Había gritos y llanto, desesperación y muerte, la gente corría desesperada por sus vidas, el ejercito de los dioses gemelos estaba atacando al pueblo de San Bartolo, el cual se encontraba a unas dos horas de San Bernandino, los centauros corrían entre el alboroto y cortaban las cabezas de aquellos que tenían la intención de luchar por sus seres queridos, era una masacre, el príncipe Emir se encontraba en ese sector, era su deber participar en lagunas de las conquistas como príncipe del reino más poderoso de la tierra, pero el detestaba todo esto, odiaba ver la crueldad con la que se hacían de sus riquezas y la violencia con la que agrandaban su territorio, él sabía que tenía que erradicar a los traidores, aquellos que se negaran a servirles.
—¡Mueran insectos! —gritaban los centauros quienes a toda velocidad galopaban decapitando a los hombres de san Bartolo.
—¡Auxilio! ¡que alguien nos ayude! —gritaban las mujeres ahogadas en llanto.
—¡Deja de pedir ayuda mujer! Nadie vendrá a salvarlos. —uno de los soldados agarró a la mujer y la separó de sus hijos, la arrastro de los cabellos para llevarla a una de las jaulas donde estaban las mujeres que les servirían de entretenimiento para después del desastre.
—¡Mamá! —gritaron sus dos pequeños, al ver esto, Emir enfureció, le recordó un poco a su infancia y detestó ver como esos niños eran separados de su madre.
—¡Detente! —le ordenó el príncipe con rabia.
—¿Qué sucede mi señor? —preguntó aquel hombre jabalí de casi dos metros de altura y en un arranque de enojo, Emir le quitó la vida, salpicando a los niños de la sangre de su agresor.
—Vamos mujer, toma a tus hijos y huyan de aquí. —le dijo Emir con la respiración agitada.
La mujer abrazó a sus hijos y junto con ellos estaban completamente paralizados ante el aura aterradora que Emir despedía.
—¡Largo de aquí! ¡si algún otro guerrero viene no podre hacer nada por ustedes! ¡corran! —gritó Emir con todas sus fuerzas, la lluvia seguía siendo insistente, no paraba y había fango por todos lados.
Emir los siguió con la mirada y cuando ya iban a cruzar el bosque, los ojos del príncipe se abrieron de golpe al ver aquella escena, unos ojos rojos y brillantes se aproximaban a una gran velocidad, aquella aura maligna solo podría pertenecer a una sola persona, a alguien perverso y sin corazón, el rey de todo sacó su espada y sin remordimiento les cortó la cabeza a esas tres personas que Emir había salvado, la mirada del príncipe se llenó de un profundo dolor, de una impotencia profunda, cayó de rodillas ante la crueldad de su hermano, El rey se bajó del magrodo y pasó sobre los cuerpos como si nada, no dejaba de mirar a su hermano, como si le clavara una daga en las pupilas se acercó a él y lo puso de píe de una manera brusca.
—Quiero pensar que no los estabas dejando escapar, ya te dije que no debes encariñarte con las ratas hermano. —la voz de Valeska era fría y siniestra, Emir no podía dejar de ver los cuerpos de aquella familia desafortunada.
—No tienes corazón…—le dijo el príncipe con la voz entre cortada.
—No y tú tampoco, Por qué, si es que aun lo tienes, tendré que arrancártelo. —Valeska Valeska lo soltó arrojándolo contra el fango, los ojos de su hermano parecían llamas ardientes que lo devoraban todo.
—Ponte de pie, quiero que te redimas, demuéstrame que eres capaz de acatar todas mis órdenes. —le dijo el rey mientras avanzaba, sus zapatillas negras pisaban con fuerza al verlo, sus soldados mataban con más gozo, querían demostrar su valía.
—¡El rey esta aquí! —gritaban llenos de júbilo.
—¡Todo esto es para la gloria de sus majestades mi señor!
—Junten a todos los traidores, a todos lo que se hayan negado a adorarme, su príncipe les dará el honor de arrebatarles la vida. —exclamó Valeska quien no le quitaba la mirada de encima.
Emir apretó los puños y miró a todos los desafortunados que probarían el filo de su espada, sabía que él les daría una muerte más rápida y casi indolora, si se negaba no solo estaba desobedeciendo al rey cosa que era impensable, si no que esas personas tendrían el peor de los finales, torturas y vejaciones por parte de aquellas bestias, así que, con una mirada llena de dolor, se acercó a ellos con pasos firmes.
—¡Tendremos el honor de ver al príncipe castigar a los traidores! —gritaron los soldados emocionados.
—Lo siento… —susurró Emir mientras desenvainaba su espada y a una velocidad casi imperceptible, los decapitó, sus cabezas rodaron quedando regadas y lejos de sus cuerpos.
—Quémenlos a todos. —ordenó Emir con pesar, después dirigió una mirada de enojo hacia su hermano y se fue.
—La próxima vez te castigaré. —le dijo Valeska con desprecio.
—¿Qué más podemos hacer por usted majestad? —le preguntaron sus hombres deseosos de agradarle.
—No dejen una piedra sobre otra, este lugar es asqueroso, hagan lo que quieran con los prisioneros, partiremos pronto.
—¡Si señor!
La maldad del rey no tenía fin, no existía bondad en el, era todo un villano, un ser sin corazón, el príncipe se alejó de ahí lo más que pudo y cuando por fin se encontraba solo, pegó un grito ensordecedor.
—¡Ahhh! —el príncipe cayó de rodillas frente a la luna que apenas si se asomaba, parecía que había salido solo a consolarlo.
—¿De que sirve ser un dios si solo sirvo para hacer daño? Esta vida no tiene sentido, no existe una criatura incapaz de sentir…pero tú me haces dudar de esa posibilidad, hermano ¿realmente conquistarás el mundo con mano de hierro? ¿ser el rey de todo significa ser un devastador? ¿Quién podrá detenerte si la poca luz que hay en ti resulta ser oscuridad? me pregunto si yo podré hacer algo para salvarte…por que ella ya no está…
—¿Qué es lo que pasa? —preguntó Elena quien al ver aquel fuego que a lo lejos se asomaba se asustó.
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Editado: 11.03.2024