AÑO 2018. Punta Lara. Argentina.
Con pasos cautelosos, la chica sube la maltrecha escalera de hierro que se retuerce hacia arriba, su figura enmarcada por la penumbra del edificio abandonado. Las paredes desconchadas y las ventanas rotas son testigos mudos de la decadencia que ha corroído este lugar una vez grandioso. Su mirada, firme y resuelta, refleja una mezcla de nerviosismo y valentía mientras avanza hacia su próximo trabajo.
La luz tenue de la luna apenas logra iluminar los contornos de su silueta, delineando el camino hacia el encuentro inminente. Al llegar al último tramo de la escalera, se encuentra con la oscuridad lóbrega de un pasillo desolado. A medida que avanza, el eco sutil de sus pasos se mezcla con el tenso susurro de conversaciones y gritos distantes. La tensión en el aire se espesa mientras la chica se acerca al final del pasillo, donde las sombras dan paso a la presencia imponente de los hombres, rostros ocultos bajo la penumbra, listos para un encuentro con la cazadora de mentirosos.
Siena miró detrás de aquellos hombres con una mirada inexpresiva, apretando con fuerza la correa de su mochila, y levantó una ceja al ver a los tres hombres colgando del edificio en sillas, completamente golpeados y ensangrentados.
—Disculpen... Tengo una cita, ¿Quién me contrató?—cuestiona la adolescente levantando su propia mano mirando a los presentes de uno en uno.
Los hombres detrás del jefe del lugar ríen mientras rodean a la colorada sonriente, pero el mayor de todos ellos levanta su palma para callarlos.
—¿Tú eres... la cazadora de mentiras?
La confusión era visible en el hombre al ver a una niña con una camiseta de Argentina, sosteniendo la correa de su mochila tranquilamente.
—Oh...—suelta la colorada de flequillo rebuscando en su bolso su tarjeta de presentación.—Sí.
—¿Sí...?—el hombre toma burlonamente la tarjeta.—increíble.
El otro hombre de muleta se acerca a la colorada incomodándola.
—¿"Cazadora de mentiras, servidora de la verdad"?—Lee el hombre, causando más risas de los hombres y ella solo rueda sus ojos a un costado.
—Niña, espera aquí un momento, ¿Sí?—suelta tomando su teléfono para realizar una llamada.
Siena desvío su mirada a una pared por la incomodidad de la mirada fija del hombre de muleta sobre ella, mientras su jefe hablaba por teléfono.
—Hola, jefe.... Sí. ¿Es de verdad está la cazadora de mentiras...? Es una niña.
—Creo que te equivocaste de dirección, niña. Mejor vete.—suelta el de muleta y traje gris hacia la colorada, con molestia en su voz.— o te meterás en problemas.—finaliza golpeando con dos dedos la frente de la chica.
Siena suspira ante el ardor del golpe y mira al hombre con inexpresividad.
—¿¡Qué!? ¡Baja la mirada ahora, mocosa!.—eleva la voz mientras levanta su palma para golpear a la chica, que aparta su rostro en reflejo.
—¡Ey, no la toques!.— interrumpe el mayor —atrás...
El hombre refunfuña acatando su orden con dificultad al tener un yeso en su pierna y la colorada suspira aliviada.
—Perdón por no reconocerla.—se disculpa el mayor adelantándose a ella, a lo que Siena asiente en aceptación.—Por aquí.
Le apunta a los tres hombres amarrados al borde del edificio, mientras los demás hombres le abrían camino. Siena mira al hombre luego de acomodar levemente su fleco desordenado y se dirige a los tres colgados. Su temor a las alturas la hace aferrarse a la correa de su mochila y dar varios pasos atrás, pero rápidamente se recompone para interrogar al primer sujeto.
—¿Tú los delataste a la banda de los perros?
—...no.—responde luego de unos segundos, sin mirar a la chica.
Un pitido largo resonó en la cavidad auditiva de Siena, lo que la hizo asentir para ir al siguiente sujeto.
—¿Tú los delataste a la banda de los perros?
El de muleta suelta una risa nasal mientras se burlaba de la chica.
—No. Lo juro. No lo hice—responde agitadamente el segundo hombre por los dolores en su cuerpo.
El mismo pitido resuena en los oídos de la colorada y vuelve a asentir. Se dirige al tercero y este la asusta por responderle a los gritos antes de que preguntara.
—¡No! ¡Yo no fui...! Esto no es justo...—lloriquea con temor.
Lo mismo ocurrió y Siena asintió rápidamente para voltear al jefe y responder su duda.
—Debieron esperar a mi llegada. Ninguno de ellos lo hizo.
El mayor suspira profundamente mientras acaricia su barbilla.
—Señor, ¿Por qué confía en una niña que acaba de conocer?—escupe con molestia el de traje gris mientras se sostiene de su muleta.
La colorada cruza sus brazos sobre su pecho y rueda los ojos, pero de repente un pensamiento cruza su mente y voltea su vista al de traje gris.
—Espera. ¿Fuiste tú? ¿Tú los delataste frente a la banda de los perros?
—¿Qué estás diciendo?
Siena frunce su seño ante la respuesta ambigua del hombre. El mayor mira al de muleta y ordena fríamente.
—Respóndele.
—Pero, señor...—ríe nerviosamente.
—¿Qué? Responde.—la frialdad en su voz hacía que Siena sintiera nervios ante su autoridad.
El hombre medita su respuesta por unos segundos y luego sonríe hacia Siena para responder.
—Claro que yo no fui.
Los oídos de la chica zumban, sintiendo cada palabra adentrarse en sus cavidades auditivas, y oyen una campana mientras su vista estaba depositada en el suelo, a lo que la levanta con sus ojos abiertos ante la clara mentira.
—Fue él.—responde inexpresiva y el hombre abre los ojos a más no poder, mirando a su jefe.
—¿Qué dijiste...? ¿Quién te crees para decir eso? ¿Tienes pruebas?—eleva su voz con molestia.
Siena desvía su mirada acercándose unos pasos y vuelve a mirarlo para responder.
—Si yo lo digo, ... Es porque es verdad.—sonríe de lado tomando la correa de su mochila.
El mayor mira a la colorada y luego al de traje gris, quien titubea nervioso.
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Editado: 06.08.2023