Memorias Externas

VII

    Tengo 78 años y estoy sentado al borde de un acantilado, sintiendo brisas fuertes azotándome el rostro. Nada me sostiene y, hacia abajo, se extiende un gigantesco vacío.

    He dejado de lado todos los recuerdos solamente porque me volví adicto a este. Hace ya un par de horas me enteré de la muerte de Manolo Andrade. Su recuerdo me atormenta y me persigue. Estoy afligido por la muerte de una persona que ni siquiera conozco, pero no porque me duela, sino porque me desespera. ¿Dónde estará Emilia ahora? ¿En qué estará pensando? ¿Estará llorando la muerte de su padre?

    Me levanto del sillón carmesí e ingreso a mi computadora, totalmente decidido a encontrar a Emilia Andrade. ¿Qué es lo que sé de ella? 39 años, profesora de literatura en la Universidad del Desarrollo e hija de un hombre que vivió una vida intensa.

    Me adentro en la página de la universidad y busco a los docentes, con la esperanza de que su nombre aparezca en la lista. Logro encontrarla… es ella.

    Reviso su foto y utilizo mis habilidades con la computadora para rastrearla por el internet. Encuentro sus perfiles en las redes sociales, su dirección, sus estudios, sus publicaciones, sus fotos, sus comentarios alrededor de la web.

    Le gusta la música clásica, el whisky, andar a caballo, viajar por el mundo. Toca el piano y el arpa. Es perfecta.

    Me paso toda la noche indagando en su perfil cibernético y me armo una idea de cómo sería conversar con ella.

    Encuentro una noticia: “Manolo Andrade, connotado periodista muere de cáncer a la edad de 97 años”.

    Reviso la noticia e investigo aún más, con el simple propósito de encontrar el lugar donde tomará lugar el funeral.

    Será mañana, al mediodía, en el Cementerio General de Santiago.

    Francamente, no me interesa ir al funeral de ese viejo intrépido; solamente quiero ver a Emilia.

    Al día siguiente, despierto entusiasmado y un tanto contento. No me importa faltar a mi trabajo, con tal de asistir a un funeral al que no estoy invitado. Ni siquiera me pongo un traje negro; me visto con mi casaca de cuero y mis pantalones beige, para luego salir de mi departamento con la rapidez de un águila. Ingreso a mi auto y conduzco al Cementerio General, llegando justo al momento en que el ataúd desciende en la tierra.

    Me mantengo distante a las demás personas, observando desde una esquina, buscando con la mirada a Emilia. No la encuentro por ningún lado.

    Finalmente, la veo.

    El día es gris, pero ella lo ilumina.

    No entiendo lo que me pasa. Ella me produce sensaciones extrañas. Me hace sentir que no estoy totalmente solo y que quizás vale la pena vivir la vida lejos de los recuerdos. Me quedo observándola fijamente un buen rato. Su cabello está más corto, pero las pecas siguen ahí. Es delgada, baja e interesante. 

    Permanezco ahí, erguido sobre mi propio peso y manteniéndome inmóvil. No quiero que me vea; cualquier persona que me viera entraría en una desilusión inmediata. ¿Qué soy yo? ¿Quién soy yo? ¿He logrado algo en mi vida? Solamente soy un infeliz que roba la felicidad a las demás personas. No tengo recuerdos bonitos de mi propia vida, por lo que debo quitárselos a los demás, para poder sentir un atisbo de felicidad en mi miserable existencia que carece de sentido.

    Emilia, eres como una sonrisa en oscuridad eterna. Eres un millón de sabores diferentes en un mar insípido. Eres una variación musical en acordes simples. Eres una brisa en medio de oleadas de calor. ¿Qué me ocurre? ¿Por qué aspiro a lo imposible?

    Doy media vuelta y me encamino a mi automóvil. Tengo una sensación extraña en mi pecho, como de angustia y desdicha. No comprendo nada.

    El día es eterno, pero logro sobrevivirlo.

    Ya es de noche y me encuentro tirado en mi cama, mirando a la nada. Prendí un cigarrillo, pero no lo fumé; se está consumiendo solo, formando una hilacha de cenizas. ¿Qué puedo hacer en mi situación? ¿Por qué no puedo dejar de pensar en una persona que ni siquiera conozco?

    Me levanto rápidamente y me conecto al MBR 2.4, pero esta vez, para revivir el momento donde la vi a ella, tan frágil y fuerte al mismo tiempo.

    El día es gris, pero ella lo ilumina



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Editado: 28.02.2018

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