Mentiras En Tus Verdades

*Capítulo Dos.

°LIBERTAD°

 

Alemania, 1818.

Jasmine nunca esperó que su madre la odiara tanto. Después que llegó al campo, permaneció dos meses ahí, Meredith se comportó lo más dura con ella, tirando jarrones o cualquier cosa que encontrase en medio, para golpear a Jasmine, Meredith además de agredirla la había culpado de haberla golpeado, pero eso estaba lejos de ser verdad, Jasmine estaba más preocupada por lo que pasaba a su mamá, cada día perdía mas de su uso de razón cuando se trataba de ella.

Oraba y pedía a Dios que Meredith mejorará, que vuelva a ser esa madre cariñosa y buena de cuando era niña, que aunque esos tres meses la habían golpeado, esperaba que su mamá la volviera a amar, al igual como ella la amaba a ella.

Y entonces un día llegó un carruaje desconocido a su puerta, pero con un escudo que decía «Hospital de recuperación mental» Jasmine estaba asustada en ese momento, rondando la idea que tal vez su padre iba a enviar a Meredith a un hospital asi. Pero cuál equivocaba estaba, de pronto unos hombres vestidos de blanco agarraron a Jasmine de los brazos y la arrastraron hasta el carruaje, que más parecía una pequeña celda que no la permitían escapar ¿Por qué ella? ¿Acaso la que  perdía la razón no era su madre? Miró entre las rendijas y encontró en el camino que dejaba atrás a su madre, sonriendo mientras que el carruaje se alejaba de su último hogar, no comprendía, parecía que su madre había planeado eso pero ¿Por qué? ¿Qué hizo Jasmine para merecer el odio de su madre de la noche a la mañana?

Después de ese día, permaneció tres años ahí, con las selectivas leyes de ese hospital de locos, parecía que había perdido la sensibilidad al igual que todas esa personas que paseaban por los pasillos, dejó de sonreír frecuentemente y se dedicó a llorar más, ya no recordaba con claridad aquellos que se llamaban su «familia»que se habían olvidado de ella, sus mechones negros dejaron de ser alegres y sus ojos tenían más un brillo nostálgico y gélido. En los primeros días en ese lugar, espero tal vez que su amado padre la viniera a reclamar, pero después de mucho tiempo, dejó esa esperanza lejos de su corazón traicionado. Ahora tenía dieciocho años, cuándo ingreso solo tenía quince. Que cruel parecía que fue el destino con ella.

Sus vestidos que antes eran las más finas telas, ahora sólo era un vestido gris que usaba todos los días, junto con un moño bien sujetando su cabello. Su día partía entre limpiar lo que ordenaba una mujer, la que suponía que era su «cuidadora» y después poder comer un poco, a lo que alcanza ir a una habitación para contar socializar con las demás pacientes, pero ella lo tomaba más sola, escondía en la oscuridad de un rincón. Su asiento preferido un sillón para una sola persona, a la sombra de una ventana en la esquina de la habitación.

Jasmine miraba todo lo que le rodeaba, las personas que caminaban sin rumbo y con los ojos perdidos, sus cabellos alborotados, tanto rubias y castañas, unas que otras estaban sentadas y otras peleaban, esas paredes con el tapiz desgastado y ese piso de madera que tenía insípidas alfombras. Su alma sólo quería escapar de todo eso, pensar que vivía una horrible pesadilla y que cuando despertará se encontraría con su cariñosa madre y su padre, pero sobretodo a Evan, diciéndole que sólo era una pesadilla.

De entre los pliegues de su gris vestido, sacó un pedazo de papel desgastada, en la que se hallaba escrito una carta de su querido mejor amigo Evan, ese último que contó guardarlo antes que la arrastraran a esta prisión. Esas palabras que estaban escritas eran su único consuelo para poder vivir y no huir a la idea de cortar ya con su vida.

Mi querida Jasmine.

No te voy a negar que cuando no te encontré y escuchar la noticia de que habías marchado del país, me lleno de tristeza. Perder a tu mejor amiga no es fácil y mucho menos cuando siempre fuiste la única persona en quién confíe. Te extrañaré mi bella Jasmine, pero sé de ante mano que está no fue tu decisión. Ahora déjame escribirte tal vez por última vez, una despedida.

Yo, Evan Adams, Duque de Sheffield, pero ahora y siempre tu mejor amigo, espero que estes bien y no sé las causas de tu huida, pero te deseo la más infinita felicidad en donde te encuentres, que aún mantengas ese positivismo que sin darte cuenta me ayudaron en el tiempo que estuve contigo, que mantengas esa sonrisa plasmada en la más absoluta sinceridad, que demuestra siempre estar dispuesta a ayudar a quien más necesita y que no dejes tener esa ganas de vivir que siempre se notaron en ti. Sé siempre tu misma Jasmine. Mi bella amiga, espero algún día cruzarme una vez más en tu camino.

Con mucha tristeza, el Duque Sheffield, tu fiel amigo.

Sin darse cuenta, Jasmine se le escaparon sus primeras lágrimas, añorando tal vez salir algún día... escapar de este lugar, al pasar tres años siendo mansa, los cuidadores no se preocupaban por ella ¿Sería una buena oportunidad para huir ahora? Entonces su corazón se calentó con esa idea, aunque sólo era un plan de su cabeza, haría todo lo posible para huir y buscar a Evan, que de seguro era el único que se mantenía fiel, sin saber nada de ella.

DIAS DESPUÉS.

Jasmine esperaba echada en su cama, con la luna resplandeciente alumbrado por una pequeña rendija, en algún momento una cuidadora vendría a echarle en cara que aún no era hora de dormir, pero entonces ella haría todo lo posible para quitarle las llaves que colgaban en su delgado dedo siempre.

Poco a poco escuchó pasos firmes recorriendo el pasillo y de pronto su puerta se abrió.

— ¡¿Pero que haces?! ¡Despierta olgazana!— Sintió como una manos la zarandeaban bruscamente.

Ese era su oportunidad, abrió lo ojos y saco la mano de su espalda, donde ocultaba un clavo viejo que habiase sacado del marco de su ventana, entonces se le clavo en el cuello a la señora Adriana, tomo el manojo de llaves de la encargada que cayó al piso desesperada, al ver sangre en sus manos, decidió ver a la señora que se retorcia en su cama, que tenía una mano en su cuello donde no dejaba de salir sangre.




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