GISSELLE
Como todas las mañanas salí temprano de la casa en dirección al metro, me aseguré de que mi perezoso hermano estuviera despierto. Hoy tenía un juego de fútbol muy importante en su escuela y él no podía llegar tarde, claro, que como era muy dormilón era poco probable que se despertara a tiempo, al menos no por sus propios medios, y bueno, la tan servicial hermana tiene que hacer ese trabajo todas las mañanas como un despertador, sonreí por mi tonta comparación, en ese momento una anciana con su perrito chihuahua pasó junto a mí y me miró raro, cómo si estubiera viendo a la gente de un velorio tan sonriente como en una fiesta de disfraces, supongo que pensó que estaba loca por andar sonriendo sin ninguna razón aparente.
Cuando la perdí de vista volví a reír mientras pasé un mechón de cabello tras la oreja, el cielo se veía despejado y en las calles las personas se movían de un lado a otro sin detenerse si quiera a pensar, una rutina como otra cualquiera en esta ciudad, y yo sentía que había descansado como ningún otro día, aunque eso no quiere decir que aún no me moría del sueño. Lo que pasa es que la noche anterior yo tenía tanto sueño que no repasé y... ¡Oh Dios mío! ahora que lo pienso mi última clase del día es de Ciencias sociales, se supone que como la profesora había dicho que haría preguntas orales, yo lo iba a repasar en la noche y memorizar todo, pero no lo he hecho y seguro que tendré una mala nota. Sí Gisselle verdaderamente eres un ejemplo, todo esto pasa porque tu tonta cabezota se fué de paseo junto con el músico de la otra noche.
Llegué en poco tiempo al metro, en estos momentos me alegraba de que quedara tan cerca de casa. Bajé las escaleras pensativa y miré a ambos lados del vestíbulo, la mayoría eran personas que supongo iban a trabajar y chicos y chicas más o menos de mi edad en busca del tren que los lleve más cerca de su escuela. Me recosté de una columna a esperar mientras recordaba aquella noche, la noche anterior, la canción. Moví la cabeza en negación para dejar de pensar en tonterías, mejor ponerme a hacer algo productivo. Saqué de mi mochila el libro de Ciencias sociales y me puse a ojear cada uno de los temas a estudiar intentando grabarme lo que podía en la mente. Cinco minutos después en los que ya había entendido seis páginas llegó mi tren, lo único que hice fue subirme y pues me tuve que quedar parada pegada a una de las paredes porque ya no habían asientos libres. Seguí mirando cada línea y página de ese libro de Ciencias sociales como si mi vida dependiera de ello, y bueno puede que mi vida no dependa de ello pero sí mi futuro, tenía que sacar buenas notas si quería tener una buen trabajo en un futuro no muy lejano, porque obviamente no me quería quedar de camarera para siempre.
Después de leer todo lo que me interesaba saber guardé el libro, y justo a tiempo porque recién y llegaba a la estación. Bajé del tren y subí las escaleras lo más rápido que podía. Ojalá pudiera decir que llegar a la universidad me emocionaba porque tenía buenos amigos que seguro me prestarían sus apuntes para estudiar, pero no, ese no era mi caso, no tenía ningún amigo ni mucho menos amiga, así que tenía que valermelas por mí misma.
Mi universidad es como todas las demás o al menos eso es lo que yo creo; grandes edificios donde estudiábamos más de dos mil alumnos en varias especialidades. Se escuchaba la algarabía de las voces de los muchos grupos de amigos de un lado a otro vestidos con sus chaquetas de la universidad, varios chicos estúpidos gastándose bromas y algún que otro rezagado de primer año perdido o confundido porque aún no se han podido aprender donde queda cada cosa acá, en fin, lo normal en una institución como esta.
Caminé tranquilamente hasta mi clase de la mañana y me senté en uno de los puestos del fondo, ya había repasado lo que quería así que no había nada de malo en que durmiera una pequeña siesta antes de que todos los demás lleguen junto con la profesora de Literatura, ya iba a agachar la cabeza en mi puesto pero en ese momento entró la profesora y otros más arruinando mis planes.
Suspiré y saqué mi cuaderno junto con una lapicera de mi mochila. Después de que ya habían llegado todos los demás comienza la clase.
—Bueno alumnos, hoy estaremos hablando de el primer libro de la saga de “Los juegos del hambre”— informa nuestra profesora, cuando informa esto último la miro extrañada, en serio no me creía que íbamos a estudiar eso, en lo personal a mí me encantaba pero se me hacía extraño porque lo primero que siempre hemos estudiado era “Orgullo y Prejuicio”. Miro disimuladamente a los demás y veo que no soy la única que no se lo esperaba, la profesora sonríe— No me miren así, este fin de semana había buscado en internet algún libro que les gustara mucho a ustedes los jóvenes y me he comprado el de “Los juegos del hambre”, vamos a dialogar sobre él en esta semana— dice con orgullo, como si hubiera logrado cumplir uno de sus sueños frustrados de la adolescencia.
—Profesora si querías leer un libro que en serio le encanta a los jóvenes, se debería haber comprado el tomo uno de las “50 Sombras de Grey”— faltaba más, había salido con sus comentarios el bufón de la corte. Todos sus amigos y algunas chicas se ríen de su comentario.
—¡Bryce Gilbert, cierra la boca!, o seré yo la que me encargue de que leas la saga completa de las “50 Sombras de Grey” junto con los dos adicionales esta noche y mañana me traigas un informe del que dependerá la mayoría de tu nota— En ese momento todos se callan y fingen seriedad, no puedo evitar que se me escape una risita burlona, que para mi mala suerte no le pasó por alto a la profesora.
—Señorita Fletcher, ¿Tiene algo que agregar?— pude notar el tono de advertencia en esa pregunta, y bueno pasó lo que odiaba; era el centro de atención de la clase. Miré de reojo a ambos lados, carraspeé y pasé un mechón de cabello tras la oreja.
—Lo siento mucho, no tengo nada que agregar— dije lo más calmada que podía, la profesora asintió y cuando por fin dejó de mirarme dí un suspiro de alivio.