En nuestros días cotidianos caminamos por la vida y percibimos el mundo a través de lo que hacemos, si somos niños o jóvenes a través de las vivencias en el colegio, si somos adultos desenvolviéndonos en el trabajo; en suma, es haciendo nuestras labores.
Es haciendo lo que nos agrada o haciendo nuestras obligaciones que logramos percibir lo que nos rodea, es con las personas cerca de nosotros que nos formamos una idea de la realidad que vivimos. En gran medida porque quienes están con nosotros elijen cosas similares a lo que hacemos, y con ellos conseguimos tener una opinión vivencial y cotidiana.
Como es común luego de estudiar logramos desarrollarnos trabajando y si hemos logrado concluir los estudios nos desempeñamos en aquello que nos vinimos preparando; en ocasiones es luego del colegio secundaria, de forma similar si se concluyeron estudios superiores desempeñándonos como profesionales.
Es también común tener intereses que se desarrollan a la par, desarrollamos pasatiempos de aquello que nos gusta y muchos con nosotros que saben de esto o que tienen el mismo pasatiempo suelen ser nuestros amigos.
Buscamos desarrollarnos plenamente y ser consecuentes con el entorno que nos ve crecer y para eso es necesario encontrar un sentido social a lo que hacemos.
Qué sucede si al ser consecuentes esto no concuerda con quienes están con nosotros. O si muchos de los que tenemos cerca no perciben un sentido adecuado para seguir creciendo de este modo. Nos juzgan de tal modo que no contribuye a nuestro crecimiento o nos retiran la confianza por un error o por una actitud y nos es necesario seguir nuestro camino apartándonos.
Al juzgar nuestras acciones se acrecienta un sentido mayor o más grande para que en adelante tengamos una visión correcta de nosotros y de ellos; el cual concuerde con nuestro sentido social del ámbito que se había creado y que no nos quite nuestros anhelos más puros.
Qué sucede cuando sentimos no pertenecer a ellos porque nuestros sueños se diluyen al seguir juntos, nuestra identidad se menoscaba y no quisiéramos que eso suceda.
«El Espíritu del Señor está sobre mí, por cuanto me ha ungido para dar buenas nuevas a los pobres; me ha enviado a sanar a los quebrantados de corazón; a pregonar libertad a los cautivos, y vista a los ciegos; a poner en libertad a los oprimidos; a predicar el año agradable del Señor. y enrollando el libro, lo dio al ministro, y se sentó; y los ojos de todos en la sinagoga estaban fijos en él. Y comenzó a decirles: Hoy se ha cumplido esta Escritura delante de vosotros. Y todos daban buen testimonio de él, y estaban maravillados de las palabras de gracia que salían de su boca, y decían: ¿No es este el hijo de José? Él les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es aceptado en su propia tierra. Y en verdad os digo que muchas viudas había en Israel en los días de Elías, cuando el cielo fue cerrado por tres años y seis meses, y hubo una gran hambre en toda la tierra; pero a ninguna de ellas fue enviado Elías, sino a una mujer viuda en Sarepta de Sidón. Y muchos leprosos había en Israel en tiempo del profeta Eliseo; pero ninguno de ellos fue limpiado, sino Naamán el sirio. Al oír estas cosas, todos en la sinagoga se llenaron de ira; y levantándose, le echaron fuera de la ciudad, y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue.»
El momento en que nuestras vidas se ha hecho del agrado de Dios, surge la ruptura con todo lo que el mundo ofrece. La unidad con Dios supone una ruptura con el esplendor que se puede lograr en la tierra. El reconocimiento, la vanagloria, buscar todo tipo de sensaciones que nos apartan de sus enseñanzas es cuanto nos aparta del verdadero camino enmarcado en la palabra de Dios.
No, no nos equivoquemos las jerarquías que Dios puso en los hombres no es para ponernos sobre otros hombres, todos somos iguales ante Dios y somos semejantes a nosotros en todo. Nos la dio para guiar sin dejar de pertenecer a su rebaño, uno más dentro de la iglesia, como hermanos, con las mismas dificultades, con las mismas necesidades.
Y si Dios coloca a un hombre para guiar, la respuesta es clara “ningún profeta es aceptado en su propia tierra… y lo llevaron hasta la cumbre del monte sobre el cual estaba edificada la ciudad de ellos, para despeñarlo. Mas él pasó por en medio de ellos, y se fue”.
La referencia más clara es que Dios no da señales que eligió a éste o a aquel otro, es que a Dios nadie lo ha visto y cuando coloca a un hombre en medio de una multitud o de un pueblo no se le verá indicándonoslo, se verá su Espíritu Santo obrando en favor del pueblo de Dios.
«Entonces el Señor dijo a Moisés: Mira, yo te hago como Dios para Faraón, y tu hermano Aarón será tu profeta. Tú hablarás todo lo que yo te mande, y Aarón tu hermano hablará a Faraón, para que deje salir de su tierra a los hijos de Israel. Pero yo endureceré el corazón de Faraón para multiplicar mis señales y mis prodigios en la tierra de Egipto. Y Faraón no os escuchará; entonces pondré mi mano sobre Egipto y sacaré de la tierra de Egipto a mis ejércitos, a mi pueblo los hijos de Israel, con grandes juicios. Y sabrán los egipcios que yo soy el Señor, cuando yo extienda mi mano sobre Egipto y saque de en medio de ellos a los hijos de Israel. E hicieron Moisés y Aarón como el Señor les mandó; así lo hicieron. Moisés tenía ochenta años y Aarón ochenta y tres cuando hablaron a Faraón.»
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Editado: 04.09.2024