Sabes, No siempre me llame Daniela Valenzuela
No sé cómo es que me convertí en esto que soy, en parte creo que tuvo que ver el destino.
Mucho antes de que me convirtiera en un monstruo, era una persona normal, justo como tú o tus padres. Me preocupaban las cosas que le preocupan a todos los niños, que tipo de juguetes elegir, cual era mejor personaje de Mario Kart, si mis plumas de gel aún tenían tinta para hacerle adornos a mis cuadernos.
Fue muy difícil explicarme las reglas de este nuevo juego, me tocó madurar sumamente rápido.
Estuve involucrada en un accidente automovilístico, una amiga de mi madre nos había recogido a mí y a mi hermana de la escuela, y nos estaba llevando por la ruta de siempre, nunca habíamos tenido problemas. Ese día un auto se saltó una luz roja y nos impactó con una fuerza inmensurable. Larga historia corta, murió la amiga de mi madre, mi hermana quedó paralitica, y yo estaba segura de que las puertas del inframundo me estaban esperando. En mis últimos momentos de vida pude apreciar como un extraño que parecía que venía a ayudarme terminó cambiándome la vida, convirtiéndome en lo que soy.
Regresé de entre los muertos. No encuentro palabras adecuadas para expresar lo que sucedió. Muchas personas dicen que comienzas a ver tu vida pasar frente a ti, para mí no fue así. Sentí como si estuviese en una tina de agua hirviente y hubiese algo jalándome hacia las profundidades. Fue una eternidad. Sentí como se quemaba mi carne y esta se desprendía de mi cuerpo. Pronto yo no era más que un esqueleto flotando en una masa de sangre y tripas. Estoy segura de que, si el infierno es real, yo estuve en el por un periodo de tiempo menor a unos minutos en la tierra, sin embargo, cuando algo no te gusta, el tiempo suele avanzar más lento. Cronos es una perra sádica que disfruta de ver sufrir a los mortales en sus momentos más bajos, y los pocos momentos buenos hace que pasen en un santiamén.
Desde el momento en que volví supe que algo andaba mal conmigo, no sabía que era lo que había ocurrido, pero debería estar muerta. Una gran amiga de mi madre. Otra. Resultó ser la doctora al cargo de nosotras dos. Mi hermana entró a cirugía muy rápido para ver si se podía rescatar la funcionalidad de sus piernas. Fue un rotundo no. Fui la excepción, yo había salido aparentemente ilesa del choque, pero mi madre no lo creía, ni la doctora, así que me realizaron una enorme cantidad de pruebas y se dieron cuenta de cosas muy extrañas. Mi huella genética había sido alterada, mi sistema era similar al de una persona, pero no igual, notó que mis células comenzaban a desgastarse ante la ausencia de alimento, por lo que me dieron de comer tantas cosas que me provoca nauseas numerarlas. Resulto ser que mi cuerpo había sido convertido en una especie de parasito, necesitaba alimentarse de algo más complejo. Sangre. A través de la ingestión de sangre mi cuerpo se encontraba en un estado euforia, mi salud era la mejor, mis heridas se podían curar en segundos, mi sistema inmunológico era como una bomba atómica, no se le escapaba nada.
Es muy difícil explicarle a una niña de catorce años que su cuerpo está pasando por una transformación, y no me refiero a la pubertad, de hecho, cómo le explicas a una niña que nunca podrá tener hijos porque ha quedado virtualmente infértil.
Pero no todo con “el regreso” venía con instrucciones de un médico, nunca te cuentan que si no te alimentas de sangre trataras de comerte a tu hermana, madre, gato, perro, rata. Todo lo que sea una bolsa de sangre. Nadie te dice que habrá noches en las que simplemente no puedas dormir, y las pocas veces que lo hagas realmente no será dormir. No te explican que te sentirás atraída hacia la muerte, o hacia los problemas. Sin embargo, me sentía muy afortunada, me hacía pensar en todas aquellas personas que despiertan como yo, y no logran encontrarse a sí mismos, que cuando se ven en el espejo no se reconocen, personas que caen presa de sus instintos y pierden el control de sus vidas.
Nadie te dice que tarde o temprano tus manos estarán tan llenas de sangre que no podrás limpiártela con nada, y no porque no haya suficiente jabón, sino porque tienes que cargar con ello toda tu vida.
Lo bueno es que no estaba sola, nunca lo estuve, las tenía a ellas. Hacían que vivir siendo yo no fuera tan malo, me hacían pensar que podía llevar una vida casi normal, que llegaría a ser una chica que se enamora de los chicos malos, que le hace berrinches a su madre porque no la deja salir, aquella que trata de ocultar que chocó el auto, pero termina contado la verdad, una chica que se gradúa de la preparatoria y que tendrá que ir a la universidad.
Lo malo de acostumbrarse a la normalidad es que mantiene baja tu guardia, te hace olvidarte de todo aquello que te aflige. Te hace creer en un mundo mejor. Es por eso por lo que cuando conocí Harrington caí directo en su trampa. Tampoco es que pudiese adivinar que mi propio novio enloquecería e intentaría asesinarme.
No tuve la oportunidad de contártelo, pero intentó ahorcarme con una soga, quería asesinarme para después fingir mi suicidio, creyó que se iba a salir con la suya, probablemente lo hubiera hecho de no ser porque no era una chica normal. Logré escaparme de su soga, y esta rabia, esta ira me trastornó, intenté comerlo, cielos, casi lo logro de no ser porque la policía fue llamada al cuarto de hotel en el que estábamos.
Harrington fue arrestado y pronto seria enviado a prisión de por vida. No obstante, la vida es una perra, Harrington nunca llegó a la prisión, a la fecha nadie sabe dónde está. El FBI nos puso en protección a testigos, al parecer no era la primera víctima de Harrington, o los otros siete nombres que había usado en los casos de otro par de chicas.