Después de la tormenta, Santiago y yo decidimos regresar a tierra firme y retomar nuestras vidas normales. Habíamos vivido momentos inolvidables juntos, pero era hora de enfrentar la realidad y continuar con nuestro camino.
Llegamos al puerto al anochecer, justo a tiempo para presenciar la puesta de sol sobre el mar. El cielo se llenó de tonos anaranjados y rosados, creando un paisaje digno de un cuadro de arte.
Santiago me tomó de la mano y me dijo: "Irene, quiero que sepas que eres mi pasión, mi amor, mi todo. No importa lo que nos depare el futuro, siempre estaré a tu lado, apoyándote y amándote incondicionalmente."
Mis ojos se llenaron de lágrimas al escuchar sus palabras. Sabía que estábamos destinados a estar juntos, superando cualquier obstáculo que la vida nos pusiera en el camino.