Mientras Aurora y Félix lidiaban con el desorden y la devastación después del ataque en la planta empacadora, al norte de la ciudad el ambiente era muy diferente. Dentro de un elegante casino iluminado por luces neones y con música envolvente, una fiesta secreta alcanzaba su clímax. Empresarios, figuras del crimen y mujeres llamativas se mezclaban en medio del denso humo, risas falsas y el incesante sonido de las fichas chocando en las mesas. En una mesa reservada, Sergio Moran, totalmente borracho, se reía a carcajadas mientras tocaba los pechos de una mujer pelirroja que estaba sentada en sus piernas. Sus manos eran torpes y ansiosas, y su voz arrastrada revelaba el alto nivel de alcohol en su sistema.
—Vamos, hermosa. . . no seas tímida —susurró entre respiraciones entrecortadas, mientras intentaba besarla de manera torpe.
—Con calma, campeón. . . todo a su debido tiempo —le respondió la mujer con un tono seductor y áspero, ocultando una expresión de desdén.
Desde que su hijo se casó con la heredera Quintero, Sergio había estado viviendo como un nuevo rico, sin control. Recibía una considerable suma mensualmente por el acuerdo del matrimonio, poseía dos propiedades a su nombre y disfrutaba de una vida lujosa, como si nada pudiera tocarlo.
—¿Te parece si vamos a un sitio más privado? —le preguntó a la pelirroja, empapado en sudor y con arrogancia desmedida.
—Por supuesto, cariño. Ven.
La mujer se levantó, ajustando con destreza su corta falda llena de lentejuelas rojas. Sus tacones resonaban con fuerza en el pasillo mientras Sergio la seguía tambaleándose, sonriendo como un tonto. Al llegar a una habitación aislada, ella abrió la puerta y le hizo un gesto para que pasara primero.
Apenas Sergio cruzó la entrada, un fuerte golpe en la cabeza lo hizo caer como un peso muerto.
Dos hombres vestidos de negro emergieron de las sombras. Sin emitir un sonido, lo arrastraron fuera de la habitación, lo metieron en un coche oscuro que estaba estacionado detrás del club y desaparecieron sin dejar rastro.
Horas después, Sergio despertó sintiendo un intenso dolor en la nuca. Estaba confuso, su vista era borrosa y su boca estaba seca. Se incorporó lentamente en un cuarto desconocido, elegante pero sombrío. Grandes ventanas permitían que una luz grisácea y tenue entrara, mientras las cortinas ondeaban con la brisa.
Una mujer, sentada en un sillón de terciopelo rojo frente a la cama, lo observaba en silencio. Estaba vestida completamente de negro, con unos pantalones de talle alto y una blusa ceñida, el cabello recogido en una trenza tensa y unos ojos oscuros como la noche, que brillaban con astucia y peligro.
—Es bueno que haya despertado, señor Moran —dijo con un tono melodioso y afilado—. Temía que tendría que hacerlo yo… mis hombres, a veces, no calculan bien su fuerza.
—¿Quién demonios es usted? ¿Y qué hago aquí? —gruñó Sergio, sobándose la cabeza.
—Mi nombre no es relevante… o al menos no lo es por ahora. Pero permítame proponerle un acuerdo que nos beneficiará a ambos.
—No estoy interesado en negociar con usted. Tengo todo lo que necesito. —Se levantó de manera incómoda.
—¿De veras? —La mujer cruzó las piernas con gracia—. ¿No le interesaría hacer pagar a su adversario?
Sergio se detuvo, curioso.
—¿A qué adversario se refiere?
—Compartimos uno. El hombre que le quitó todo, el que destruyó sus planes y lo humilló. . . Félix Palacios. Digamos que está protegiendo a alguien que me importa bastante.
Sergio se sentó, ahora completamente atento.
—¿Está hablando de Aurora Madrigal?
La mujer sonrió de manera astuta, encendiendo un cigarro con un encendedor dorado que tenía un grabado de serpiente.
—Parece que es más hábil de lo que aparenta. Así es. Esta mujer me debe una vida. Una que pienso cobra con sangre. Pero Félix se ha interpuesto y ahora es inalcanzable… por ahora, al menos.
—¿Y qué quiere de mí?
—Información. Todo lo que sepa sobre él. Sus conexiones. Sus movimientos. Sus hábitos. Félix Palacios es como un fantasma. Muy pocos saben de él. Pero usted… usted es de su familia.
—Ex familia —respondió Sergio riendo—. Muy bien, señora… ¿cómo se llama?
—Fabiola Montero —respondió sin dudar—. Y si usted colabora, duplicaré el dinero que los Quintero le están enviando cada mes. Ahora mismo.
—Parece que ha investigado bien. Muy bien, señora Montero. Puede contar con mi palabra. Le entregaré toda la información que poseo… ese tipo me debe mucho. Y prometo que lo haré pagar.
Ella le ofreció su mano enguantada. Él la tomó, sonriendo con astucia.
—Entonces, tenemos un acuerdo, señor Moran.
Ambos sonrieron. En ese instante, se formalizaba una alianza oscura… una que traería nuevas dificultades a las vidas de Aurora y Félix.
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Editado: 02.08.2025