Todos los hombres que se encontraban en el lugar se giraron para mirarla y Alex se sintió abrumada. Uno de ellos se acercó para saludarla, pero ella palideció de pronto. Lo conocía.
―Él ―le señaló.
―Yo ―dijo este―, me llamo…
―Él ―repitió.
Ray dio un paso al frente, Alex de inmediato retrocedió.
―Tranquila ―le intentó decir, pero ella enloqueció.
Se aferró la cabeza con fuerza, sintiendo unas enormes ganas de vomitar. Podía escuchar las voces a su alrededor, pero no las podía entender.
Ray alzó el brazo para intentar sostenerla, pero ella, al verlo, comenzó a gritar. Las imágenes en su mente comenzaron a aturdirla. Alguien le pidió a Ray que se alejara y Alex se desplomó en el suelo, con la cabeza aún en las manos.
Él estaba ahí. Ahí estaba, pero ¿quién era él? Entonces, casi como si la bruma de la mañana se despejara al salir el sol, su mente se aclaró.
―Apolo, Ξέρω ήδη ποιος είμα (ya sé quién soy) ―susurró antes de quedar inconsciente en los brazos de Laura.
―¿Qué ha dicho? ―preguntó Camila, angustiada.
―No tengo idea ―admitió Franco a un lado de Alex―, ¿qué pasó? ―miró a Ray.
―No estoy seguro…
―Hay que recostarla en un sillón ―dijo Abigail cuando Franco se colocó a su lado.
Él, con algo de esfuerzo y la ayuda de Abigail, levantaron a Alex del suelo para colocarla con suavidad en uno de los sofás. La mayoría de los presentes estaban boquiabiertos, pues no entendían qué era lo que había pasado.
―Deberíamos prepararle algo para cuando despierte ―sugirió Laura, girándose hacia Pablo quien le devolvió una extraña mirada que no supo interpretar.
―Yo lo hago ―comentó este, adentrándose a la cocina con los brazos cruzados.
Permanecieron a su lado, alerta a cualquier señal que les dijera que estaba por despertar. Ninguno dijo algo sobre el incidente y permanecieron en silencio durante un momento.
Había distintas opiniones en el grupo, pero la mayoría creía que Alex había sido víctima de la trata de blancas. Todos coincidieron en que en definitiva ella había sido privada en el extranjero y Ray estaba seguro que el idioma en el que había hablado era el griego. Precisamente él estaba trabajando para desmantelar una red de trata de personas que radicaba en Grecia, pero desconocía el idioma, por lo que no tenía idea de qué había sido lo que dijo Alex antes de desfallecer.
Ray y las chicas fueron los únicos que se quedaron a acompañar a Franco a esperar que Alex despertara. Laura también quería quedarse pues estaba preocupada por ella, pero Pablo insistió en que debían irse y así lo hicieron, solo minutos antes de que Alex por fin abriera los ojos.
Permaneció inmóvil en su lugar, intentando ralentizar su respiración para que siguieran creyendo que seguía inconsciente, escuchando las voces. El castellano nunca había sido su fuerte y, en ese momento que recordaba todo, no entendía cómo es que había logrado comunicarse en las últimas semanas.
La voz de Ray la sobresaltó. Era tan similar a la voz de él… incluso su rostro era casi identico. La única diferencia que logró ver fueron sus ojos. Los de él eran azules como el cielo, y los de Ray eran cafés como las hojas de otoño.
Escuchó el pesado suspiro de Franco cuando cerró la puerta y despidió a sus amigos. Alex abrió los ojos y la miró. Se sorprendió al verla observarle y, con cautela, se acercó.
Ella se incorporó y Franco se sentó a su lado.
―¿Cómo te sientes? ―le preguntó este, tomando su mano.
―Estoy bien ―respondió ella, contemplando sus manos unidas; seguía sintiendo el mismo cosquilleo como cada vez que la tocaba.
―¿Qué sucedió?
―No lo sé ―mintió.
―¿Recordaste algo?
―Creo que sí ―susurró sin mirarlo―, pero ya no lo recuerdo.
Ambos sabían que ella estaba mintiendo, pero Franco no dijo nada. Se sentía un poco decepcionado que Alex no confiara lo suficiente en él para contarle lo que había desvelado. Aún así no quiso presionarla, tal vez ella aún necesitaba procesar la información que recién había descubierto.
―Lo siento ―dijo ella, mirándolo al fin.
Él creía que se disculpaba por no contarle lo que ahora sabía, pero ella se disculpaba por no haber salvado a Cadie.