Glassdrop, 2014
Mi cuerpo se había convertido en un recipiente de una sustancia inflamable llamada pánico. Fluía por mis venas a alta velocidad. Aceleraba y desaceleraba mi corazón, provocándome momentos de visión borrosa y falta de aliento.
Sabía que tenía que hacer algo, lo correcto era llamar a la policía. No entiendo porque una situación me resultaba tan estresante. Tuve que buscar dentro de mí, revisar mi cerebro. Aquella máquina que controla la química de mi vida.
Muy dentro de mi encontré aquella pluma ígnea descendiendo por mi ser, a punto de tocar el combustible y desatar una reacción. Aquella pluma era rabia. Me vi en la necesidad de apretar los dientes tratando de contener la explosión.
Mis ojos le siguieron en su trayectoria, se movía con gracia entre la multitud que ignoraba de la situación que estaba ocurriendo de fondo.
No pude contener aquella explosión de sentimientos que mi cuerpo sentía. El sabor ácido de la ira comenzaba a desgastar las paredes de mi estómago. Me vi produciendo más saliva en la boca. Eso podía sentirlo. Yo podía sentirlo. Di el primer paso hacia el frente. Le siguió un segundo paso y luego otro.
Pronto me encontré corriendo hacia la multitud en dirección de este extraño. Dejé de preocuparme por las apariencias, por lo incómodo que me hacía sentir la ropa. Ese maldito bastardo iba a caer. Contrario a la forma en la que el actuaba como un parteaguas entre la multitud, yo encontré cierta resistencia en ella, chocaba con varias personas, los espacios se veían más reducidos, no había forma en la que le pudiera alcanzar.
Era casi imposible no perderle de vista. —Fuera. Largo. Muévanse. Aun lado. —Eran algunas de las cosas que me vi vociferando cada vez que encontraba resistencia. Cuando aquella rabia siguió el trayecto del queroseno de la frustración. Utilicé más fuerza para apartar a los peatones. Ellos pudieron sentirlo. Un aura de horror me rodeaba. Comenzaba a actuar como un parteaguas.
Le veía, veía como llevaba a la niña lejos del centro, lejos de las masas. Estaba por cruzar la calle, iba directo hacia el callejón. Pensamientos recorrían mi mente como una autopista intergaláctica en la que el límite de velocidad no existía. Asumí mil cosas. Y mil cosas eran aberraciones. Quería estar equivocado. Quería llegar a la conclusión de que yo era el que estaba equivocado. La meta era encontrar el error en mi coartada.
Cuando puse pie fuera de la feria, me vi influenciado por esta sobrecarga de energía. Corrí como una bala tras el sujeto. Este se alarmó al percatarse del monstruo que iba tras de él. Un monstruo lo suficientemente grande como para asustar a otro. Estaba lleno de malos pensamientos, odio, rabia. Podía verme como si estuviera frente al espejo clavándome las uñas contra la piel, rasgando todo en una trayectoria hacia mi mentón.
El desconocido sabía que no podría escapar de mi si no se deshacía del peso muerto. Soltó a la niña y se echó a correr por el callejón. Me confundió con esa acción, ahora tenía que lidiar con un pequeño, no podía dejarlo desprotegido. Me detuve frente a la niña por un momento, intercambiando la mirada entre la niña y el trayecto en el que el hombre había escapado.
Estuve a punto de decidir, eligiendo permanecer al lado de la niña, llamar a la policía. Pero de la nada pude escuchar un grito proveniente de la calle. —¡Corre! —Isa se dirigía a toda velocidad hacia la niña. Así que salí disparado tras el desconocido.
Pude rastrearle por el ruido que hacían sus pasos contra los charcos de agua de cloaca que se formaban en los callejones. Contrario a los demás, podía correr por largos periodos, sin fatigarme.
Cuando dejé de escuchar sus salpicaderas, escuché ruidos metálicos que se alzaban sobre mi cabeza. Alcé la vista y le vi subiendo por una escalera de incendios. Corrí tras el trepando la escalera de barras. Ignorando mi profundo miedo hacia las alturas. Pronto reduje la distancia lo suficiente para alcanzar al hombre en el techo. Este había llegado a un punto sin retorno, no había escapatoria alguna.
Ahora que lo tenía de cerca pude verlo a detalle. Era un hombre mayor, con el cabello como cobre, con calvicie, principalmente sus laterales eran los que conservaban cabello, podía notar como se le colaban entre la gorra. Se limpió el sudor de la frente con su brazo. Sus axilas habían producido tanto sudor que su camisa ahora estaba empapada.
—Hey, niño creo que tenemos un malentendido entre nosotros. —Trató de mostrarse simpático, pero podía verle nervioso, su sonrisa temblaba.
Mis respiraciones eran pesadas, calientes, exhalaba vapor, sentía el sabor del hierro en mi boca. Traté de retener el calor dentro de mi boca, pero terminé cediendo, mostrando los dientes. Solo con pasar la lengua entre mis dientes pude notar que algunos eran más largos de lo normal.
Di un paso al frente, y noté que el dio un paso hacia atrás. —Hijo de puta. —Entoné aquellas palabras con tanto gusto.
No sabes con quien te estas metiendo, niño. Nadie nos va a detener. —El extraño percibió la hostilidad en mi actuar. Trató de calmarme, mostrándome sus manos vacías. Era muy tarde, una vez que agitas el panal tienes que lidiar con las abejas.
Di un paso al frente desafiándole, este se mostraba aterrado, supongo que a veces puedes notar cuando alguien va con la verdad a cuando está blofeando. Aquel paso inicio una carrera hacia él.