tan impaciente? No puedo parar de pensar en él y sus recuerdos, pero sobretodo en su hija… Emilia.
–Beatriz –me dirijo a mi secretaria.
–Dígame –me responde.
–¿No ha llamado el Sr. Andrade? Debería haber llegado a las 9 y ya son las 11. Estoy perdiendo mi tiempo aquí.
–Lo he llamado y no contesta, Sr. Bergman.
–No contesta… –río con sarcasmo.
–Seguiré llamando.
Camino nuevamente hacia mi oficina y me siento en la silla de cuero negro. Me acerco a la ventana y veo que comienza a llover. Nunca me ha gustado la lluvia, es muy alegre.
Subo a la azotea, prendo un cigarrillo y me apoyo contra la pared. Nunca antes en mi vida había sentido tanta desesperación por algo. Quiero volver a ver a Emilia en un recuerdo diferente. Quiero conocerla a profundidad y entender todos sus pensamientos y emociones.
El humo del tabaco me calma. Lanzo la colilla al suelo y la piso con mi pie derecho. Desciendo por el ascensor e ingreso a mi oficina. Segundos después, entra mi secretaria y me dice:
–Sr. Bergman, el Sr. Andrade no vendrá hoy. Ayer tuvo un paro cardiorrespiratorio y se encuentra en estado grave.
Al escuchar esto, mi corazón se detiene por un segundo. Me quedo sin aire y ningún pensamiento fluye en mi cabeza.
–¿Quiere que agende más horas para hoy día? –me dice Beatriz.
–Sí, por favor.
Aquellas son las únicas palabras que logro articular.
Beatriz se retira de mi oficina.