Mentiras

38 grados

El clima se hacía más inaguantable con el pasar de los días. El sol estaba en lo más alto, el calor era una de las cosas más molestas, más cuando no estábamos acostumbrados a esa temperatura, al menos no en esa época del año. El pequeño pueblo de Bellingham, en el estado de Washington estaba sufriendo las inclemencias del clima cálido. No era algo normal, después de todo el clima siempre era lluvioso, bastante frío y en algunas ocasiones solía nevar. Aunque tal cosa no pasaba desde hace un par de años.

 

El termómetro de la sala de estar llegaba a marcar casi 38 grados centígrados, una de las temperaturas más altas registradas desde 1987. Según mi padre quien relataba eso a la hora de la cena, por tercera vez consecutiva en el día me estaba contado como había sido ese verano, lo recordaba con lujo de detalle. Era tan insoportable que incluso tener las ventanas abiertas era un completo martirio, el estar bajo la sombra de un árbol tampoco era de mucha ayuda pues de todas formas era caluroso.

 

Las risas escapaban de mi boca ante las palabras que este me contaba, como sin que sus padres se percataran de sus acciones, él y sus hermanos metían la cabeza dentro de la nevera para poder disfrutar del hielo, lo que claro, terminaba con todos ellos castigados limpiando el patio de la casa bajo imponente sol, el a sus diez años fingía estar enfermo para no hacer nada y dejar que sus hermanos mayores hicieran todo el arduo trabajo y claro estos se vengaban luego, recuerda bien cada noche en que ellos arrojaban un valde lleno de agua fría sobre el para despertarlo o como metían su ropa limpia al lodo.

 

Aun cuando el me contara todo, eso una y otra vez yo lo escuchaba con atención, mostrando toda mi emoción mientras el relataba las anécdotas de su niñez. Después de todo cada domingo de cena familiar eran las historias que mi padre me relataba demasiado emocionante e imaginaba cada una de las cosas que salían de su boca, lograba ver el brillo en sus ojos cada que él hablaba y recordaba su niñez, según él una de las mejores épocas de su vida, claro esos momentos incluyen el haber conocido a mamá y el que yo haya llegado a sus vidas. Amaba con todo mi ser todos esos momentos, amaba a mi familia. No imaginaba una vida en donde ellos no existieran.

 

¿Cómo podría dejar de escuchar a mi padre? Ese entusiasmo tan único con el que relataba sus historias, siempre terminaban por hacer volar mi imaginación a niveles inimaginables, en mi mente veía cada una de las anécdotas, como si de una película se tratara. Podía pasar mi vida entera escuchando sus aventuras. Las tardes familiares y de juegos se habían convertido en una tradición en nuestro humilde hogar, en las que en ocasiones se unía mi mejor amiga. Desde que tenía uso de razón, las cosas habían sido así. Durante las vacaciones todos necesitábamos un momento a solas, para pasar el tiempo con calma, cada uno por su lado, pero en nuestro caso estar así los tres era lo mejor del día, contarnos todo y compartir risas, éramos una familia unida, no había dudas de eso, éramos realmente unidos y por sobre todo felices.

 

Me consideraba una chica bastante alegre, llena de vida y siempre con la mejor disposición del mundo para poder ayudar a los demás. Según mamá, desde siempre había tenido una enorme sonrisa en el rostro, aun cuando era niña y me faltaban mis dientes no dejaba de sonreír y demostrar lo feliz que era. Amante de la música clásica y el rock, aunque de vez en cuando pasaba a escuchar algo de hip hop haciendo el ridículo en mi cuanto mientras las canciones de Snoop Dog sonaban a todo volumen. Hacer su típico baile era algo que me gustaba bastante.

 

Correr al aire libre era parte de mi rutina diaria desde que cumplí los doce años, antes de las clases o en ocasiones después de ellas, pero siempre acompañada de mi fiel y leal Mako, un hermoso Husky de color negro con una mancha blanca en uno de sus ojos y en sus patas, era mi mejor amigo perruno y mi compañía. Papá lo había rescatado en la autopista, el pequeño cachorro vagaba, siendo ignorado por todos los automovilistas, pero mi padre y su buen corazón se habían apiadado de ese pequeño cachorro. Lo trajo a casa y mi vida se alegro aún más. Mako es mi mejor amigo, aun cuando es un desastre y rompe todo lo que muerde, lo amo con todo mi ser.

 

Las clases estaban a un par de días de iniciar, estaba emocionaba por regresar, había sido un hermoso verano paseando por distintos lugares con mi familia. Si extrañaré mis días de descanso y tener largas maratones de series hasta altas horas de la madrugada comiendo bocadillos que sacaba a escondidas de la cocina para que mi madre no me regañara por estar comiendo hasta altas horas de la mañana, era un mal hábito que había adoptado cuando pase un verano completo en Fresno con una de mis primas. Mía era la que nos incitaba a salir de nuestro cuarto a las tres de la mañana para comernos lo que había quedado de la cena. No podíamos evitarlo, después de todo la abuela cocinaba delicioso. Y claro siempre que nos encontraban fingíamos sonambulismo, obviamente nadie nos creía tal cosa, pero nos la pasábamos de maravilla.  

 

Junto a mi madre, una mujer de cabello largo y oscuro con algunas ondas en este, ojos claros y una sonrisa adorable recorríamos el centro comercial en busca de ropa nueva para iniciar el nuevo año, en lo personal me conformaba con usar lo mismo de siempre, no es como si nuestra ciudad tuviera el mejor clima para usar atuendos tan llamativos, suéteres de lana, abrigos son mi ropa favorita para escapar del frio, pero mamá insistía en que usara el dinero que rodos mis abuelos me habían dado para comprar cosas nuevas y claro me obligo a tirar la ropa que mis tías me habían dado para navidad, unos espantos suéteres navideños con colores exageradamente llamativos.




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