Todo era muy confuso. El rostro de David se quedó mirando la vacía pared donde alguna vez estaba la puerta del cuarto Nro 45, mientras escuchaba los gritos de Samuel.
— NO NO NO... ¡SAMUEEEEL! — gritó con todas sus fuerzas golpeando el suelo.
Y entonces escuchó su inocente voz.
— Señor David... donde está— hablaba tembloroso y llorando, — tengo mucho miedo...
— ¡Samuel!... hijo don..donde estas...
— No sé. Todo está oscuro.
Martín se percató que la voz se colaba desde el cuarto adyacente... el cuarto Nro 44. Se levantó y se descargó la mochila, la botó al suelo y caminó hacia la puerta. Tomó la manija e intentó darle vueltas... pero esta no se movía.
«Mierda»
— ¡Samuel espérame...!.
Buscó con la mirada algo con que poder romper la perilla. Solo veía macetas y cuadros colgando de la pared... una manguera de emergencias y...
— Un extintor
Corrió tropezando con sus piernas ya débiles, rompió el vidrio con su codo y extrajo el pesado objeto. Volvió y golpeó repetidas veces la perilla. Esta, en un inicio permanecía quieta y limpia, sin embargo, al poco rato comenzó a deformarse y astillas empezaron a saltar hacia el suelo, y otras le caían en la cara, rebotando en su piel. La esfera brillante cayó al suelo y rodó hacia sus pies, dejando un hoyo oscuro en la puerta. Martín empujó y esta se abrió emitiendo un chirrido lento y grave.
Por dentro el cuarto yacía completamente oscuro. Los perfiles de los objetos se veían como sombras puestas en distintos lugares.
— ¡Samuel! —exclamó con todas sus fuerzas.
— Señor Martín...
Su pequeña voz se oía desde la pared que daba con el desaparecido cuarto Nro 45.
— Samuel... escúchame...puedes ver algo....
— No Señor Martín, todo está oscuro, y no hay ventanas.... creo que también está vacío... —habló tembloroso.
Comenzó a idear la manera de romper la pared. Buscó el interruptor de la luz, pero al presionarlo no sucedía algo. Caminó desesperadamente por toda la pieza, tocando lo que veía, y tratando de no tropezar con cuanta cosa se encontraba. Sin embargo el tratar de hallar la solución a todo, lo envolvía en un velo de desconcierto y se sentía mareado. Entonces se le ocurrió la idea de romper la pared con el mismo extintor... o lo intentaría. Fue a buscarlo y regresó. Nuevamente inició el ritual de levantar y golpear. El metal era fuerte, y la pintura de la pared empezó a salirse. Luego, el cemento se desprendía a pedazos. No pensó en la imposibilidad de lo que estaba sucediendo... La pared cedía con algo de facilidad. Los ladrillos se podían ver al poco tiempo, y Martín seguía golpeando incesantemente.
Y cuando ya veía los bloques naranja moviéndose, el grito de Samuel lo alarmó nuevamente.