Mentiras, una y más mentiras....

La calma antes de la tormenta.

SARAH

Después de explicarle todo a Alex y de que gracias al universo pudimos llegar a un acuerdo acerca de lo que haríamos-aunque un poco forzadas, pero eso no es lo importante-, regresé a casa tal y como lo había indicado Alexander, pero no me esperaba lo que al llegar me encontré.

  • ¿Quién demonios eres?  – pregunte lo suficiente alto para que me volteara a ver.

Al principio solo me dedico una mirada y una pequeña sonrisa, como si le divirtiera verme ahí, confundida y desorientada, como un pequeño animalito. Y eso no me gusto para nada. Ella se veía tan imponente, bella y delicada al mismo tiempo que me desconcertó todo, se le veía tan familiarizada con la casa, como si ella perteneciera a este lugar y yo no, eso me hizo sentir insegura de lo que estaba pasando.

Tardo varios minutos en los cuales solo se dedicaba a mirarme, como si le divirtiera esta situación. Hasta que finalmente me contesto y tampoco me agrado nada de lo que salió de su estúpida boca.

  • Soy la señora de esta casa querida. – me dedico una sonrisa de boca cerrada. – aunque no creo que me recuerdes querida, me llamo rebeca. – sus ojos me rebajaban a nada y esa sonrisa ladeada que me dedicaba solo se veía que destilaba veneno.

Y por alguna extraña razón recordé a la primera zorra, perdón a la tal lucia que vino esa tarde, dijo exactamente las mismas palabras, obviamente quitando el hecho de que ella no dijo insultos hacia mi persona, aunque a decir verdad no los necesitaba, se le notaba con su actitud, como si yo fuera una idiota. Mas sin embargo a lucia no la podías comparar con rebeca, eran totalmente opuestas, una destilaba belleza y arrogancia, pero todo eso se hacía nada cuando empezaba a hablar, pero la otra gritaba poder, dinero, belleza y absoluto control de la situación. Ellas eran totalmente opuestas, ella era alguien muy diferente a mí.

Pero esta vez es diferente, por alguna extraña razón esta vez era muy diferente a la última zorra que vi entrar a esta casa.

  • ¿Necesitas pistas para recordarme pequeña Sarah?  – sabía que lo hacía con burla, sabía que iba con esa intención.
  • Tal vez si las necesite, ya que no recuerdo a una tipa con ese nombre y que se hace pasar por la dueña de esta casa. – atine a decir sin que la voz me flaqueara.
  • Vaya al parecer aun eres una pequeña fiera. – se le podía ver cómo le estaba divirtiendo toda esta situación.
  • ¿Y eso es malo?  – me forcé para aparentar tranquilidad.
  • Oh claro que no querida, simplemente me parece lindo que aún no madures para tu edad. – si pretendía hacerme sentirme mal, no lo logro.
  • ¿Y qué haces aquí? Digo si se puede saber rebeca. – fingí una sonrisa al decir aquello, ya que trataba de recordarla, pero mi cerebro estaba en blanco. Buen momento para no tener recuerdos, eh.
  • Vine a reclamar lo que por derecho me pertenece, además del hecho de que mi alessandro me mando a llamar. – esa perra cínica. ¿¡Quién demonios se cree!?

No pude contestarle algo ya que justo en ese momento llego alessandro, al principio creí que me defendería y que no se, correría a la perra esa o yo que sé, alguna reacción muy diferente a como lo hiso. Al principio se le veía feliz de verme, pero cuando reparo en la presencia de ella, su cara fue todo un maldito poema y lo que más me dolió fue que deje de existir para él, se centró completamente en ella y nada más en ella, como si yo no existiera, como si yo hubiera desaparecido de esta maldita habitación.

  • Hola querido, un gusto que estés devuelta en casa. – le dedico una sonrisa demasiado grande para mi maldito gusto.
  • ¿Rebeca? ¿Pero… que? ¿Como?  –no podía crear una frase completa.
  • Espero que te de gusto que este devuelta en nuestra casa, ya puedes ir sacando a la gente innecesaria. – menciono dando una mirada al rededor, sabía perfectamente que iba dirigida hacia mí esa última parte.
  • Vamos a mi despacho. – fue todo lo que dijo.
  • Alessandro… - intente hablarle.

Mas sin embargo no me miro, no me hablo, no nada.

Como si yo no hubiera estado ahí presente, como si yo no hubiera presenciado nada de eso, sin nada que perder los seguí hasta el despacho de alessandro, me importaba un carajo lo que me dijeran yo quería saber que era lo que estaba malditas pasando. Pero fue una idea completamente estúpida de mi parte, por lo que al llegar me encontré, los dos imbéciles estaban a casi nada de empezar a tener sexo y fue cuando lo entendí.

Solo soy un maldito entretenimiento para este imbécil y justo en ese momento mi memoria decide hacer acto de presencia, mostrándome más escenarios iguales en el pasado y como cada vez que empiezo a recordar algo de mi pasado, me empezó a doler horrible mi cabeza.

Corro lo más rápido a la habitación que comparto con alessandro para empezar a empacar mis cosas, no sé a dónde carajos voy a ir, pero lo único que sé es que me quiero largar de este maldito lugar y alejarme lo más que pueda de ese imbécil, escucho a lo lejos como alessandro grita mi nombre varias veces. Sé que está tratando de alcanzarme y no sé, tal vez tratar de explicar lo que claramente vi con mis ojos, por suerte llego rápidamente a la habitación y no espero nada, saco una maleta y empiezo a arrojar ropa adentro ni si quiera sé qué carajo es lo que estoy arrojando, pero las lágrimas junto con la rabia, la decepción y el dolor de cabeza horrible que estoy sintiendo, no ayudan para nada.

  • Sarah, deja te explico lo que viste… - dijo al entrar a la habitación. – que carajos haces? – se le escuchaba molesto.
  • Lo que ves, me largo de aquí, de ti y de la estúpida que lo más seguro esta abajo esperándote para que continúen con su sesión de besos y casi sexo en tu despacho. – le grite. – entendiste?!
  • Tu no vas a ningún lado Sarah. – me mando.
  • Tu a mí no me mandas, ¿escuchaste? No me vas a tener aquí de tu pendeja para escuchar como tienes sexo con esa tipa. – mientras más pasaba el tiempo, más me sentía mal.




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