HAMBRE
Trinity, 2013
En los últimos dos meses mi vida había tomado un giro radical, todo gracias a aquel sentimiento de debilidad. Punto confuso que ponía en cuestión mi cordura. Me sentía como un extraño en su propia casa, como un hombre desnudo vestido de traje. Escaseaba de aquel sentimiento personal, no sentía que correspondía. Había dejado de sentirme cómodo conmigo mismo.
Desesperanzado, abandonado. Apartado a morir solo, si es que eso es posible.
Transcurrida la primera semana, podía sentir como mi cuerpo se viciaba, podía sentí a “eso” dentro, callado, cauteloso, esperando el momento indicado para tomar el control.
Estaba harto, harto de ser el que siempre tiene que sufrir, cansado de no saber quién soy y no saber porque vale la pena luchar.
Intercambié una vida por otra, un principio alquímico para mantener el balance universal, acaso ¿fue la decisión correcta? Los fantasmas de mi pasado asechan mis sueños, se incrustan en lo profundo de mi ser y generan esta sensibilidad atemporal que me obliga a revivir horrores una y otra vez.
Estaba solo, no tenía amigos, no tenía familia, no tenía pareja. Los placeres de la carne no ayudaban, solo reafirmaban el abandono de toda divinidad.
Una semana después llegué a la conclusión de que no necesitaba comer o dormir, aquellas eran necesidades pasajeras que se presentaban por mera inercia.
Mi salud volvió a empeorar desgraciadamente. No lo llamaría depresión, más bien monotonía. Nada me placía, nada me gustaba y nada me saciaba, pasaba mis días inmerso en el aburrimiento. Los viernes eran mi salvación. Mi tía Elizabeth quien tan solo era un par de años mayor que yo, venía a verme todos los viernes para revisar que no hubiese creado un desastre en su casa y que estuviera bien. Ella sabía que había tenido problemas, pero no sabía cuál era el problema.
Aquella semana había tocado comida china y gracias a mi falta de apetito pude comprar bastante, incluso helado de menta.
—Hola, carambola. —Me causó una sonrisa al ver lo infantil que se comportaba conmigo.
—Hola cara de bola. —Respondí.
Me observó detenidamente. —¿A caso creciste más en este mes?
—Como crees. —Mentí. Claramente había crecido descontroladamente en los últimos dos días.
—Y aun así parece que creciste más de un centímetro.
Bufé. —Claro que no, tanto alcohol te está pudriendo el cerebro.
—Ja ja. —Expresó con sarcasmo.
Tuvimos una cena tranquila, agradable.
—¿Listo para la introducción universitaria?
—¿Qué es lo peor que podría pasar?
—Siempre tan directo, ambiguo y estúpido. —Tomó de la cazuela de arroz frito y comenzó a comer directo de ella con un tenedor. —¿A caso nunca sientes miedo? —Negué con la cabeza para hacerme ver valiente. —¿Ella estará ahí? —Sentí que mi estomago me hablaba.
—No lo sé, nunca lo comentamos. Espero que no. Ya que no es algo con lo que quiero lidiar en este momento.
—Sabes, yo solía ser como tú. —Tomó el envase del pollo teriyaki. —Era muy dependiente de los demás, principalmente de mi pareja, y cuando me dejó, pues no reaccioné de la mejor forma posible, entre en pánico, porque me di cuenta de que había perdido a todos mis amigos y me entregué a un estilo de vida que simplemente no era bueno. —Cogió otro bocado. —La razón por la que te digo esto es por si estás pensando en tomar ese camino. —Cuchareó el envase ahora vacío. —¿Quieres un consejo? —Alzó las cejas y sin esperar respuesta retomó su discurso. —Sal con alguien más, nada formal, toma todas las oportunidades que de la vida. Eres muy joven para vivir con el remordimiento de que tu novia de preparatoria terminó contigo. —Giró sus ojos. —No quería decir esto, pero tú eres un chico apuesto, tienes algo que muchos otros chicos no.
•••
Glassdrop, 2014
Llegué a la casa con la ropa húmeda. Aparqué la bicicleta en el patio y entré por la puerta trasera. Me acomodé el cabello empapado y me retiré los audífonos. Fue entonces cuando noté que los chicos estaban en la sala. Puse mi uniforme sobre la mesa y pasé a la sala. Pasó casi desapercibida aquella chica de ojos color chocolate. Tenía la mirada fija sobre ella, había algo familiar en su porte. Vestía un top color amarillo mostaza, encima de este una chamarra de mezclilla. Su cabello apenas tocaba sus hombros. Sus cejas eran gruesas y definidas. Su pulgar posaba sobre su labio inferior mientras observaba y escuchaba atentamente a Ben.
Notó el peso de mi mirada así que vio en mi dirección. Quedo igual de impactada con mi presencia que yo con la suya. Claramente era Dana.
Logan me tomó por los hombros y señaló en su dirección. —Creo que no los han presentado. Ella es Daniela Valenzuela. —Ella era la chica de la noche anterior. —Es la quinta roomie. —Quedé impresionado por esas palabras.
Me vio con cierta preocupación, probablemente no quería hablar de lo que sucedió anoche, pero simplemente no podía ignorar que se había desaparecido. Traté de sacar lo mejor de una situación incómoda. Le saludé con la mano temblorosa y me volví a presentar. —Soy Raymond, pero todos me dicen Ray. Se puso de pie y nos saludamos con un beso en la mejilla.