Tomé el papel y lo miré a los ojos, sus ojos verdes seguían siendo tan bonitos como antes, solo un poco más fríos, más oscuros. Me preguntaba como podía ser tan fuerte, al parecer fui yo la única que llegó a sentir algo de verdad, pues ni siquiera parecía tener arrepentimiento, vergüenza o siquiera lástima. En ese preciso instante cuando me ofrecía dinero para que mintiera, para que negara que esos niños eran sus hijos, sentí odio por él. Ese idiota necesitaba una lección y yo se la iba a dar.
—Está bien—dije tomando el cheque—¿puedo poner el número que quiero?
—Por supuesto—sonrió—Ves ya nos estamos entendiendo. Haremos una grabación mañana y subiré el video en las noticias, tengo mis contactos...
—No—lo interrumpí y enarcó ambas cejas mostrándose asombrado—No confío en la gente como tú. Puedes tomar ese video y editarlo y hacerme quedar como una mala persona—dije y él se sentó, se recostó a la silla y sonrió mordiéndose el labio inferior aunque en ese momento tenía ganas de matarlo no puedo negar que se veía sexi haciendo eso y que al muy imbécil le habían sentado los años de maravilla. Incluso se veía mucho más atractivo que hace ocho años cuando era más joven y además, al parecer, también había practicado ejercicio, pues se veía más fuerte, su espalda era más ancha y sus músculos más sobresalientes. —Solo confesaré todo si es una entrevista en vivo y en directo. —dije y él me miró con duda. —No dices que quiero dinero —alegué para convencerlo—si ya me lo ofreces, que más puedo hacer, voy a dar esa conferencia y me iré con mis hijos lejos de aquí y no apareceré nunca más frente a ti.
—Está bien, dime tu número de teléfono. Cuando organice lo de la entrevista te llamaré—respondió sin ningún tipo de empatía y le dije mi número y él me timbró para que registrara el de él. Miré el número, era uno nuevo, por lo visto lo había cambiado para que yo no lo encontrara. Se levantó, me miró por encima del hombro como si fuera superior a mí y se marchó.
—Imbécil—exclamé cuando cerré la puerta—no me volverás a ver más ni a mis hijos, pero tu reputación no va a quedar limpia —exclamé suspirando enojada. No pensaba ser cómplice de un hombre como él que iba casándose de pueblo en pueblo y dejando hijos regados. Me había engañado, me había hecho esperarlo 8 años en vano. Había perdido los mejores años de mi vida viviendo en una mentira, sufriendo, creyendo que el hombre que amaba podía estar muerto y ahora no le iba a dar el gusto de quedar delante de todos como la mala, la mentirosa que solo quiere dinero. Es verdad que me iba a ir, él no me merecía, ni tampoco se merecía estar cerca de mis hijos porque padre no se puede llamar a alguien que oculta y niega a sus hijos, pero no me iba a ir sin antes dejar su mundo de cabezas, sin antes desenmascarar a ese bandido. Había sido engañada, es verdad, pero no era tonta, la vida me había enseñado a no serlo.
—Alejandro, mi querido Ale mañana te vas a arrepentir de venir a ofrecerme dinero y creer que todo el mundo tiene precio.
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—Mamá—dijo Ander cuando entré a la habitación—ese hombre ¿no es nuestro padre?
—Sí lo es tesoro—respondí, ya tenían ocho años y no servía que los engañara, el mundo era cruel y de nada servía que se los ocultara.
—¿No nos quiere? —preguntó Ángel.
—Vengan aquí—dije sentándome en la cama y señalando para que cada uno se sentara a mi lado y ellos obedecieron—hemos sido una familia feliz los tres juntos, yo nunca los dejaré, siempre estaré con ustedes. Su padre ya tiene una vida y nosotros no cabemos ahí. Y esa no es razón para estar triste tienen una madre que movería cielo y tierra por ustedes de ser necesario. Él se lo pierde porque ustedes son dos niños maravillosos.
—¿Entonces qué haremos? —cuestionó Ander.
—Nos iremos, yo resolveré un asunto importante y luego nos iremos de aquí y continuaremos con nuestra vida como siempre, como si nada de esto hubiera sucedido—dije abrazando a mis pequeños y besando la frente de ambos. Sentía dolor por ellos que habían tenido tanta emoción por conocer a su padre que siempre andaban preguntando por él, pero ya no podía hacer nada más.
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Eran las cinco de la mañana cuando mi teléfono sonó, se trataba de Alejandro. Abrí los ojos despistadamente, pues estaba durmiendo aún y tomé la llamada.
—Tienes que estar a las ocho en el Xcenter allí será la entrevista, recuerda dejar todo muy claro y por favor no llegues tarde—dijo de forma maleducada sin siquiera saludar y colgó. Me levanté y preparé a los niños y nuestras cosas, tomé un taxi y ya llevaba las maletas para irme desde ese lugar hasta el aeropuerto y comprar los primeros pasajes que hubieran a nuestro país para regresarnos, mientras tanto me alquilaría en algún hotel cerca del aeropuerto, pues no quería permanecer más en ese apartamento, ya que allí él podría encontrarnos e imaginaba que después de lo que pensaba a hacer él iba a intentarlo.
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—Al fin llegas—pronunció Alejandro que me esperaba en la entrada del lugar.
—Buenos días—dije educadamente, él iba con gafas oscuras y vestido de negro, los niños también iban vestidos de negros y esto resaltaba su parecido.
—Pero estos niños son idénticos a ti—dijo el periodista cuando entramos al lugar. Además del periodista había también otro sujeto más gordo que llevaba un pulóver blanco y las cámaras para grabar la entrevista y había otro atendiendo la computadora. Yo no entendía nada sobre el tema, pero al parecer ellos trabajaban para un canal de televisión local y le estaban haciendo un favor extra laboral a Alejandro.
—Solo casualidad—refutó él.
—Ya me voy tengo una reunión importante en una hora, Wilber ya sabes: que quedo todo muy claro—comentó Alejandro—iré viendo el en vivo mientras conduzco —afirmó.
—Y tú—dijo dirigiéndose a mí mientras se quitó las gafas—podría haber dicho que fue un gusto conocerte, pero estaría mintiendo y si creíste que me ibas a hacer sentir lástima por ti por traer a esos dos niños y que me dejaría engañar fácil solo por eso déjame decirte algo: nunca me han gustado los niños—agregó mirando nuevamente a los niños y marchándose de allí.