Un olor a vainilla reconforta mis fosas nasales, mientras ocasiona el primer estornudo y suspiro del día.
Tomar un café tibio y cargado, con un sabor tan dulce y empalagoso por las mañanas alivia el gran estrés que puedo ocasionar, con apenas un movimiento.
Suele sacarme una gran sonrisa llena de plenitud, es el ingrediente perfecto, incluso en las tardes y noches de tanto desasosiego acumulado, llevándome al mundo del éxtasis de la paz interior, esa que nunca eh logrado alcanzar a lo largo de mi corta vida. Mucho menos si tu madre, te satura el cerebro tal y como un policía en época de vigilancia.
Algo normal, por cierto.
Parpadeo unas cuantas veces, al sentir que caigo del sueño, que poco a poco se apodera de esta pobre desterrada.
No tuve una noche muy buena.
Soñar es tan raro pero mágico a la vez, me impresiona el viaje que da un momento a otro mi subconsciente, lo malo es cuando no entiendes a donde va toda esa mezcla de imágenes, tan irreales e interesantes, o peor aún cuando no recuerdas las caras de las personas que aparecen en éste.
Mi cabeza es un desastre andante.
Largo todo el aire que retengo en los pulmones, al deleitarme con tal rico sabor, dejando que se desplace por cada órgano viviente . Tengo una terrible adoración a las cosas dulces, más si estas contienen un olor tan exquisito.
Lo se, soy una total maniática con respecto a la comida.
Observo muy detalladamente como las manijas del gigante reloj negro de la sala, se mueven a compás rápido y amenazante indicándome, el corto tiempo que me queda, para salir del sofa e ingresar al Instituto.
Como todo año, este es el primer día pero en un centro de estudios aparentemente nuevo, mi madre fue la encargada de elegirlo ya que se rehusó, a que yo tomará la decisión con respecto en donde educarme.
Nunca me toma en cuenta.
Soy como un hilo de voz, sin habla.
Tragó de una sola vez todo el dulce mangar que me empalaga ciegamente, al ver la misteriosa y típica cara del chófer, de esta gran casa a la cual consideran pequeña.
Desde pequeña siempre solía llevarme el a clases intensivas donde cumplía doble horario, detestaba pasar horas dentro de un salón, cuando los niños de la cuidad salían con sus padres por un helado. El lado bueno es que amaba, y amo las actividades fuera de hora semanal, allí puedo ser libre por un milésimo segundo. Hoy en día las cosas siguen de la misma manera, no es una molesta tener un conductor cuidandome la espalda, ya es costumbre, pero a estas alturas quisiera ir y venir sola sin nadie que pueda controlarme, debo decir que lo hacen por pedido de Elizabeth.
Es una gran empresaria, muy reconocida, nunca supe que era sentir un abrazo, o que depositaran en tu pómulo un lindo beso de buenas noches. Zambulle toda su cabeza en papeles, no tiene tiempo para dedicar a las demás personas, nunca se lo pidas por que jamas velara por otra cosa además del dinero, va ganando mucha reputación, por ser una de las mejores y prestigiosas en el puesto, llamando la atención y bullicio de todos los entrevistadores.
Estar con ella por unos segundos, es costumbre.
En cambio Greg es como un padre, no solo un simple chófer, esta aquí acompañandome desde la infancia hasta ahora, cuidándome de cualquier asecho e incluso calmándome ante las crudas noches de insomnio. Deseó que sea así, hasta que llegué a la edad donde ya no voy a la secundaria, en donde tejo y leo el periódico.
—Señorita Aurora.—Me mira intrigado ya que aún no muevo ni un dedo del asiento.—¿Partirá ahora? percibo que se le hará tarde.
Largo quejas, refunfuñeo al respecto. Afuera llueve demasiado fuerte, aún así tengo que asistir, es el primer día.
Reglas son reglas no puedo desobedecer, a menos que quiera vivir la tercer guerra mundial, en carne propia.
—Nunca llegue tarde a clases no moriré si no llegó ahora además...—Digo llevando la taza a la cocina.—Tomaré un bus.
Palidece de un momento a otro, noto como no esperaba que esas palabras salieran en ningún momento, para ser exacta nunca.
—¿Está bromeando cierto? Su madre no la dejará permítame llevarla por favor.
—Nada de eso Greg ya tengo dieciocho años puedo manejarme yo sola mamá no controlara mi vida ahora ya no.—Afirmo segura.
—La señora se enfadara usted ya la conoce no sea caprichosa jovencita venga cargare sus pertenencias.—Intenta quitarme la mochila para cargarla en la limusina.
—No lo repetiré otra vez.— Lo miro más sería que de costumbre.—Aunque pegue un grito al cielo yo me subiré a un bus ya esta decidido.
—Esta bien como usted lo ordene. Por favor tenga cuidado yo estoy a cargo de ti no puede pasarte nada.—Me acaricia la cabeza brindandome seguridad.
Se que no lo dice solo por perder el trabajo, este viejito mequetrefe como le dice mamá, se ganó un trocito de mi corazón.
—Tranquilo estaré bien.—Le doy un abrazo.—Gracias de verdad con esto te debo mucho.
Sonríe en forma de respuesta. Mientras le brindo el mismo acto, suele ser el único que realmente se preocupa por esta joven que carece de compañía.
Dirijo mis pasos llevaderos hacia la puerta, al abrirla todo el frío viento y el olor a lluvia en plena mañana choca suavemente, doy media vuelta dispuesta a salir fuera de la jaula a la que apodo hogar, no sin antes brindarle una sonrisa de agradecimiento, a la persona que ahora esta detrás de ella.
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Editado: 27.07.2020