1era parte Capítulo: [8]

Los misterios y sucesos serán un refugio, que acapare al verte entre la tormenta, una que va creciendo con la ayuda de tus sonrisas.

Compañía literaria.

Lindas palabras disparo tu conciencia.

Si no es que te revelaste ante la cobardía, al expresarte con puros tratos, lo extraño seria si dejaras de utilizar tus tramposas apuestas, o habilidad para dirigirte hacia esta simple alumna.

Una que te admira a la distancia.

La que calla emoción al verte o platicar, mientras iluminas sus días con tus hostiles ocurrencias. Cursilerias suelto al encontrarme sensible, reservo tus sonrojos, presencia deslumbrante e imperfecta, te llevo aquí conmigo.

No creí encontrarte, quererte y temer perderte en las mañanas.

Seré cautelosa ocultándome, buscare el mejor escondite para que no termines con este pobre y desgraciado corazón, que desea adueñarse del tuyo.

—Aurora. ¿Que es eso de compañía literaria?—Observa Jazmín el cuaderno de notitas secreto en presencia de Esteban.

—Deja de chusmear.—Guardo todo dentro de la mochila con un poco de rabia.—Sabes que detesto que revisen mi cuaderno personal.

—Ya es solo una carta de amor imposible dedicada a un chico.—Sentencia feliz por lo cual reacciono dolida.—¡De seguro al enterarse de lo que acabas de escribir se te declara!

El acompañante y mas que amigo, festejan juntos aplaudiendo. Raramente no puedo unirme al gran festejo.

No cuando desvanezco, con ese terrible comentario.

—¡Pues claro y luego de leerla escalara la montaña y me salvara de la bestia!—Suelto impotente llena de sarcasmo y dolor.—Corta tus fantasías nada es transparente acaso no vez la oscuridad.

Se asusta, por la actitud tan repentina que revelo no la culpo, ni yo me identifico ahora, no suelo ser así tranquilidad y amabilidad suelo reflejar. En este momento estoy debajo de una nube negra, llena de lluvia para brindar.

Esta no viene con agua bendita.

Son gotas, sumergidas en un color negro.

Procuro no observar las caras de sorpresa que habitan en los demás compañeros, soy dueña de  los ágiles pasos contra la tosca madera. No recuerdo haber sentido mis piernas tan rápidas, y ojos tan dilatados como ahora, inmersos ante la sensibilidad de la realidad, esos mensajes tan ligeros y hirientes se apoderan de la inocencia, cariño hacía la gran dibujante.

De la torpeza al cruzarmela aquel día lluvioso. 

Abro como tiro la inmensa puerta de madera, la encargada observa con susto y preocupación al levar un semblante desolado, me abstengo a colocar los archivos sobre la mesada, e ignorar esta severa tembladera.

—¡Acaso no sabe que estos papeles no corresponden a esta área! ¿segura que viene a está secundaria señorita?—Grita amenazante queriendo dar miedo.

Decidió no abrir la boca, no quiero terminar arriba de la señora, actuó como sorda sin voz oyente, tomando nuevamente los materiales para colocarlos en la zona Histórica.

Al querer dar la vuelta para retirarme el antiguo teléfono del mostrador suena. La señora no se lo esperaba pues se quedo dormida otra vez, casi pierde la confianza en la silla.

Si se hubiera caído, sin duda estaría riendo.

El karma por poco la invoca, extrañada me extiende el teléfono.

¿Quien llamaría, desde el número de la Biblioteca del Instituto?

Rechazo la llamada pero el sonido vuelve otra vez, la bibliotecaria insiste en que atienda. Lo hago temblorosa, esperando no allá pasado nada malo.

—Si... ¿quien habla?—Noto a la persona del otro lado en un estado de agitación gracias a ello el hablar se le dificulta.—Bien creo que llamo al número equivocado.

—Aurorita.—Abro los ojos reconociendo esa voz ese apodo que tanto adoraba escuchar con solo tres años.—¿Ya no reconoces a tu padre?—Menciona en un hilo de voz sollozando rendido.

Sebastian Lowell.

El padre que nunca tuve, al que jamás pude conocer, Elizabeth me aseguró que estaba muerto.

Una mentira, que escondió.

Otra de sus falsedades.

Continuará...