Capítulo 1
La incertidumbre
Sirsha volvía de huir nuevamente de los límites del castillo. Con sus 20 años y su hermosura no pensaba como el resto de las princesas.
Era la sobrina del rey de Riordan, una de las regiones más vastas de la Tierra. Su madre, hermana del rey, se había enamorado de un plebeyo que la engañó, para luego dejarla preñada y escapar. Fue tanta la vergüenza de la entonces princesa que, luego de parir en una profunda depresión, se quitó la vida.
Conocer esa historia fue muy dura para nuestra protagonista que no comprendía por qué su madre la había dejado de esa forma. Tal vez, ese era el motivo por el que había preferido estar sola y espantar a todos los candidatos a los que su tío elegía para que se desposara.
Sirsha era feliz cuando escapándose iba al pueblo y se mezclaba con la gente. Con el tiempo, encontró su lugar privado en el mundo en una aldea en la que enseñaba, aún contra la ley de su tío, a leer a los niños de los campesinos. Allí, pasaba el tiempo, trabajando con las mujeres del lugar a cosechar, coser y practicar con el arco y la flecha. Nunca fue una mujer común. Siempre se destacó por tener un espíritu fuerte y deseos de saber cosas más allá de que estuvieran o no prohibidas. A pesar de tener una delicadeza muy profunda, gustaba del saber defenderse. Los tiempos en el reino estaban siendo cada vez más duros. Había malestar entre los habitantes por el mal desempeño del rey.
Sus primas eran muy distintas. Aoife, la futura reina, era calculadora y superficial. Por poder era capaz de matar a su padre. O al menos, así lo pensaba Sirsha. Mebh, en cambio, era muy frágil. Padecía de una profunda tristeza y no tenía espíritu para salir adelante. Había sido así desde siempre y Sirsha la había defendido de los maltratos de su propia familia. Tal vez, veía en Mebh a su difunta madre y no deseaba que terminara de la misma forma.
¡Era tan difícil convivir en el seno de ese clan!
Todo esto había sido el motivo de que su corazón se creara para sí un muro incapaz de dejar entrar a alguien en su vida.
Luego de pasar el atardecer en el pueblo, se trepó al muro por el que siempre iba y venía cuando de pronto sintió un brazo fuerte que la bajaba de repente. Era Declan, el capitán del ejército para decirle esta vez con un enojo fuera de lo común:
Declan: ¡Cómo demonios he de protegerte maldita sea si huyes de esa manera como una...
Sirsha: (Furiosa e interrumpiéndolo) Eres el guardián de la seguridad del reino, no de mi persona.
Declan: Soy el responsable de todo lo que incumba a mi rey. Inclusive de su caprichosa sobrina que se pretende salvadora del pueblo.
Sirsha: (Fuera de sí, hablando por lo bajo) Estoy cansada de tus sermones.
Declan: (Irónico) ¡Oh, sí! ¿Y qué vas a hacer? Si tu tío se entera de lo que haces en el pueblo te encerrará en la torre hasta casarte por la fuerza. Sabes muy bien que está prohibido que la nobleza fraternice con la plebe y más aún, que le transmita conocimientos vedados.
Sirsha: (Enojada) ¿Y por qué prohibido acaso? ¿Qué es más indigno? ¿Fraternizar con el pueblo o permitir que la gente muera de hambre y pierda sus tierras por la codicia de mi querido cuidador? (Mirando con incertidumbre y un dejo de tristeza a Declan) Lo que más odio es que tú mismo vas al pueblo, te mezclas entre la gente y hasta escuchas una y otra vez la leyenda prohibida y después acatas las órdenes de tu tirano soberano.
Declan: (Arrinconando a Sirsha contra el muro de piedra) Te crees fuerte y todopoderosa y juegas con fuerzas que no comprendes.
Sirsha nunca había visto tanta tristeza en la mirada de Declan. Como si supiera algo inconfesable.
Declan: (Soltándola) No me juzgues porque no me comprendes y tampoco me interesa que lo hagas.
Sirsha no podía entender como alguien bondadoso y talentoso como Declan podía acatar tan injustas órdenes manteniéndose en una posición que ni a él mismo complacía.
Una vez que nuestra protagonista se hubo retirado a sus aposentos antes que notaran su ausencia, Declan divisó a lo lejos la figura de un mendigo que se alejaba hacia lo profundo del bosque.
Editado: 16.09.2020