El cuarto estaba vacío, no había absolutamente ningún rastro de mi estancia de este último año, en cualquier momento tendría que irme a la estación de autobuses. Elizabeth dormía en el sofá de la sala, esperando a que la hora de mi partida se acercara. Había algo mal conmigo, no era el tipo de mal al que estaba acostumbrado. Sentía un vacío dentro de mí, la necesidad de hablar y la incapacidad de hacerlo, tenía apetito, pero estaba lleno, sabía que no podía comer sin límites, así que deje que se sumara a la pila de sensaciones.
Mis párpados se volvieron pesados, mis fuerzas disminuyeron, sentía que no podía ni siquiera apretar el puño. Llevaba un largo rato viendo las escasas estrellas a través de la ventana. La somnolencia me estaba envolviendo, listo para caer en los brazos de Morfeo.
Un ruido en la ventana me provocó un sobresalto, creí imaginar que algo la había golpeado. Mi sospecha se confirmó cuando el suceso se repitió. Intrigado, me acerqué con cautela hacia la ventana, desde mi ángulo solo podía ver la oscuridad del patio, arbustos y las luces del vecino. Abrí la ventana para asomarme por ella, la brisa nocturna me acarició el cabello enviando escalofríos por mi cuerpo. Mis ojos cual gato se fijaron en el arbusto, enfoqué la mirada aclarando los detalles, claramente algo se estaba moviendo dentro de ellos. Respiré de manera profunda por la nariz, pude percibir un aroma que jugueteo con mi memoria y realizó una conexión. Era un aroma frutal. Champú de unicornio.
—Ya puedes salir de ahí. —Expresé. Me llevé los brazos a los costados.
—Te estas volviendo bueno en esto de asechar a las personas. —Era Stella. Se había escondido en el arbusto y ahora se acercaba a la ventana. —Pensé que podríamos ver una película. —Decía a la par que se mostraba confundida por la falta de muebles en mi cuarto.
Le aparté la mirada, froté mi codo. —No quería hacer un escándalo sobre ello.
Ella se molestó. Atravesó la ventana con una maniobra. Estaba tan cerca de mí que su aroma me intoxicaba. Llevaba un top negro, con una camisa de mezclilla y unos shorts. Su cara estaba ligeramente maquillada como de costumbre. —Ya habíamos hablado esto, Ray. —Me presionó el pecho con su índice varias veces. —No puedes apartarme de ti solo porque te plazca. Quiérelo o no soy lo más cercano que tienes en este momento, ¡y me ocultas que te vas a mudar!
Mis mejillas normalmente pálidas ahora estaban rojas. —No soy muy bueno con las despedidas. Aparte tú también te vas a mudar, dijiste que ibas a ir a Brown.
—No te preocupes, a mí no me trataste de matar. —Se detuvo un segundo a examinar su oración. —Bueno. Detalles. No importa. ¿A dónde se va mi demonio de la guarda?
No era un apodo del cual fuese fan, pero era de los que menos me desagradaban. —Glassdrop.
—Asco. Pensé que me seguirías a Brown o algo así.
—Tú pensaste eso, yo no estaba muy convencido sobre ello. —Indignada se señaló así misma. —Tú te pierdes de este pedazo de carne. —Sabía a lo que se refería, igual, la selección de palabras no había sido la mejor. —Este perro cuerpazo no lo cuido para que los chicos me ignoren.
—Dile eso a las donas y el café de los fines de semana. —Era una de las tradiciones que seguíamos.
Me mostró el dedo. —Al menos yo no me como a cabrones a diestra y siniestra, pendejo. —Ouch, casi me importa un carajo su insulto. Su mano se deslizó por mi mejilla y me atrajo en su dirección. —¿Cuándo te vas? —Preguntó con delicadeza.
—En unas horas. —No sé quién estaba más perdido con el rostro del otro. Sin darme cuenta mis manos descansaban sobre su cintura.
—Nos da tiempo de hacer algo, por los viejos tiempos. —Podía respirar sus palabras y responder con acciones, sin embargo, luchaba contra el impulso de lanzarla contra el colchón desnudo y arrancarle las prendas. Pero no. No quería cargar con eso en mi mente. Quería apegarme a mi palabra, por más hipócrita que sea quería cumplir con la promesa que le hice a su padre. Ella sonrió. Me demostró compasión y empatía con un simple gesto. Se puso de puntillas y me dio un beso corto en los labios. —Estoy orgullosa de ti. —Le atrapé en un abrazo. Su corazón le contagiaba el ritmo al mío. —Te voy a extrañar, pequeña bestia.
—Yo también. Bella durmiente.
Se apartó un poco y me golpeó el pecho. —Hay de ti donde me bloquees cabron. No me alejes tanto de ti, no te hagas tanto daño. —Nos apartamos, nos tiramos al suelo y nos tomamos de la mano. —De haberlo sabido te hubiera traído un regalo de despedida, una foto o algo.
—Oh, ya tengo una de ti. —Me volteo a ver sorprendida y me lanzó un puñetazo al hombro.
—¡Eres un cerdo, dijiste que la habías tirado!
—Si la tiré, a mi caja de recuerdos. —Ambos reímos.
—Ten. —Me extendió su teléfono celular. —Quiero que te lo lleves.
Permanecí estático. —No, no puedo aceptarlo.
—Claro que sí, si puedes y lo harás, conociéndote no tardarás ni un solo día en volver a pensar en ella y convertirte en un desastre, así que te dejo mi lista de reproducción completa, para que al menos una canción de las cientos que hay ahí, se vuelva tu canción con alguien más.
Tomé el teléfono. —Desde el primer momento supe que no podríamos hacer esto. —Esbocé una sonrisa, ella me vio confundida. —Hacer lo que hacemos sin desarrollar sentimientos de por medio.