Al llegar a la cafetería comenzó a sentirse tímida. Solo con Franco había mantenido una buena conversación y con Abi, la enfermera que siempre cuidaba de ella, pero de ahí en fuera no había logrado iniciar una amistad con alguien más y no estaba segura de cómo debía actuar. Cuando entraron, ella pensaba en ocultarse detrás de Franco, pero al ver todo el lugar, no pudo evitar emocionarse.
―¡Qué bonito! ―exclamó mirando a todas partes, sorprendiendo a Franco.
―¿Te gusta? ―le preguntó Laura, la amiga de Franco, acercándose a ellos.
―¡Me encanta! ―soltó, acariciando las hojas de una planta.
El lugar estaba casi por completo decorado de plantas. Alex estaba demasiado emocionada como para sentirse nerviosa y no dejó de preguntarle a Laura sobre todas las plantas. Franco estaba lejos de estar asombrado. Nunca esperó verla de ese modo y solo pudo sentarse en una mesa junto a Pablo. Habían llegado a una hora no muy concurrida y se podían dar el lujo de tomarse un breve descanso y atender a sus amigos.
―Así que no has averiguado nada ―le confirmó Pablo a Franco, mientras observaban a las mujeres y Alex le señalaba emocionada una de las hortensias y este solo le sonreía.
―No, no hay nada. Manuel ha estado investigando, pero no hay reporte de personas desaparecidas ni siquiera en Francia o Portugal.
―¿No crees que es extraño? ―le preguntó Pablo, observándolo, pero Franco no pudo devolverle la mirada.
―Sí ―solo pudo decir.
―Me preocupo por ti.
―Lo sé, Pablo, sabes que te lo agradezco, incluso esto ―dijo, refiriéndose al trabajo que iban a darle―. No es una mala persona.
―Te creo ―le respondió Pablo, dándole un último sorbo a su café antes de levantarse para atender a un cliente―. Sé que ves más allá de lo que una persona normal ve ―continuó diciendo al regresar a la mesa junto a Franco―. Aún así no puedo evitar preocuparme. Con todo lo que nos has dicho…
―Lo sé, lo sé ―dijo Franco frotándose la frente―. Yo también lo estoy, pero mírala. En estos días que la he conocido no la había visto así de feliz.
―Parece una niña pequeña ―asintió Pablo.
―Sí, ¿y si en realidad…?
―No lo sabemos ―se apresuró a decir Pablo―, no deberíamos afirmar nada.
―Tienes razón.
A pesar de todo, Franco también no dejaba de preguntarse qué había orillado el victimario a hacerle todo ese daño a Alex. Y por qué. Sobre todo, por qué. Lo poco que conocía de esta versión de Alex, era un ser lleno de luz, cada que se lo proponía, hacía que el lugar en el que estuvieran, brillara. Ella era luz y estaba casi seguro de que ella no merecía esas cicatrices.
―Te conozco lo suficiente, Franco ―dijo Pablo de pronto, provocando que el susodicho lo mirara algo confundido―, y sé que no haces las cosas por impulso, todo lo planificas.
―¿Y si esto no fue así?
―Sé que hay un motivo. Solo intenta no ponerte en peligro, ¿de acuerdo?
―De acuerdo ―dijo con una sonrisa―. Gracias.
Pablo solo sonrió y ambos se acercaron a las chicas que ya se encontraban detrás del mostrador. Laura le enseñaba a preparar café a Alex y esta comenzaba a frustrarse porque no le salía un corazón con la leche espumosa.
―No me sale ―Alex miró a Franco con pesar y este no pudo evitar soltar una carcajada.
―Tranquila, ya lo lograrás ―le consoló Laura.
―Yo tardé mucho tiempo en conseguirlo ―asintió Pablo.
―Sigues sin poder hacerlo, Pablo ―confesó Laura, provocando que todos rieran.
―Mujer, no me exhibas ―bromeó Pablo.
―Es cierto, has mejorado un poco ―dijo Laura, haciendo señas con una mano sobre lo poco que había mejorado Pablo en decorar los cafés.
―Bueno, al menos tengo un poco de esperanza ―afirmó Alex con ilusión.
―Claro que sí ―aceptó Laura antes de continuar de explicarle otras cosas.
Después de un momento, Alex y Franco desayunaron en el lugar. Ella no dejaba de hablar de todo lo que Laura le había enseñado sobre las plantas y nombraba todas y cada una de ellas y de todos los cuidados que debían tener. Estaba más emocionada por las plantas que por el hecho de trabajar en una cafetería, tal y como le había dicho el día anterior.
―Debemos irnos ―informó Franco al terminar de comer.
―¿Ya? ―preguntó Alex decepcionada.
Franco soltó una breve carcajada.
―Tranquila, volveremos.
―Uhm, de acuerdo ―dijo Alex con desgana.
―Podría quedarse aquí mientras terminas tu turno, Franco ―dijo Laura, retirando los platos.
―¿Segura? ―preguntaron ambos; él preocupado y ella entusiasmada.
―Claro ―dijo Laura con una sonrisa.
―¿Puedo? ―pidió Alex, y Franco la miró no muy convencido.
―No estoy seguro si tendré que tomar otro turno, Alex.