Jamás debió haber visto aquello. Presentía que había abierto la puerta a una gran tormenta que ahora la rodeaba sin detenerse. Esta vez no había vuelta atrás. Nadie podría volver a entender quién era. La vida contra el tiempo estaba a punto de colapsar. ¿Qué estaba pasando?. ¿Qué era ese sobre?. En ese momento estaba decidida a leer toda la carta, debía descubrir la verdad y lo iba a hacer. Estaba demasiado nerviosa, a penas podía sostener el papel y no hacer que se le cayera, sentía como el sudor de su mano comenzaba a mancharlo, pero tuvo que pasar saliva y tomar coraje para abrirlo.
No era consciente de lo que hacía, pero como pudo, despegó una de sus manos, la cual temblaba mucho más que la otra, después sintió como un fuerte viento ingresaba por la ventana, la cortina que estaba cerca se movía como un fantasma que danzaba a sus espaldas hasta que ceso rápido, tomó el borde que formaba el doblez de la carta y de pronto escucho unos pasos la hicieron retroceder y esconder lo que debía descubrir, se la llevo hacia atrás para ocultarla.
—¿Qué tienes ahí mi niña?.—era su abuela, cruzando por la puerta hacia su posición, la cual tuvo que abandonar para mirarla con asombro y temor.
—La correspondencia abuela.—ella la miraba con demasiada sospecha, como si supiera algo de lo que tal vez no debía enterarse, pero de lo cual sabía que llegaría ese día.
—Muy bien, dámela.—se sorprendió, comenzó a temblar y luego puso los ojos en blanco, pero no tuvo otra opción que darle los sobres y el paquete.
—También el otro sobre Mercy.—agregó la ingeniosa mujer, quien ya conocía muy bien a su nieta, para quien las cosas no estaban a favor, puesto que la habían descubierto.
—No hasta que me digas... ¿por qué dice mi nombre?.—fue lo primero que se le ocurrió, aunque en el fondo sintió como la voz le temblaba.—Dime que me ocultas, ¿por qué y a dónde me piensas enviar?.—sintió como su abuela la miraba con unos ojos penetrantes y después una línea en sus labios que se volvieron serios.
—Mi princesa no, yo no te pienso alejar de nosotras.—jamás había desafiado a su abuela, pero sabía que le estaban ocultando algo y que sus palabras se desviaban.
—Entonces yo solo... quiero.—de repente se le acercó, tomó el papel de sus manos, se lo quitó y permaneció estática, puesto que solo la observaba con algo de sospechas.
—Ya mira...—refuto cuando abrió el papel y fingió leerlo a sus espaldas.—Es todo una confusión.—dijo mientras que se volteaba de nuevo para decírselo.
—¿Qué dices?.—pregunto con algo de insistencia, ya que como veía la situación, quería decirle que en realidad no sabía leer o que ella la estaba engañando.
—Debían poner Selena Adams no tu nombre.—exclamo al final como la mejor de sus excusas. Se acercó al teléfono e intentó marcar un número cualquiera.—Llamaré para informar.
—Pe... pero.—sin darse cuenta, apareció el pequeño Michael, saltando como un orangután y se colgó de ella mientras la abuela se escapaba.
—Ya basta Mike.—le decía en lenguaje de señas.
—Desde cuándo te volviste aburrida, vamos a jugar.—le respondía para que le prestara atención.
—Solo si te comes todo lo que te sirvan.—la verdad hablaba muy bien ese lenguaje. Y llevarlo alzado no era tan divertido, puesto que su peso superaba sus posibilidades.
—Lo mismo digo.—exclamó una voz fría que bajaba por las escaleras.
—Tía Kate.—manifestó sorprendida al ver aquella mujer renovada y con mirada perdida.—¿te encuentras mejor?.—no podía creer que la mujer que el día anterior supuestamente había estado no tan estable y borracha, ahora estaba perfumada, arreglada, con un vestido negro y el pelo lacio suelto. Lo cual era de envidiar en comparación con sus enredos.
—Claro, mi niña, les voy a preparar la mesa para cenar.—ofreció de manera sorprendente la mujer, mientras que bajaba las escaleras hacia la cocina.
—Oh, tía, yo ya comí, pero gracias.—dijo como única verdad, pero ella se volteó y no la miro, sino que se quedó perdida viendo hacia el suelo.
—Si ya vi los platos a medio lavar.—reconoció, mirando y dirigiéndose de nuevo hacia la cocina.—Pero quédate, mande a hacer tu postre preferido.—eso sí que estaba mal, muy mal. Ella, generosa y atenta, no era posible a no ser...
—Bien a comer.—amaba el postre de limón. Estaba muy delicioso y a la vez sospechoso. Michael se comió todo, las tortillas de huevo y el pan recién horneado. Era muy probable que la tía se hubiera vuelto loca. Esa mañana los platos quedaron rápidamente vacíos. Nunca antes había sucedido. Tal vez sí, pero fue esta vez especial.
—Bien, mis niños vayan a bañarse y a arreglarse.—ordenó de manera clara para que siguieran los horarios de cada día.
—Mamá, ¿podemos ir al parque?.—le decía Michael.
—Mercy, ¿qué es lo que me dice?.—las cosas eran así, la madre jamás quiso aprender este lenguaje, ya que siempre vio que ella lo usaba más rápido, por esta razón, recurrieron a su interpretación.
—Dice que... ¿si nos dejas ir al parque?.—lo dijo muy lento porque aún estaba saboreando el último trozo del postre.
—No lo sé.—respondió demasiado seria, mientras que unía sus manos y recostaba los codos en la mesa.
—Tía por favor, déjanos.—suplicaban para que los dejaran, sospechaba que el aire libre le ayudará a despejar sus pensamientos.
Lo pensó mucho, miro primero a cada uno de después lo decidió.—Pero con mucho cuidado.—advirtió después de ser convencida, aunque quería fingir su preocupación, no lo hacía para nada bien. Mercy siempre había amado el agua. Desde siempre había sido su compañera, su amiga y le ayudaba a sanar las cicatrices del alma y del corazón, a veces a su manera, pero lo hacía. Siempre era el mismo recuerdo, una y otra vez. Ya los gritos eran normales. Ya la tristeza era normal. Sacó un vestido azul del armario para días muy lindos como ese, con unas zapatillas blancas y un cintillo con gafas de sol que le hacían juego con su delicada piel. Por suerte la marca del brazo no se notaba mucho. El vestido era algo largo, con algunos pliegues en los brazos, tanto que cubría lo posible.