Despertó en medio de una montaña de realidades que se juntaban una tras otra, como un huracán de momentos, ideas y recuerdos enredados en una maraña de escenas incompletas, cabello y caos, como si no hubiera vivido en un sueño profundo, por esta razón, se preguntó muchas veces si había despertado y queriendo saber, cual de esos mundos era su vida. Como muchas veces, utilizo de nuevo la misma manera de comprobarlo, de inmediato se pellizco lo más fuerte que pudo el brazo izquierdo, hasta que le salió una lagrima, despues sonrió y se le salió una risita.
Pero aunque volvió a arroparse con su sábana suave y acogedora, no era el momento de darle la espalda al mundo, así que sin decidirlo este llegó de repente para hacerla despertar de aquella culpa que vivía cargando desde que era muy pequeña, aquella culpa que le carcomía el alma y que a veces la mantenía atada a sus recuerdos. Hasta que sintió el jalón de su cobija, el cual llegó de repente, sin aviso, y con único fin de hacerla enojar pero a la vez reaccionar y mantener la fuerza.
—¡Niña levántate, no ves la hora que es!.—le decía su tía, mientras Mercy le hacía un gruñido de pereza.
—Ya son más de las nueve de la mañana, tú abuela no tarda en llegar.—seguía insistiendo la tía Kate mientras que daba su sermón diario y seguía doblando las cobijas.
—Tal vez el vuelo se retrase.—decía Mercy toda adormecida. Luego emitió un gran bostezo.
—Eso quisieras, pero al contrario, se adelantó, así que dirígete al baño y cámbiate.—fue lo último que escuchó y en lo que pensó. No dejaban de venir a su mente imágenes en las que veía a Ender, tan solo ese momento no bastaba para enamorarse, pero era algo que no la iba a dejar tranquila hasta que escapara de tal sentimiento que no quería encontrar y si que menos comprender.
—Es hora de volver a la rutina.—se dijo a sí misma, mientras se estiraba y quitaba las sábanas. Aunque era una cómoda vida, del todo linda no podía ser, había algo que escondía en lo más profundo de sus recuerdos. Todo se veía muy borroso y aunque nadie había logrado desafiar al tiempo, los recuerdos siempre serían más fuertes, tanto, que se quedó concentrada y fija observando su imagen en el espejo. Despues de repente vinieron como olas de viento, un recuerdo y despues otro, pero usualmente pensaba que eran solamente lagunas.
Era hermosa la mujer que la cargaba y la llevaba en sus brazos, era como estar en un suave círculo de algodón que le protegía de todo peligro. Su piel blanca, tenía ojos azules, con cabello muy rojizo y hermosos rizos, pero bien cuidado. Nada ni nadie iba a separarla de ella porque en sus brazos tenía todo lo que una persona podría desear, se sentía completa. El campo estaba iluminado, especialmente con el trigo de la mañana preparado para la cosecha, sentía como la acogía en sus brazos y como esa mujer tan hermosa la llamaba con el fin de sacarle risas que llegaban y se iban con el viento. Siempre estaba elegante con esos vestidos tan sencillos, de colores pálidos y floridos, con sus zapatitos cerrados negros y el sombrero que combinaba con el día de campo.
—Mercy, es hora de comer.—era tan suave y encantadora esa voz que no quería que dejara de hablarle. Así que en vez de ir, salió corriendo más al fondo del campo para que fuera hacía ella, era como volar entre las nubes, cada momento era preciso para ser feliz y no dejarlos escapar nunca. La voz se escuchaba cada vez más lejos y poco a poco se iba perdiendo. Quiso regresar hacia esa cálida y feliz vida, pero lastimosamente, todo el cielo trae consigo sus propias tormentas.
—¡Mercedes corre!.—le gritó la bella mujer, quien se encontraba cerca, su voz se escuchó como una alarma que despertaba el miedo. No tuvo tiempo de siquiera decir una palabra, porque al voltear la mirada, se encontro con muchos hombres de traje y zapatos negros que comenzaban a salir de los prados iluminados por una claridad casi enceguedora, magica o supremamente luminosa, que se envolvia al mismo tiempo entre los caminos más oscuros con la llegada de la noche cada vez más cercana. Los miedos la ataron a ese lugar y a ese preciso momento, la mujer corría desesperada pero no entendía el por qué de aquella reacción, lo bueno fue que no tardó en llegar. Y sin darse cuenta, ya no se estaba dirigiendo hacia la hermosa dama, sino hacia los duendes del prado, quería detenerse y alejarse, pero por alguna razón desconocida para su consciente, sus pies no la dejaban y cada vez estaba más cerca de ellos.
—Ven con nosotros Mercedes, te daremos las respuestas, solo tienes que escuchar.—tan solo lo escuchó, pero el hombre no movió sus labios ni un instante, estaba en su mente. Era ese el momento en el que la mujer estaba cada vez más cerca y el miedo invadía su alma ya oscurecida por la maldad...
—Suéltame.—gritó con todas sus fuerzas porque el hombre la tomó del brazo sin siquiera usar el tacto. En ese instante otro hombre que reconoció al momento por la confianza que le daba, se tiró encima del hombre de negro derribándolo y golpeándolo, era alto, de cabello castaño, ojos cafés y medio corpulento, llevaba el mismo traje que los otros hombres aunque algo roto, sabía que era parte de ellos pero a la vez era parte de ella. Mientras lo golpeaba dijo algo que en su mente siempre vivirá como el comienzo de su desgracia y de su felicidad
—Con mi hija no... no dejaré que le hagan daño.—estaba hecho una furia, enojado y frustrado. —¡Mercedes, corre!.—Lo dijo mientras la miraba con ojos de compasión que lo hacían temer el daño que esos extraños podían hacerle a su pequeña.
Tan solo veía el campo convertido en ceniza oscura y su alma inundada de dolor y desgracia, sabía en ese momento que nada estaba bien, pero al mismo tiempo, que nasa volvería a ser lo mismo que antes. Corrió tan rápido como pudo, de lejos vio como la mujer golpeaba a uno de los hombres que la había tomado de los brazos. Pero ella, era más fuerte y con un codazo lo apartó de su vista, salió corriendo directo hacia ella, con todas sus fuerzas corrió, la alzó y se la llevó muy lejos, necesitaba un último abrazo, necesitaba que le dieran fe y le dijeran que todo estaría bien. En ese instante llegan a una casa que reconocía, respiraba miedo y angustia, cayó en sus brazos y ella la agarró con tanto amor como cariño, por esto, no puede evitar decirlo.—Mami, te quiero mucho.