Me siento como un mudo con lengua;
con dislexia emocional, no literal.
Siendo incapaz de pronunciar palabras;
recluido en un reducido espacio mental.
Soy consciente de que el aislamiento es malo.
Los vicios también, y todos los probamos.
No sé gestionar la tristeza o la decepción,
por ende, me quedaré sola en un rincón.
Con fluctuaciones anímicas como olas;
nadando por la tristeza, la molestia y la felicidad.
Sin entender la cinta que reproduce mi cabeza,
en polos opuestos de lo emocional.
Los lapsus de molestia siempre pasan cuenta.
Cuando el monstruo duerme, la cabeza reacciona.
Y el remordimiento de la acción es peor,
cuando lastimas a personas que en verdad te importan.
He detectado los síntomas y decido la reclusión.
Mejor agotar el veneno en un espacio controlado.
Pero el aislamiento al final te fractura;
cuerpo y mente se vuelven un malsano caos.
Y el aturdimiento posterior resulta agobiante,
porque el rezago se extiende demasiado.
Antes la oscuridad duraba días o semanas;
ahora la nieve se derrite después de varios meses.
No entiendo cómo resolverlo.
Necesito ayuda.
Pero sigo atrapada en la prisión más letal;
un encierro abrumador sin un poco de paz mental.
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Editado: 12.09.2024