Mi bella niñera

Fiesta

El vuelo no había sido pesado, me la pasé hablando con Laura la mayor parte del vuelo, aunque los que iban a nuestro alrededor nos gritaban que nos callaramos, pero no podía dejar de contarle a Lau cómo fue el parto de mi madre cuando yo nací.

Al llegar al barco todo se volvió más lindo, era una excelente vista y no me refiero a la vista del paisaje.

La abuela me seguía a dónde fuera.

Dijo que mi madre no le daba confianza, que sentía que la tiraría por la borda. Aunque le dije que no tenía por qué preocuparse si ya había sobrevivido al Titanic.

—Hola — Un hombre muy alto y fornido llegó hasta mí.

—Hola — Le respondí coqueta.

—Dime que estás soltera o me vuelvo loco.

—Mira, qué casualidad. Si yo digo que estoy soltera la que se vuelve loca soy yo. — Comenzamos a reír.

—Hola — La abuela se puso entre nosotros separándonos.

—¿Hola? ¿Ella quién es? — Me preguntó aquel hombre.

—Mi método anticonceptivo. — Fue lo último que dije para que él fingiera que alguien le hablaba a lo lejos

Me quedé ahí parada viendo cómo todos caminaban buscando su habitación, mi madre y mi padre buscaban comida.

—¿Por qué no vas a hablarle a esos hombres? — Lau me animaba cuando me sorprendió mirando a unos hombres muy apuestos durante varios minutos.

—¡Oh, no Lau! La adivina me dijo que el hombre de mis sueños iba a estarme buscando a mi. — Le informe.

—¡Señorita Valeria! — El señor Alexander venía hacia mí con las niñas siguiéndolo. — Estaba buscándola.

—¡Val, esto es increíble! — Michelle comenzó.

—¡Deberías ver la gran alberca!— Adela me sonreía, aunque hablaba casi al mismo tiempo que Michelle.

— Debes ayudarme con mi cabello.
— Michelle se pásala la mano por su cabeza. 

—¿Ya viste los postres? — Michelle y Adela estában volviéndome loca.

—¡Niñas, niñas! — El señor Alexander alzó la voz — Ya les dije que no deben de molestar a la señorita Valeria, es su luna de miel y está festejando su cumpleaños.

—Pero nos tienes por todo el barco buscándola. — Michelle parecía no entender.

—Em… pues sí, pero la estaba buscando para decirle que no la vamos a molestar. — Trató de explicarme.

—¡Tranquilos! Está bien. — Suspiré — No me molesta. ¿Saben? Si me necesitan estaré en la cubierta, habitación número cincuenta cero tres. — Les informé con una sonrisa sincera.

—¿Qué? — Michelle estaba sorprendida. — Nosotras estamos en la cincuenta cero dos y mi papá en la cincuenta cero cuatro.

— Oh… — Fingí una sonrisa.

—¡Estaremos muy cerca! — Adela me sonrió y junto con Michelle caminaron hacia otro lado.

— Usted cada día me sorprende más. — Dije entre dientes al señor Alexander.

Él me sonreía como un niño inocente.

—¡Basta, señora! ¡Suélteme! —Paula le gritaba a mi abuela que la tomaba del brazo.

—Pero es que iba a caerme, lo siento. Si me hubiera caído hubiera tenido que pasar todo el crucero en nuestra habitación. — Le explicaba.

—¿En nuestra habitación? — Respondió algo confundida.

—Sí — Andrés llegó.

—No me digas que tú hiciste las malditas reservaciones. — Parecía que el fuego iba a salir de sus ojos.

—Claro que sí. —Andrés siguió caminando como si nada.

 

 

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Lau y yo tomábamos el sol, nos encontrábamos al lado de la alberca.
Mi madre y mi abuela llegaron mientras que mi padre estaba nadando. No sé qué hacía ahí si a él le salen manchas por el cloro del agua.

—¡Hija! Conocí a un muchacho perfecto para ti. — Me informo mientras ayudaba a la abuela a sentarse.

—¿Qué? ¿Dónde? — Traté de arreglarme mi cabello y de verificar que ningún pecho se me haya salido.

—Ahí está. — Señaló a un hombre que se acercaba.

—Hola — Aquel hombre me sonrió mientras hablaba, Debo tener cuidado o podría resbalar con mis hormonas — Me llamo Enrique — Me extendió la mano, tenía mi misma estatura aproximadamente y unos lindos ojos color miel.

— Soy Valeria. — Suspiré.

—Tu madre me habló mucho de ti. — Lo pensó un segundo — Bueno, realmente sólo hablo de ti. Yo estaba en la barra y llegó diciendo que tenía una hermosa hija soltera que había terminado la preparatoria hace cinco años. — Hablaba para sí mismo.

—Wow, yo también estaba en la barra hace un rato. — Fue lo único que se ocurrió decir. ¿Por qué mi madre siempre quiere que mis relaciones se basen en las mentiras?

— Sí, bueno. Me dió un poco de curiosidad después de que imploró conocerte.

— De acuerdo, Enrique. ¿De qué otra cosa podemos hablar? — Traté de ser amable pero soné muy desesperada.

—Pues ahora que lo dices… ¿Qué te parece la fiesta que habrá en el barco?

—¿El último día del crucero?— Le pregunté casi sin creerle.

—Sí, me parece que sí. ¿Querrías ir conmigo o ya tienes pareja? — Se le notaba muy atento.

—No, no. No tengo a nadie. — Ya todo estába perfecto.

—¡Oh, aquí está, señorita Valeria! — El señor Alexander llegó, miró las manos de Enrique y las mías, que desde el saludo no habíamos separado. — Hola — Le sonrió a Enrique y arrebatando su mano de la mía — Alexander Maldonado. — Se presentó.

—Hola ¿Tú quién eres? — Enrique estaba confundido.

—Eso no te importa. — Le contestó de mala gana a Enrique. — Señorita Valeria...— Se dirigió a mi. — ¿Si pusimos la alarma en la casa? Es que no estoy muy seguro de haberla activado.

—¿Y tiene que preguntarmelo a mi? — Me estaba molestando y específicamente me prometió respetar mi privacidad. — Hay más de dos mil personas en este barco ¿No puede molestar a alguien que no sea yo?

—¡Oh! — Parecía muy sorprendido. — ¿Interrumpí algo entre ustedes dos? — Nos señaló con su dedo índice.

—Sí. — Dijimos al mismo tiempo Enrique, mi madre y yo.

— Perdón. — Parecía sincero. — Pero no se preocupen, yo sólo quería aire fresco. — Respiró hondo y se estiró. — Como que me están dando ganas de darle 200 vueltas a la piscina, con permiso. — Se cruzó entre nosotros y mi abuela lo detuvo del brazo.




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