—Entonces mi madre decidió que sería buena idea que nuestros nombres fuesen lo más extranjeros posibles. —Contó Gipsy.
—¿Cómo se llama tu hermana? —Preguntó Millie.
—Iman Raja.
—¿Quién es la mayor, tu o ella?
—Ella, de hecho, es parte de lo que les quería contar, cuando conozcan a mi hermana traten de no verse muy obvios como aquí mr. conductor.
—Oh si, fue una sorpresa. —Ben respondió.
—¿Por qué lo dices?, ¿tiene algo malo o algo así? —Preguntó Millie.
—No, más bien que tiene de…—Ben fue interrumpido con un sape por parte de su novia.
—Mi hermana es como una Barbie, ella es una Barbie India y yo soy más una Teresa. —En mi mente traté de ver como esa comparación podría ser real, Gipsy no era muy atractiva, al menos no era mi tipo, últimamente me preguntaba si era el tipo de Ben. Traté de recordar las cosas que me había listado, pero mi cerebro no estaba funcionando a su máxima capacidad.
Ben quien me observó despertar por el retrovisor. —Qué bueno que ya despertaste, no creo poder aguantar un solo minuto más esta platica. ¿Te sientes mejor?
—Si, un poco. —Respondí.
—Ya casi llegamos al hospital para que te hagas el chequeo en lo que ellas van de compras, y por comida.
—Está bien.
—Raymond, ¿escuchaste lo que dije? —Preguntó Gipsy.
—Que no babemos con tu hermana. —Respondí
—Descuida a Ray solo le gustan las latinas, altas, delgadas, de cabello bonito. —Dijo Millie. Nuevamente mis amigos se metían en mis asuntos.
—¿Mexicanas o sudamericanas? —Preguntó Gipsy.
—Mexicanas. —Dijo Ben.
—Ya veo, te gusta lo picante.
—Él se comió todo el pollo en salsa que te dije el otro día.
—“Chile, tomate, mole”.
Lo que faltaba.
—Parecen niños chiquitos. —Dije desde el asiento trasero.
—“Padecen ninos diquitos”. —Gipsy a quien nunca había visto actuar como una persona que no fuese una abuela, dijo la frase que un niño de kínder suele decir cuando lo molestan, el mundo es fascinante. —Relájate, Raymond.
Yo ¿estresado?, esa palabra no la conocía. —Tal vez deberías dejar de picotear al oso.
—¿Entonces quien es la chica que le gusta? —Millie le vio incrédula.
—Estas bromeando, ¿verdad? —Ben quien estaba masticando unas frituras le vio escéptico.
—Obvio sí sé…—No tenía la menor idea. La detective Alisha había llegado a un callejón sin salida. Era mi oportunidad para joder aún más con ella.
—Ben, deberíamos poner a Richie Valenzuela. —Hice énfasis en el apellido.
Se rio con mi respuesta, por lo que me siguió la corriente, haciéndome que le volviera a preguntar. —¿A quién?
—Richie Valenzuela, Valenzuela, el de la bamba.
—Oh claro.
—¿Por qué lo dijiste así? —Gipsy no soportaba que le guardáramos un secreto.
—¿Decir qué? —Yo sabía a lo que se refería, pero era gracioso verla dudar.
—Tú sabes de que hablo. Valenzuela.
—Así se llama.
—Lo sé, pero nadie le dice así.
—¿Cómo?
Golpeó la guantera. —¿Sabes qué? No me importa. —No está de más decir que hubo un silencio incómodo. Sufría mucho en sus berrinches, casi me convencía de decirle la verdad, pero soy una maldita sabandija y me gusta ver el mundo arder.
El resto del trayecto fue muy tranquilo, escuchamos la bamba y Hotel Yorba, me sorprendía que se supieran toda la letra, incluso gran parte del trayecto canto con todos. No sé quién fue el primero en decir que nos dirigíamos al Hotel Yorba, sin darnos cuenta todos terminamos diciéndole igual.
El hospital no era lo que imaginaba, tampoco se encontraba en el corazón de la ciudad, más bien en las afueras, rodeado de campos verdes, tenía un pequeño estacionamiento de asfalto con los cajones pintados. El Mustang se detuvo enfrente de la zona de emergencias. Bajamos Ben y yo, de la cajuela tomé mi mochila, el hospital se alzaba con cuatro plantas, una fachada blanca con numerosas ventanas. —¿Cuánto tiempo creen que tarden? —Preguntó Millie.
—Diría que una hora como mínimo.
—Ok, nosotras iremos a comer y les traeremos algo, supongo que llevan sus teléfonos. —Asentí.
Aceleró en reversa y condujo hacia la ciudad.
—¿No es una trampa? —Se preguntó Ben mientras observaba como se retiraban las chicas.
—Espero que no.
Las puertas automáticas nos dieron la bienvenida, la recepción había muchas sillas vacías, en el escritorio de recepción había una mujer que vestía un cárdigan.
—Tú debes ser el señor White. —Asentí. —El doctor Mikkelsen les está esperando.