Las ovejas que he contado son demasiadas.
Ya las sombras nocturnas se volvieron cotidianas.
El sentimiento de desesperación resulta agobiante,
por la inherente necesidad de cerrar los ojos.
Porque, aunque lo intente, no puedo.
Vueltas y vueltas en la cama a espera de Morfeo.
He perdido el hilo de la razón luego de ver el reloj.
La fría madrugada acaricia con recelo mi cuerpo,
recordándome que en pocas horas la jornada ya comenzó.
Pero me mantengo en esta vigilia interminable,
maldiciendo en voz baja por la constante frustración.
La fuerza de voluntad no ha ayudado,
y los narcóticos son los dulces que el médico recetó.
Pero me resisto a tomarlos para no ser esclavo de ellos.
Aunque me desespero en la cama, que es mi prisión.
Escuchando el más leve ruido que me alerta;
sintiendo los párpados pesados, pero sin contención.
Porque, aunque lo intente, no puedo.
He recurrido a cambios que puedan ayudarme;
causando efectos buenos y malos sin resultado final.
Pero el peor enemigo que me asecha es la mente;
aquella que, aunque quiera descansar, no la puedo parar.
Y las épocas de insomnio se me extienden,
como la alergia que brota y conquista mi piel.
Percibiendo el mismo sentimiento de impotencia;
uno por la comezón, otro por el agotamiento.
Dormir se ha vuelto un privilegio invaluable;
las noches plácidas que se me conceden son una bendición.
Busco en mi cerebro cuál será el detonante;
aferrándome a la cafeína que me ayuda en la diaria gestión.
Y sigo en este círculo vicioso sin fin.
Donde las noches me agotan en lugar de darme descanso.
Mirando al techo o a la pared con cierta compulsión;
deseando que la melatonina en mi cabeza entre en función.
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Editado: 12.09.2024