Mi Destino Eres Tu

Capítulo 25.

El café donde Isaura citó a su hijo era sutil, alejado del centro y lejos de la casa de los Morán. Ella llegó con anticipación, vestida de manera simple, pero con elegancia, como la mujer que había sido y que ahora intentaba recuperar. Usaba gafas oscuras que no podían ocultar su rostro serio. Ya no era la esposa obediente ni la madre que siempre estaba de acuerdo. Era una Isaura diferente. Una que había tomado conciencia.

Al poco tiempo, Alfredo entró. Venía solo, un poco descuidado, pero con esa sonrisa falsa que era un rasgo de su padre.

—Mamá —dijo mientras se acercaba para abrazarla.

Isaura no se movió.

—Siéntate.

Alfredo tragó saliva e hizo lo que le pidió. No era el saludo que esperaba.

—Te ves… diferente —intentó comentar.

—Y tú también. Egotista, manipulador… y dañado —agregó con frialdad.

—Papá y yo estamos pasando por momentos difíciles, mamá. Por eso quería verte. Solo tú puedes ayudarnos.

—¿Ayudarlos? ¿Después de lo que tu padre me hizo? ¿Y tú? ¿Quieres que hablemos sobre lo que intentabas hacerle a esa chica?

Alfredo se puso pálido. Abrió la boca, pero ella levantó la mano.

—No digas nada. No quiero excusas. Sabrás de qué hablo. Y créeme, si Félix no me hubiera detenido, ahora mismo estarías en la cárcel.

—¡No fue lo que parece!

—¡Cállate! —gritó Isaura con una ira reprimida—. No estoy aquí para eso. Si estás presente es porque quiero que me escuches una última vez. El silencio entre madre e hijo era denso como una niebla. Isaura lo miraba con decepción en sus ojos. Había amado a Alfredo con toda su fuerza, lo había defendido de todo. . . pero ahora, frente a ella, solo veía una versión más joven de Sergio.

—Tu padre y tú solo saben pedir. Pero nunca reconocen. ¿Sabes lo que es despertar después de haber sido golpeada, estando atrapada como una prisionera y descubrir que tu hijo intentó aprovecharse de una mujer por dinero?

Alfredo miró hacia abajo. La vergüenza lo abrumaba… o al menos intentaba aparentar que así era.

—Lo siento, mamá. Yo… no pensé que eso sucedería. Pero todo se nos fue de las manos. Papá está arrepentido. También quiere verte. Está cerca, ¿puede venir?

Isaura frunció el ceño.

—¿Está aquí?

—Solo desea hablar contigo, por favor.

Antes de que Isaura pudiera contestar, la puerta del café se abrió y Sergio entró, más delgado, con el rostro lleno de moretones, caminando con dificultad.

—Isaura… —dijo con voz temblorosa.

Ella se levantó, retrocediendo instintivamente un paso.

—No te acerques.

—Por favor —rogó él, levantando las manos como si se entregara—. He perdido todo. Estoy solo… tú eres lo único que tengo. No supe valorarte. Cometí errores, pero deseo cambiar.

Isaura sintió una presión en el pecho. Estaba llena de ira, miedo, recordando cómo Sergio le había golpeado. . . pero también sentía nostalgia. Había vivido muchas cosas con ese hombre. Y su peor error era el apellido que llevaba.

—No quiero verte, Sergio. Pero. . . podrás quedarte en la mansión hasta que finalice el proceso de divorcio. Después de eso, deseo que salgas de mi vida para siempre.

—¿Qué estás diciendo?! —gritó Sergio—. ¿Piensas que voy a dejar que me trates así? ¡Esa mansión también me pertenece!

—Ya no es así. —Isaura lo miró decidida—. Y eres consciente de ello o se te olvido nuestro acuerdo matrimonial. Firmaste por avaricia, y ahora. . . ha llegado el momento de enfrentar las consecuencias.

—¡Tú eras mi esposa! ¡Nos comprometimos a ser fieles! ¡Eres mía! —gritó mientras daba un paso hacia ella.

Isaura intentó alejarse, pero Alfredo se interpuso, sujetándola del brazo.

—Mamá, por favor, regresa con nosotros. Podemos resolverlo.

—¡Suéltenme! —gritó Isaura, luchando mientras padre e hijo intentaban forzarla hacia la salida.

—¡Tú vas a venir con nosotros, te guste o no! —gritó Sergio, empujándola contra la puerta.

De repente, una voz poderosa resonó:

—¡Dejen a mi hermana en paz, malnacidos!

Félix apareció de repente, cruzó el salón y con un solo golpe derribó a Sergio. El sonido del impacto fue seco y violento.

—¿Estás bien, Isaura? —preguntó, sosteniéndola suavemente por los hombros.

—Sí… gracias —respondió ella entre lágrimas—. Llegaste justo a tiempo.

Alfredo dio un paso atrás, visiblemente nervioso.

—Tío, yo. . . esto no es lo que parece. . .

—Te lo advertí —interrumpió Félix, con un tono lleno de ira reprimida—. Agrediste a tu madre y la trataste como un animal. Eres igual que tu padre. Un cobarde.

Sergio, con sangre en la ceja, se levantó tambaleándose.

—¡Esto no se quedará así!

—No —respondió Félix con tranquilidad—. No se quedará así. Pero esta vez serán ustedes los que lo pierdan todo. Ni tu apellido, ni tu arrogancia, ni tus engaños te ayudarán.

Padre e hijo huyeron, entre gritos y amenazas vacías.

Isaura se desplomó en una silla, exhausta.

—Gracias… gracias, Félix. No sé qué habría hecho sin ti.

Él se sentó a su lado, aferrándose a su mano con firmeza, pero también con dulzura.

—Te prometí que estaría a tu lado, pase lo que pase. Pero no vuelvas a acercarte a ellos. Ni siquiera por compasión.

Isaura asintió lentamente, mientras las lágrimas corrían por sus mejillas.

—Tienes razón. Hoy. . . lo he entendido. Mi hijo no tiene solución. Se parece demasiado a su padre, pero es más frío, más ambicioso… y sin corazón. Si continúo cerca de ellos, me arrastrarán a su infierno. Ya no lo permitiré. Lo prometo por lo que me queda de dignidad.

Félix la envolvió en sus brazos, notando cómo su cuerpo vibraba.

—Así que ha llegado la hora de que comiences otra vez.

Y por primera vez en bastante tiempo, Isaura se dio cuenta de que era capaz de lograrlo




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